Querido S.:
Aquellos escritores a los que su obra no basta para permitirse la costumbre de comer tres veces al día, es decir, el 99%, se ven obligados a buscar trabajos dentro o fuera del mundo literario que les mantengan mientras trabajan en su obra en los ratos libres. Las colaboraciones periodísticas y la docencia son alternativas recurrentes para los plumíferos fatídicamente alérgicos al best-seller. T. S. Eliot recomendaba al escritor un divorcio total entre su obra y la labor que le hacía ganarse el pan: el sudor de la frente no debía manchar los manuscritos. La tragedia del escritor es que normalmente no sirve para otra cosa que escribir, y aún los que poseen otras habilidades las desperdician pasando horas y horas garabateando en un papel. Dostoievski estudiaba la carrera de ingeniería hasta que una pulsión ardiente e irresistible le hizo tomar la pluma para no dejarla más. Acosado por los acreedores, la adicción al juego y la epilepsia llegó a escribir a la vez varias obras, entre ellas algunas de las mejores novelas que se han escrito, echando mano de cualquier recurso folletinesco si fuese menester.
A este último grupo pertenece el novelista norteamericano Philip K. Dick (1928-1982) quien, una vez llegado a un grado de miseria en el que su sustento principal era la comida para perros, se encadenó a los editores para escribir a destajo novelas que descolocaban tanto a esos editores como al público. Entre su producción se cuenta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que daría pie a la magnífica adaptación de Ridley Scott Blade Runner, las Confesiones de un artista de mierda (sus memorias) y novelas como El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Valis o el libro del que nos ocupamos hoy y que suele considerarse su obra maestra: Ubik.
Por otro lado tenemos a Joe Chip, un empleado de Runciter que se encarga de hacer mediciones acerca de las fuerzas psiónicas que despliegan las personas. Un amigo le presenta un hallazgo que quizá interese a la empresa: se trata de Pat Conley, una joven con un poder nunca visto: puede hacer que sucesos ocurridos vuelvan a una forma anterior, es decir, que nunca hayan ocurrido. Con ello inutiliza la capacidad de los precocs. A pesar del recelo que le inspira, Chip la lleva a la empresa y junto con otros nueve inerciales y el señor Runciter se embarcan para una gran misión en la luna. Allí caen en una trampa y una bomba deja agonizante al señor Runciter. El grupo vuelve apresuradamente a la Tierra para intentar inducirle el estado de semi-vida.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro.
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro.
Ese “niño bárbaro”, inmoral y voraz, presencia aterradora al final de la novela, recuerda al genio maligno de Descartes, que se complace en martirizar y confundir a los hombres. Conviene recordar que Dick era un paranoico irredento, un esquizofrénico enganchado a las anfetaminas. Cuando el escritor soviético Stanislaw Lem escribió un artículo elogioso sobre él y comenzaron a cartearse, Dick le denunció al FBI por presunto espía del KGB. Como cuenta Rodrigo Fresán:
P.K.D., aseguran, está loco y P.K.D. no hace nada por negarlo: se presenta en convenciones balbuceando insensateces, asegura ser víctima de una conjura gubernamental-nixoniana en la que se lo utiliza como agente propagador de una rara forma de sífilis, dice que la canción Strawberry Fields Forever de los Beatles le comunicó que su hijo tenía una hernia inguinal que no había sido diagnosticada por los médicos (esto último, conviene aclararlo, resultó ser cierto para asombro de los doctores), explica cómo los científicos soviéticos lo están utilizando telepáticamente para matar gatos con su potencia mental, insiste en que alguna de sus novelas fantásticas ha revelado una verdad escondida y por eso su estudio fue asaltado y dinamitado por un comando especial del ejército. P.K.D. es un paranoico sin retorno, un replicante de sí mismo, que entonces ofrece sus servicios al F.B.I. O tal vez P.K.D. es un sabio al que las drogas le abrieron las puertas de una realidad conspirativa donde Watergate es, apenas, la punta del iceberg de un estado policial y alienígena.
Pero como diría aquel personaje de Ricardo Piglia: “Los paranoicos también tenemos enemigos”. Dick es, en fin, el autor de una obra singular y fascinante y Ubik una de las mejores novelas (y no sólo de ciencia-ficción) que he leído. Con esto y la interpretación de Death Is Not The End que hacen Kylie Minogue y Nick Cave, te dejo.
Un abrazo,
Á.
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