sábado, 31 de mayo de 2008

Pokero dándolo todo

Querido S.:

A los ignorantes que no saben nada de la sociedad en que vivimos, la palabra “pokero” no les dirá nada. Si digo que pokero es sinónimo de “bakala” o “cani”, ya se aclara la cosa. Todos nos hemos topado con especímenes así, durante el día dando la tabarra con la música a todo cisco en sus mierdacoches tuneados, y por la noche con unas engrasadas de miedo bailando la mandíbula a todo trapo. Mascando chicle sin nada en la boca, que decía aquél.

Para un conocimiento más exhaustivo de esta escoria, me remito a los excelentes análisis de Loquendo que puedes encontrar en Youtube. Y aquí te dejo un video de un ejemplar de esta calaña demostrando sus aptitudes para Fama. Tenemos un nuevo Leroy. Si quieres otras versiones de este video, mira aquí, aunque la de Mortal Kombat es mi favorita. Dale al play y revienta a reír: volviendo de Pont Aeri.

En el post anterior me olvidé de incluir una imagen de la mami que me ha enamorado últimamente: Famke Janssen, bellísima holandesa a la que recordarás por su papel de Jean Grey en las pelis de X-Men. ¿Quién diría que tiene 43 años?

jueves, 29 de mayo de 2008

El fulgor de la experiencia. Sobre las mamis

Querido S.:
Cuando uno está en la escuela y empiezan a sobrevenirle los picores propios de la pubertad, se fija en las compañeras de clase de otra manera. Ciertas partes del cuerpo femenino adquieren redondeces misteriosas y atrayentes. Uno se descubre espiando los movimientos descuidados de la vecina de pupitre, vigilando con ansia el vaivén creciente del pecho, deseando atrapar con muchas manos y morder las caderas insolentes. Ahí comienza una época pajera como no habrá otra en la vida. Todo tiene el aura irresistible y un poco vergonzante de lo radicalmente nuevo. Entre confusión y ocultamiento, se inicia la travesía de descubrimiento del cuerpo propio y ajeno.


El oscuro objeto de deseo más inmediato son las compañeras de clase. De repipis e inaguantables, pasan a representar un motivo de preocupación creciente. Nos sorprendemos pensando continuamente en ellas, especialmente en los sobeteos culpables cada vez más frecuentes. También las vecinas adquieren un relieve que antes no tenían. Las fascinantes mujeres de las revistas van supliendo poco a poco nuestra burricie en materia anatómica. Y cuando al fin conseguimos una revista porno nuestro pasmo es similar a nuestra atracción.


Pero, volviendo a la clase, hay otra figura que atrae con una gravedad irresistible nuestra atención, una figura infinitamente más lejana y, a la vez, más fascinante: la profesora. Si en las compañeras vemos el desarrollo, en la profesora admiramos el cuerpo ya realizado, pleno, la sensualidad en activo (hablo de una profesora aceptablemente joven y atractiva, no uno de esos cuervos aspirantes a miss Mordor que abundan por esos lares). Ahí están nuestros primeros contactos con la coquetería, la elegancia, la seducción. Vemos sin ver el lápiz de labios, la sombra de ojos, olemos el perfume, percibimos oscuramente qué ropa le sienta mejor (las minifaldas y los escotes modelo “Despeñaperros” se llevan la palma). Poco a poco, captando estímulos que no van dirigidos a nosotros, va fraguándose nuestro criterio. Comentaba no recuerdo qué escritor su querencia erótica por los tobillos y situaba el origen de esta obsesión suya en su adolescencia, en los años 40. Por entonces, plena posguerra, las mujeres llevaban la falda prácticamente hasta el suelo, y los lentos avances en el relajamiento de las costumbres se veían en la subida, unos centímetros, de la falda. Así, ellas descubrían muy poco a poco la pierna y alimentaban sin saberlo el fetichismo de los adolescentes.

En ese periodo de nuestra juventud puede detectarse el origen de las obsesiones que nos atormentarán y deleitarán toda la vida. Muchos años después de aquella posguerra, la falda ha subido sin parar; somos más de muslo que de tobillo. Los afortunados que disfrutaron de una profesora jamona sin duda salieron con algo de metralla en el cerebro a causa de esa mezcla explosiva de autoridad, experiencia, novedad y erotismo. 

Y crecemos y crecemos y lo que adquirimos entonces ya nunca nos deja. Nuestro espacio se amplía y llegan los primeros contactos con las chicas (de nuestra edad), besos, caricias, roces cada vez más atrevidos, sexo. Pero el recuerdo de las mamis (las llamaremos así a partir de ahora, además de algún equivalente como “maduritas”) no nos abandona. Contemplamos fascinados cómo hacen la compra, pasean a sus niños, les aplicamos cada vez más una mirada analítica y diferenciamos más agudamente las distintas edades, la ropa que visten, los trucos para disimular el paso del tiempo. También vamos enterándonos, por experiencia propia y ajena, del otro lado de las relaciones amorosas: aburrimiento, infidelidades, tentativas desesperadas de salvar lo insalvable, insatisfacción crónica, profunda infelicidad. Buscamos en las mamis una señora Robinson que alivie en nosotros todo el veneno que acumula dentro. Y cuando vemos sorprendentemente cambiada a alguna mami, gastada y envejecida ayer, radiante y deseable hoy, sospechamos con envidia que se ha buscado un chorizo del gordo que le quite la roña de entre los muslos. Pero sólo nos queda alegrarnos por su inteligencia y su valor, decirle mentalmente al marido que se joda y desear que haya más como ella, que alguna nos tocará.


¿Y qué nos atrae tanto de estas mujeres? ¿A qué edad una mujer se transmuta en una mami? Evidentemente, esta categoría va cambiando con la edad. De adolescentes, incluso una universitaria se nos antoja madura. Posteriormente, consideraremos mamis a las mujeres que superen los 30. De momento no puedo avanzar más en el asunto, pero sospecho que cuando tenga 40 todo esto dará un vuelco y me fijaré como un águila en las de 20. Y desearé que las jóvenes busquen papis…
 

¿Qué hace tan deseables a unas mujeres que ya han dejado atrás la plenitud de la sexualidad? Biológicamente ya han sido superadas. Pero, afortunadamente, no somos animales en sentido estricto. Nuestra educación condiciona fuertemente nuestra sexualidad y nos hace democratizar el goce hasta edades muy avanzadas. El placer por el placer es nuestra divisa y las mamis tienen un magnetismo especial. Tras mucho pensarlo, creo que se debe a un cierto atractivo de la experiencia. Las arrugas, la erosión de la piel, ofrecen la oscura promesa de sabidurías extrañas, tierras llenas de deleites nuevos y extraños. Las maduritas tienen una excitante apariencia de fruta prohibida, una promesa de hambre turbia y misteriosa. La experiencia brilla en ellas y nos atrae con fuerza. Es el regreso de la profesora.
Sigue con salud.
Á.
* * *
Artes de ser maduro

Todavía la vieja tentación
de los cuerpos felices y de la juventud
tiene atractivo para mí,
no me deja dormir
y esta noche me excita.

Porque alguien contó historias
de pescadores en la playa,
cuando vuelven: la raya del amanecer
marcando, lívida, el límete del mar,
y asan sardinas frescas
en espetones, sobre la arena.
Lo imagino enseguida.
Y me coge un deseo de vivir
y ver amanecer, acostándote tarde,
que no está en proporción con la edad que ya tengo.

Aunque quizá alivie despertarse
a otro ritmo, mañana.
Liberado
de las exaltaciones de esta noche,
de sus fantasmas en blue jeans.

Como libros leídos han pasado los años
que van quedando lejos, ya sin razón de ser
-obras de otro momento.
Y el ansia de llorar
y el roce de la sábana, que me tenía inquieto
en las odiosas noches de verano,
el lujo de impaciencia y el don de la elegía
y el don de disciplina aplicada al ensueño,
mi fe en la gran historia...
Soldado de la guerra perdida de la vida,
mataron mi caballo, casi no lo recuerdo.
Hasta que me estremece
un ramalazo de sensualidad.

Envejecer tiene su gracia.
Es igual que de joven
aprender a bailar, plegarse a un ritmo
más insistente que nuestra experiencia.
Y procura también cierto instintivo
placer curioso,
una segunda naturaleza.

JAIME GIL DE BIEDMA, Poemas póstumos.

jueves, 8 de mayo de 2008

1 de septiembre de 1939

Faces along the bar
Cling to their average day:
The lights must never go out,
The music must always play,
All the conventions conspire
To make this fort assume

The furniture of home;
Lest we should see where we are,
Lost in a haunted wood,
Children afraid of the night
Who have never been happy or good.

Los rostros en la barra
se aferran a su jornada mediocre:
las luces no deben apagarse nunca,
la música siempre debe sonar,
todas las convenciones conspiran
para hacer que este fuerte adopte
el mobiliario del hogar;
no sea que veamos dónde estamos,
perdidos en un bosque encantado,
niños asustados de la noche
que nunca han sido buenos ni felices.


W. H. AUDEN: September 1, 1939 (fragmento, vv. 45-55. Traducción de Eduardo Iriarte).

Querido S.:

El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia y comienza la Segunda Guerra Mundial. Nazis y comunistas se unen para despiezar un país entero y mostrar así la raíz idéntica de ambos movimientos, aunque buena parte de la izquierda occidental no se haya dado cuenta hasta hace bien poco (y algunos ni eso. De ahí viene la necesidad de libelos como Koba el temible).

Ese mismo año Auden escribe los 99 versos de 1 de septiembre de 1939. En este poema soberbio da cuenta de la barbarie que asola Europa y formula las causas que han conducido a semejante estado de cosas, las mismas razones de los males actuales y de todos los conflictos en general: el miedo y la intolerancia, el victimismo segregado por ellos (“el dolor que crea hábito”, dice Auden en otro espléndido verso), la poca autonomía personal fomentada por el cultivo de entretenimientos inanes, de la que derivan el hacinamiento de la turba y el culto al líder… Desgraciadamente, hay un cierto placer en ser “niños asustados de la noche”, es preferible que nos ofrezcan un refugio a tener que construirlo a la intemperie con piedras y hojas. El infantilismo nos hace buscar siempre culpables ajenos a nosotros, nos libera de toda responsabilidad. Un indicio de ello es el “psicologismo” que invade muchas obras de ficción. Los culpables son la sociedad, la familia, la propia mente… Uno nunca es responsable de sus actos, siempre obramos movidos por mil condicionantes externos que nos impiden ejercer libremente nuestra capacidad de juicio y, con ella, nuestras acciones.

El poema de Auden es un ejemplo de arte exigente , una obra para adultos, no para niños, que requiere esfuerzo y atención, cultura y sensibilidad. Como la toma de decisiones o la convivencia con el vecino, es decir, la democracia. Como todo lo que merece la pena.

Sigue con salud.

Á.