miércoles, 30 de enero de 2008

Il miglior fabbro

Estimado S.:

Lamentaba hace poco Félix de Azúa en su blog, a propósito de la muerte del gran escritor francés Julien Gracq (te recomiendo Leyendo, escribiendo, una magnífica colección de anotaciones sobre los clásicos del XIX galo: Balzac, Chateaubriand, Hugo, Flaubert, Proust…) la extinción de la literatura como fenómeno socialmente relevante y, además, el cese del señorío de la poesía como listón por el que se mide el valor de la obra literaria. En otras palabras, la literatura será rara y minoritaria, casi un vicio secreto deleite de unos cuantos frikis. Algo así como el rol o la droga. Pero, ¿cuándo no ha sido así?

Si hay actualmente un novelista que rebosa de contenido la palabra “literatura”, que derrocha lirismo en sus textos y que merece, por tanto, la denominación de miglior fabbro (mejor artesano) que Dante aplicó al trovador Arnaut Daniel, ése es el portugués António Lobo Antunes. Recién terminada Manual de inquisidores, después de otras tres novelas y listo para empezar su última obra publicada, Ayer no te vi en Babilonia, creo que Lobo Antunes es el mejor escritor vivo. Utiliza abundantemente recursos de la poesía y, en mi opinión, su manejo del ritmo es propio de los grandes. Cada capítulo o fragmento es un poema en prosa que podría ser leído independientemente del resto. Hay sin embargo una fuerte relación entre las partes y el todo que confiere una gran unidad a la obra.

Manual de inquisidores comienza en una quinta. En la mayoría de obras de Lobo Antunes que he leído aparece una quinta, ya sea en Portugal o en Angola, antigua colonia portuguesa. El hijo del patrón, Joao, juega y observa la actividad de los animales y la vegetación de la finca. Un día sorprende a su padre, por entonces aún ministro de Salazar, montando en el establo a la hija del guardés. El padre apenas se inmuta y dice: “Hago todo lo que ellas quieren pero nunca me quito el sombrero para que se sepa quién es el patrón.” A partir de ahí, la historia se desarrolla en círculos concéntricos abarcando a los que de alguna manera han tenido relación con la quinta: la esposa de Joao y su familia, uno de cuyos miembros provoca la ruina de Joao y la pérdida de la propiedad familiar; la criada de la familia, que se ocupó de la completa administración de la finca y ahora languidece en un asilo con el recuerdo de aquellos tiempos; la hija bastarda del patrón y la cocinera, alejada de la finca recién nacida y que es visitada y colmada de favores por el ministro. Cuando cae la dictadura de Salazar, todo el barrio se venga de ella por los privilegios que hubieron de tributarle; además es acosada por un chico retrasado. Creo que uno de los puntos neurálgicos de la obra es la infidelidad y el abandono del patrón por parte de su mujer. A partir de ahí, se transforma de ministro salazarista en un terrateniente indiferente y progresivamente loco, propiciando la decadencia de la quinta y de los que han vivido en ella.

La obra está construída a base de monólogos, como es habitual en las obras de Lobo Antunes, pero son monólogos que en algunos momentos hacen referencia a un interlocutor, como si los personajes fuesen entrevistados o interrogados. Sin embargo, en otras novelas se vale del monólogo interior para registrar todo lo que piensan los personajes. Así, en La muerte de Carlos Gardel podemos observar los pensamientos de un personaje incluso después de muerto. Cada voz tiene su ritmo propio, sus temas y obsesiones, pero es común a todos ellos una profunda infelicidad, la violencia y el despotismo en las relaciones entre los personajes y la progresiva degeneración mental que les corroe, lindando con la subnormalidad o la locura. Muchas veces de lo grotesco de las situaciones surge la comicidad y el humor. Tal vez el antiguo oficio del autor como psiquiatra tenga algo que ver.

El resultado es una serie de novelas extraordinarias que expresan intensamente sentimientos como el amor, los celos, la intolerancia. Lectores y críticos han formulado a menudo su frustración por el barroquismo de estas novelas. Sin embargo, yo creo que pocas obras hay tan claras, rotundas y originales. Forma y contenido constituyen un todo perfectamente unido, cumpliendo otro de los objetivos de un poema: expresar algo de la única manera en que puede decirse. Adentrarse en estas novelas requiere paciencia y atención, pero pronto el ritmo del texto nos lleva como de la mano hasta el final. Los que se quejan de su complicación sólo demuestran su ignorancia o su pereza como lectores.

Para empezar con la obra de este autor, yo te recomendaría La muerte de Carlos Gardel, la historia de un heroinómano ingresado con sobredosis en el hospital. Lobo Antunes despliega de nuevo su historia en círculos que abarcan la familia del chico. Su padre es un enajenado que en un viejo y ridículo cantante de fados cree encontrar la reencarnación de Carlos Gardel.

Así pues, disfruta de ello cuando tengas tiempo.

Y sigue con salud.

Á.

domingo, 13 de enero de 2008

¡Que cunda el pánico!

Estimado S.:

La sociedad europea goza sin remordimiento de los placeres seculares y el Papa declara ominosamente que nuestra civilización está en crisis. Un partido dispone algo contrario a lo que el partido opositor incluye en su programa y al punto el portavoz de turno clama al cielo por el hundimiento de nuestras libertades, la crisis de la democracia etc. Por supuesto, no hay crisis tal, sólo miedo al avance de las libertades individuales con la consiguiente liberación de las conciencias, en el primer caso, y la escenificación de la santa ira por los atropellos a la sociedad, la patria y la Constitución, de cara al electorado, en el siguiente.

Pero la voz de los predicadores no debe distraernos de la existencia efectiva de problemas. Los nacionalismos hacen surgir las emociones más viscerales de los ciudadanos (otro posible tema: pros y contras del brumoso concepto “nación”) hasta el punto de desmembrar estados o proporcionar coartadas a grupos terroristas. La religión, quién lo diría, hace lo propio borrando la linde entre creencias privadas y obligaciones públicas. Y nuestro democráticamente electo gobierno se esfuerza día a día por superar el sectarismo y las borregadas de sus precedentes: negociación y donación de credibilidad a ETA, paternalismo abusivo del estado en la conducción o el tabaquismo (que el gobierno considera a los ciudadanos no competentes para tomar decisiones concernientes a su propia salud se evidenció bochornosamente en el caso De Juana Chaos), desprecio hacia los gobernantes democráticos de distinta ideología y relación con déspotas populistas de la propia (¿tenemos, así pues, un gobernante con un ideario parecido al de Chávez, Morales o, san Cucufato nos guarde, Castro?) etc.

Si recién comenzado el siglo XXI se confunden los idearios clásicos de la derecha (proteccionismo, clasismo, autoritarismo) y la izquierda (derechos universales, igualitarismo, soberanía individual), se debe en mi opinión al benéfico efecto que la convivencia democrática ha ejercido en ambas. La derecha ha cogido un buen surtido de ideas de la venerable tradición liberal que la han deslastrado de buena parte de su carga clerical y autoritaria. La izquierda, por su parte, arrastra consigo toda la jerga y esquemas de pensamiento marxistas, esquemas que, al enfrentarse a la realidad del gobierno diario, se han demostrado definitivamente obsoletas (me refiero a la izquierda de los países democráticos, dejo piadosamente de lado el llamado socialismo real). Para renovarse han necesitado, pues, recoger ideas que tradicionalmente se atribuían a la derecha. Tanto unos como otros se han adaptado, estratégicamente o a la fuerza, a lo que la sociedad, es decir, el votante pensaba.

Por ello, querido S., siento llevarte la contraria pero no creo que haya una crisis de valores, tal como dices. Al menos, en lo concerniente a los partidos políticos. Otra cosa son los ciudadanos de a pié, empeñados en enseñarles a sus hijos sus creencias (¡yo educo a mis hijos como me da la gana!) pero no en inculcarles los principios que hacen que todos podamos vivir juntos sin sacarnos las tripas. ¡Eso es adoctrinamiento por parte del estado, por dios! Con lo cual, un padre adepto a la Cienciología (o al catolicismo, me da igual) coloca al mismo nivel sus artículos de fe y los valores reales por los que se rige la convivencia democrática. Si es difícil lidiar con un estado con 17 sistemas educativos distintos, no digamos si además hay que admitir como evaluables las creencias y hasta las opiniones de cada cual.

Pero esto lo dejamos para otra ocasión. Espero tu siguiente entrada.

Salud.

Á.