domingo, 19 de febrero de 2012

El escándalo "Salome"


El apasionante libro de Alex Ross El ruido eterno (The Rest is Noise es el título original) comienza un día de 1906 en Graz, Austria, donde los consagrados y los aspirantes de la escena musical de la época van a escuchar el estreno de Salome, de Richard Strauss. Gustav Mahler, Arnold Schönberg (aún escribía así su apellido) con su séquito y, tal vez, Adolf Hitler esperan con impaciencia el comienzo de una obra de la que se oyen rumores extraños y atrayentes. Y es que esta partitura áspera, disonante y sensual marca el arranque de la música del s. XX y el principio de la ruptura entre el público y la música "seria". La gente sale del teatro con sentimientos encontrados: ¿es esto la nueva música, esta mezcla de ruido y escabrosidad? Por su parte, los más jóvenes y osados ven una señalización del camino a seguir. El entusiasmo contagioso del libro de Ross empuja a escuchar la música que él tanto disfruta, haciendo un esfuerzo ante las ingratitudes de una música que chirría al oído desentrenado pero que luego ofrece un inagotable caudal de gozos. Para los curiosos (o, como yo, para los convencidos) enlazo el vídeo de la ópera completa, con subtítulos en inglés, dirigida por Karl Böhm. Bendito sea Youtube.

domingo, 12 de febrero de 2012

Going to California


Sigo con las estupendas Memorias de un liberal psicodélico, de Racionero. Un aspecto llama la atención en las mismas, siendo algo poco común en los españoles de la época y que, además, explica muchos aspectos de la trayectoria posterior del memorialista: su estancia como becado en Berkeley. Cuando uno lee acerca de la carrera de los españoles que estudiaron durante la dictadura, ve que los más inquietos de ellos, cuando querían escapar de la grisura española yéndose al extranjero, peregrinaban a Francia en busca de libertad de costumbres, de pluralismo político y, yo diría que sobre todo, de oportunidades de follar. Los hubo también que se fueron a Inglaterra o a Alemania, pero entre los intelectuales me da la impresión (no tengo datos para corroborarlo) de que París era el destino más buscado.

Racionero, en cambio, obtuvo la prestigiosa beca Fulbright y se fue a California a estudiar urbanismo. Allí se empapó de las costumbres americanas, tan distintas de las europeas, y de "otras" costumbres que iban más con esos años: el hippismo, las drogas, el amor libre, las tradiciones orientales. Conoció de primera mano el mundo de la contracultura y fue un pionero a la hora de introducir en España textos de ecologismo o de misticismo oriental. Escuchó de viva voz a gurús de la época como Krishnamurti o Timothy Leary y se inició en el camino de la búsqueda interior mediante la meditación y los alucinógenos. Racionero experimentó todos los aspectos de la contracultura californiana de la época y defiende sus propiedades con elocuencia, incluyendo pseudociencias tan infumables como la astrología. Así, uno no puede evitar torcer el gesto cuando el autor habla de "energía" y sentencia, con tono altivo, que las técnicas de meditación funcionan y punto. Bueno, podemos convenir que en su caso, dando por bueno su testimonio (no hay razones para dudarlo), sí que han funcionado y le han hecho algo más sabio. Pero no puede obviarse la enorme carga de irracionalismo y de superchería que conllevan estas enseñanzas, ni el peligro que supone el encadenamiento a cualquier tipo de gurú.




Cuando Racionero volvió a España en 1969 sus coordenadas mentales estaban bastante alejadas de las de sus contemporáneos. Para empezar, era de los pocos a los que la bacteria marxista no había afectado. En lugar del indigesto engrudo estructuralista-marxista que Francia exportaba en aquellos años (y hasta bastante más tarde), Racionero traía libros de Marcuse, Lao-Tsé o Alan Watts, de los que nadie había oído hablar (ni quería oír, aunque un tiempo más tarde subieran al hit-parade). Pocos de ellos habrán soportado el paso del tiempo pero en aquel momento eran una buena alternativa al discurso dominante. Además, había un factor químico que diferenciaba al movimiento hippy de los otras: el uso de drogas psicodélicas, en especial el LSD, sintetizado por el químico suizo Hoffman (a quien entrevistaron Fernando Sánchez-Dragó, Escohotado, Savater y Racionero, entre otros; cuelgo el vídeo arriba), cuando la generación anterior buscaba el paraíso artificial sobre todo en el alcohol. Sin embargo, los hippies pecaron de abuso con una sustancia que, como cualquiera de los pensadores anteriores reconoce, no es para todo el mundo, aun cuando alaben encarecidamente sus virtudes. Todo ello, en fin, contribuía a diferenciar la experiencia californiana de Racionero del ambiente tétricamente parisino (discursos ininteligibles, angustia existencial, marxismo) que imperaba entonces (para abundar en el tema recomiendo el muy interesante Filosofías del underground, que Racionero publicó por aquellos años). La liberación de la costa Oeste sigue cautivando hoy día (con un punto de falsa nostalgia, me parece), como recordarán los seguidores de Mad Men con el viaje de Don a California, o los que hayan disfrutado con Six Feet Under y los numerosos motivos sesenteros que Alan Ball incluye en su obra maestra.

Unas memorias, en fin, muy interesantes, y con algún que otro zarpazo, como los dedicados a Gimferrer (aunque quien haya leído las memorias de Mario Muchnik ya tendrá una imagen bastante demoledora del tipo, aun admirando su obra de poeta) o al difunto Tàpies (como "siniestro pesetero" le califica el autor en un momento dado). Racionero hace gala de una prosa rica y ágil, de talento para las anécdotas y de hondura reflexiva. Un lujo.

Luis Racionero, Memorias de un liberal psicodélico
406 pp.
Narrativas
RBA


viernes, 10 de febrero de 2012

Sixties

Leyendo las memorias de Luis Racionero Memorias de un liberal psicodélico, pongo algunas de las canciones que seguro acompañaron al autor en su juventud en Berkeley. Mañana comentaré algunos aspectos del libro con más detalle.






lunes, 6 de febrero de 2012

Mi contingencia y yo


Leyendo el interesante libro de Odo Marquard Apología de lo contingente encuentra uno más de una idea propicia para un largo rumiar. Desde el principio despierta simpatía el posicionamiento escéptico del filósofo alemán, en la línea del porquero de Agamenón: "No me convence". Esta resistencia a dejarse convencer viene de perlas para juzgar con un poco de distancia la avalancha de cambios que, cada vez a más velocidad, trastocan todas nuestros hábitos sustituyéndolos por otros que no ha habido ocasión de ponderar. Y es que las costumbres no son sólo un refugio de prejuicios heredados, como esos trastos viejos que no sabemos dónde meter pero que nos da pena tirar; también son un conjunto de hábitos desbastados por el uso que a menudo contienen refinadas indicaciones de buen vivir. 

Marquard prefiere declararse conservador a admitir que cualquier cambio es bueno a priori. La suposición de que todo cambio supone una mejora respecto al estado anterior le parece una refundición ilustrada de la teodicea leibniziana. No duda en mantenerse escéptico respecto al progreso, evitando considerar las generaciones pasadas como simples peldaños destinados a la felicidad de sus sucesoras (Marquard no lo nombra, pero estas reflexiones hacen pensar inmediatamente en Walter Benjamin y su Ángel de la Historia). Frente a esto hay que recordar la nunca suficientemente repetida máxima de Kant: Tratar al prójimo como un fin, no como un medio. Y Marquard, provocadoramente, destaca el carácter burgués de la Ilustración, cuyos objetivos sólo se cumplen cuando las reformas se llevan a cabo gradualmente, esto es, cuando se alejan del frenesí revolucionario.

Es una característica definitoria del escéptico el evitar los llamados grandes relatos en favor de otras historias más modestas pero, sin duda, más humanas: la pluralidad de vidas, de intereses y de pasiones merecen desarrollarse libremente, sin que el aplanamiento uniformador de la ideología enseñe a nadie cómo vivir y cómo ser (o no) feliz. Así, la filosofía da vueltas sobre cuestiones a ras de vida, que a todos inmiscuyen. No se deja a nadie atrás. Pero un ojo atento descubre vicios que lastran los avances morales de la sociedad, como por ejemplo cierta tendencia a darle la vuelta a los cambios positivos para pasar a verlos como males:

dicho de una manera abstracta: el descargo de lo negativo (precisamente él) predispone a la negativización de lo que descarga. Pues, y ésta es una de las grandes causas de miedo en nuestra época, se tiene miedo a lo que le evita a uno los miedos, justamente porque le evita a uno los miedos: pues precisamente el miedo destituido realmente se pone a buscar ocasiones para tener miedo, y las encuentra casi a cualquier precio: finalmente, en la propia cultura desarrollada. Cuantos más horrores borra el mundo moderno, tanto más se le cuelgan horrores a él mismo, si hace falta (porque no se encuentran bastantes en el propio país) recurriendo al turismo exótico de confirmación de los horrores. Cuanto más éxito tiene la técnica en la aligeración de la vida, con tantos menos frenos pasa a ser considerada una complicación de la vida; y cuanta más protección del medio ambiente posibilita de hecho, tanto más es declarada una molestia para el medio ambiente. Y de manera análoga: cuanto más efectivamente produce bienestar el capitalismo, tanto más enérgicamente es nombrado un mal; cuantos más problemas resuelve el mercado, tanto más parece un problema él mismo; y se es amable con él sólo porque los socialismos planificadores resuelven peor estos problemas. (pp. 103-104)

Todo ello con un estilo ágil y, lo que no es habitual, con una gran ironía. Si pueden hacerse con algún libro de este relativo desconocido en España, no lo duden.


Odo Marquard, Apología de lo contingente. Estudios filosóficos
Traducción de Jorge Navarro Pérez
151 pp.
Colección Novatores
Institució Alfons el Magnànim

viernes, 3 de febrero de 2012

Castellio contra Calvino


En mi nuevo artículo en Jot Down hablo del magnífico libro de Stefan Zweig Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia (Acantilado). La dura lucha por la tolerancia religiosa en Europa. Lutero dió un soplo de aire fresco a la vida religiosa europea abogando por la libre interpretacion de la Biblia pero, pocos años más tarde, Ginebra sufría la implacable teocracia de Calvino. Pocos hombres osaron enfrentarse al tirano y tal vez el más destacado fuese el sabio Sebastian Castellio, quien redactó elocuentes escritos defendiendo la libertd de pensamiento y atacando el despotismo calvinista que llevó a la hoguera a Miguel Servet. 

Stefan Zweig: Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia