En el último período que Dostoievski pasó en el exilio siberiano, se sabe que pudo leer con atención algún libro de Hegel. Földényi propone las Lecciones de Filosofía de la Historia como el posible tomo que Dostoievski leyó con provecho y, seguro, pasmo. Porque en ese libro Hegel elimina de un plumazo a Siberia de la Historia. Dicha región, argumenta el filósofo, al igual que África y otros territorios junto con los pueblos que los habitan, no reúne las condiciones necesarias para participar en el colosal despliegue de la Razón y el Progreso que supone la Historia. Con lo que enormes segmentos de la humanidad quedan justamente apartados del interés del resto.
Dostoievski ve cómo el estilo de Hegel se hace abrupto e impaciente cuando ha de pasar por ciertos temas. Asia y África son inabarcables en su riqueza y tradición, fuente de temores y de inquietantes seducciones, pero Hegel sólo enumera los registros de barbarie: matanzas, tiranías etc. Para él, la razón coincide con lo que puede abarcar desde el aula de la Universidad y las cuatro esquinas de su cómoda vida burguesa. Lo que queda más allá de dichos límites produce un terror ciego que sólo puede paliarse explusando sin contemplaciones todo lo irracional, es decir, lo que escapa a la vida de estufa y alpargata que cómodamente disfrutaba. A un mundo de allí, un escritor ruso sufría en carne propia los rigores de una Historia que en menos de 100 años regaría de sangre los campos de esa tierra que, según el filósofo alemán, era la que reunía las condiciones ideales para que fuese la realización del Espíritu en la tierra. El Paraíso laico se trastocó pronto en matadero industrial.
La experiencia individual de Dostoievski representa un rechazo radical de las teorías hegelianas, una modesta pero inquebrantable afirmación de la vida concreta frente a la arrasadora generalidad de la teoría. La pequeñez y fugacidad de una vida (ni siquiera la de miles de vidas) suponen una minúscula mota al vuelo de pájaro del progreso histórico, cuya imparable realización sólo atiende a sus propias condiciones. La estela de cadáveres que deja a su paso es un ínfimo precio por ver en su esplendor esa moderna teodicea plena de luz y coherencia.
Después de ver la imparable ola histórica que arrasó el pasado siglo y de leer los testimonios de los que vivieron para contarlo, surge el rechazo inmediato de los que cuentan la historia a su modo y conveniencia, eligiendo unos hechos y silenciando otros para articular un relato de falsa claridad con planteamiento-nudo-desenlace. Los finales cerrados y los destinos tal vez sean aceptables en las novelas, pero en la realidad llevan a la ignorancia del sufrimiento concreto en aras de algún fin trascendente. La reveladora situación de Dostoievski leyendo cómo Hegel lo expulsa de la historia puede ser útil para entender las trampas y perversidades del relato histórico.
Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, de László Földényi
Traducción de Adán Kovacsis Meszaros
51 págs
Satélites
Galaxia Gútenberg
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