jueves, 28 de mayo de 2009

Desde el balcón de Al Swearengen: "Deadwood"


Querido S.:

Como sabes, la cadena de pago HBO destaca por sus arriesgadas y cuidadas producciones. La libertad con la que trata todo tipo de temas, desde el sexo y la violencia hasta las drogas, ha hecho surgir hitos como Los Soprano, Band of Brothers o Roma, por citar unos pocos títulos representativos. Tras ver con la boca abierta las tres temporadas de Deadwood no puedo sino deshacerme en elogios (algo mermados por el abrupto final de la serie).


En el Oeste americano en vías de conquista, Deadwood es un pueblo en expansión gracias al oro de sus colinas. Por un lado limita con los pieles rojas y por el otro con los Estados Unidos de América, ya que es un territorio aún no anexionado. Una variada fauna se dirige a Deadwood periódicamente en busca de fortuna. Al ser un una tierra recién colonizada carece de leyes, por lo que el asesinato y la estafa están a la orden del día.



Entre los recién llegados se encuentran Seth Bullock (Timothy Olyphant), ex-sheriff en Montana, y Sol Star (John Hawkes), un avispado comerciante, socios dispuestos a ganarse la vida con una tienda de aparejos. El pueblo está férreamente controlado por el dueño del salón Jem, Al Swearengen (Ian McShane), un hábil y codicioso estafador. Nada se mueve sin que él se entere. La llegada continua de distintos aventureros y comerciantes al pueblo pone en entredicho cada vez más el dominio de Swearengen. Pronto se crea un nuevo salón regentado por Cy Tolliver (Powers Boothe), quien intentará hacerse con el control de los asuntos de Deadwood. También es notoria la llegada del célebre pistolero Wild Bill Hickok (Keith Carradine), lo que dará más dolores de cabeza a Al.


La fiebre del oro, el alcohol, las intrigas locales y la violencia continua son los protagonistas de la serie. No hay grandes giros del argumento ni finales sorprendentes, sólo el vivir (y sobrevivir) en ese pueblo fronterizo, cosa nada fácil. Los personajes están magistralmente trazados, con un carácter y unos hábitos perfectamente diferenciados. Bullock tendrá que ocultar su amor debido a sus obligaciones familiares y a la presión social. La señora Alma Garret (Molly Parker) ascenderá de viuda desdichada y drogadicta a poderosa empresaria, fundadora del primer banco de Deadwood. Trixie (Paula Malcomson), una prostituta que trabaja para Swearengen, hará labores de enfermera, espía e incluso se enamorará. Pero la evolución más fascinante es la de Al Swearengen. De estafador y asesino pasará a convertirse en un político avant la lettre, guardián de los intereses del pueblo frente a todos los recién llegados. Si la codicia es su rasgo principal en los primeros capítulos, pronto despliega su suspicacia para intentar agarrar un pueblo que se le escapa. El mayor reto será la llegada de George Hearst (Gerald McRaney), un poderoso buscador de oro que impone sin miramientos sus normas en Deadwood.


Como es habitual en las series made in HBO, la ambientación es magnífica. Los personajes y el pueblo aparecen perfectamente caracterizados hasta en los mínimos detalles. El casting está elegido con minuciosidad, realizando todos los actores una labor cuanto menos impecable. Destaca entre todos ellos por méritos propios Ian McShane, quien borda su papel de Al Swearengen en todos los aspectos, pasando con naturalidad del drama al humor más negro. Mención aparte merecen los extraordinarios diálogos, rápidos y contundentes en todos los registros.


Sólo me queda decirte que te agencies esta serie pero a la voz de ya. Deadwood es con seguridad la mejor serie que he visto (al menos la que más me ha gustado). Como punto en contra tiene su final abrupto, que deja unos cuantos cabos sueltos. La HBO canceló la serie por sus elevados costes pero se habló de que se realizarían dos filmes en los que se cerrarían las tramas pendientes. Eso fue hace dos o tres años y aún no se sabe nada, por lo que suponemos que el proyecto se quedó en el limbo. Pero eso no quita que la serie sea absolutamente recomendable, una de las mejores opciones en el amplio y variado mundo de las series. Con esto y More than a feeling de Boston te dejo.



Un abrazo,

Á.

jueves, 21 de mayo de 2009

8 bandas sonoras para soñar


1. Érase una vez en América (Ennio Morricone)


Comienzo por la banda sonora de mi película favorita. Morricone despliega una vez más su enorme talento melódico para hacer salir toda nuestra emoción en la película más personal de Sergio Leone. Desde la versión de Amapola hasta el inolvidable Tema de Deborah, pasando por la pegadiza canción de Cockeye, pocas partituras se ajustan mejor al contenido intenso, nostálgico y violento de una película.




2. Wonderland (Michael Nyman)


Excelente film de Michael Winterbottom en el que dedica una sentida ofrenda a la ciudad de Londres. Nyman reconoció esta partitura como la favorita de entre todas las suyas, en la que da una lección magistral sobre el arte de la variación. Los temas adoptan los nombres de los distintos personajes




3. 2046 (Shigeru Umebayashi & Otros)


Este compositor japonés es el responsable de los temas principales de las dos obras maestras de Wong Kar-Wai: In The Mood For Love y 2046. Son dos bandas sonoras magníficas pero me quedo con esta última por su variedad: desde Casta diva interpretada por Angela Gheorghiu a Perfidia en la versión instrumental de Xavier Cugat, recurrente en los films de este director y sencillamente inolvidable.





4. Pulp Fiction (Varios)



Si algo hace Tarantino de maravilla es escoger los temas para sus películas. Ha rescatado de la sección “Oldies” a Dick Dale & His Deltones y su cañera Misirlou, a Dusty Springfield y Son of a Preacher Man y a los horteras de Kool & The Gang y Jungle Boogie, por poner unos ejemplos. Aunque creo que todos nos quedamos con el clásico de Neil Diamond versionado por Urge Overkill Girl, you´ll be a woman soon.




5. Master & Commander (Davies, Gordon, Tognetti & Otros)


Buena selección de música clásica: el preludio de la Suite Nº 1 para cello de Bach, interpretado por Yo-Yo Ma, la conocida Musica Notturna delle Strade di Madrid de Boccherini o mi amada Fantasia sobre un tema de Thomas Tallis de Vaughan Williams, de la que hablamos el otro día. Es de destacar también el trepidante tema principal.





6. Barry Lyndon (Varios)



Es difícil elegir una banda sonora de entre todas las películas de Kubrick, pero me decido por la que estoy escuchando últimamente: Barry Lyndon. El tema principal es la
Sarabande de Haendel, aunque también encontramos un buen repertorio de canciones tradicionales inglesas e irlandesas.




7.Tango (Lalo Schifrin)


Dentro de los brillantes musicales que ha filmado Carlos Saura siempre me ha gustado mucho Tango, por el sugestivo misterio de la música y los bailes y por su interesante juego de "cine dentro del cine", recurso también explorado en otras películas de parecidos planteamientos como Bodas de sangre. La banda sonora de Schifrin (autor del famosísimo tema de Misión: Imposible) recrea con brillantez la popular música argentina y acompaña inmejorablemente los bailes.




8. La Misión (Ennio Morricone)


Junto con la primera que hemos reseñado, la mejor banda sonora de Morricone (y ya es decir) para mi gusto. El autor demuestra de nuevo su talento y versatilidad, capaz igualmente de realizar las pegadizas melodías de un spaghetti-western o la épica historia de una misión de jesuitas en el Iguazú del s. XVIII. Brillante mezcla de sinfonía, música religiosa y sonidos tradicionales de los guaranís. He aquí tres de los temas principales: Gabriel´s Oboe y On Earth As It Is In Heaven seguidos por el Ave María guaraní.


miércoles, 20 de mayo de 2009

Quién fuese vampiro


De entre todas las imágenes del Festival de Cannes yo me quedo con ésta.

sábado, 16 de mayo de 2009

El genio devorador: "Ubik", de Philip K. Dick


Querido S.:

Aquellos escritores a los que su obra no basta para permitirse la costumbre de comer tres veces al día, es decir, el 99%, se ven obligados a buscar trabajos dentro o fuera del mundo literario que les mantengan mientras trabajan en su obra en los ratos libres. Las colaboraciones periodísticas y la docencia son alternativas recurrentes para los plumíferos fatídicamente alérgicos al best-seller. T. S. Eliot recomendaba al escritor un divorcio total entre su obra y la labor que le hacía ganarse el pan: el sudor de la frente no debía manchar los manuscritos. La tragedia del escritor es que normalmente no sirve para otra cosa que escribir, y aún los que poseen otras habilidades las desperdician pasando horas y horas garabateando en un papel. Dostoievski estudiaba la carrera de ingeniería hasta que una pulsión ardiente e irresistible le hizo tomar la pluma para no dejarla más. Acosado por los acreedores, la adicción al juego y la epilepsia llegó a escribir a la vez varias obras, entre ellas algunas de las mejores novelas que se han escrito, echando mano de cualquier recurso folletinesco si fuese menester.


A este último grupo pertenece el novelista norteamericano Philip K. Dick (1928-1982) quien, una vez llegado a un grado de miseria en el que su sustento principal era la comida para perros, se encadenó a los editores para escribir a destajo novelas que descolocaban tanto a esos editores como al público. Entre su producción se cuenta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que daría pie a la magnífica adaptación de Ridley Scott Blade Runner, las Confesiones de un artista de mierda (sus memorias) y novelas como El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Valis o el libro del que nos ocupamos hoy y que suele considerarse su obra maestra: Ubik.

Ubik comienza con varios personajes actuando por su cuenta y que pronto se verán entrelazados. Glenn Runciter dirige una empresa de inerciales, personas con habilidad para contrarrestar los poderes de telépatas y precocs (tipos con el poder de la precognición, capaces de ver acontecimientos futuros). El mayor enemigo de Runciter es Ray Hollis, quien comercializa los servicios de esos telépatas y precocs. En el futuro en que se ambienta la novela (futuro situado en 1992; el autor no fue tan lejos) las personas con habilidades psiónicas son contratadas por muchas empresas o particulares para vigilar los movimientos de alguien o meterse en los pensamientos del director de la competencia. Los inerciales se encargan de evitar esas intrusiones. Pero, ¿cómo saber con certeza si un telépata te está espiando? La empresa de Runciter avisa de tales casos pero ¿no será acaso un problema creado y resuelto por ellos mismos? ¿Harán negocio de la gestión del miedo y la paranoia? Estas preguntas se pasan por la cabeza de Herbert Schonheit von Vogelsang, propietario del Moratorio de los Amadísimos Hermanos. Un moratorio es donde se lleva a los moribundos y mediante la congelación y ciertos avances tecnológicos se les mantiene la vida cerebral e incluso se puede hablar con ellos: es lo que llaman la semi-vida. La esposa de Runciter, Ella, se encuentra en este estado y incluso sigue tomando parte en los asuntos importantes de la empresa. En ese mismo estado se encuentra Jory, un perverso joven que se inmiscuye en la existencia de los demás semi-vivos.


Por otro lado tenemos a Joe Chip, un empleado de Runciter que se encarga de hacer mediciones acerca de las fuerzas psiónicas que despliegan las personas. Un amigo le presenta un hallazgo que quizá interese a la empresa: se trata de Pat Conley, una joven con un poder nunca visto: puede hacer que sucesos ocurridos vuelvan a una forma anterior, es decir, que nunca hayan ocurrido. Con ello inutiliza la capacidad de los precocs. A pesar del recelo que le inspira, Chip la lleva a la empresa y junto con otros nueve inerciales y el señor Runciter se embarcan para una gran misión en la luna. Allí caen en una trampa y una bomba deja agonizante al señor Runciter. El grupo vuelve apresuradamente a la Tierra para intentar inducirle el estado de semi-vida.

El estallido de la bomba supone un auténtico punto y aparte en la novela. Es la entrada a la auténtica obsesión de Dick: la constitución y validez de lo que entendemos por “realidad”. ¿Está Runciter realmente muerto? ¿Por qué los objetos vuelven a formas pasadas? ¿Tiene algo que ver Pat en ello? ¿Qué es ese “Ubik” que aparece continuamente? Si la novela comienza presentando un mundo futurista con personas dotadas de poderes telepáticos y empresas dedicadas a mantener la comunicación con los semi-muertos, puede decirse que a partir de la bomba comienza la auténtica trama. La novela pasa de una historia más o menos convencional de ciencia-ficción al thriller o la farsa para entrar de lleno en el mundo filosófico-paranoide de Dick. Estos cambios de trama y tono, además del estilo descuidado, se deben a la manera torrencial y anfetamínica como Dick redactaba sus novelas. Llegó a escribir cuatro al año. Los personajes están sujetos al capricho de algún ente sádico que se complace en martirizarlos. Se ajustan como un guante estos versos de Machado, poeta de sensibilidad diametralmente opuesta:

Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro.


Ese “niño bárbaro”, inmoral y voraz, presencia aterradora al final de la novela, recuerda al genio maligno de Descartes, que se complace en martirizar y confundir a los hombres. Conviene recordar que Dick era un paranoico irredento, un esquizofrénico enganchado a las anfetaminas. Cuando el escritor soviético Stanislaw Lem escribió un artículo elogioso sobre él y comenzaron a cartearse, Dick le denunció al FBI por presunto espía del KGB. Como cuenta Rodrigo Fresán:

P.K.D., aseguran, está loco y P.K.D. no hace nada por negarlo: se presenta en convenciones balbuceando insensateces, asegura ser víctima de una conjura gubernamental-nixoniana en la que se lo utiliza como agente propagador de una rara forma de sífilis, dice que la canción Strawberry Fields Forever de los Beatles le comunicó que su hijo tenía una hernia inguinal que no había sido diagnosticada por los médicos (esto último, conviene aclararlo, resultó ser cierto para asombro de los doctores), explica cómo los científicos soviéticos lo están utilizando telepáticamente para matar gatos con su potencia mental, insiste en que alguna de sus novelas fantásticas ha revelado una verdad escondida y por eso su estudio fue asaltado y dinamitado por un comando especial del ejército. P.K.D. es un paranoico sin retorno, un replicante de sí mismo, que entonces ofrece sus servicios al F.B.I. O tal vez P.K.D. es un sabio al que las drogas le abrieron las puertas de una realidad conspirativa donde Watergate es, apenas, la punta del iceberg de un estado policial y alienígena.

Pero como diría aquel personaje de Ricardo Piglia: “Los paranoicos también tenemos enemigos”. Dick es, en fin, el autor de una obra singular y fascinante y Ubik una de las mejores novelas (y no sólo de ciencia-ficción) que he leído. Con esto y la interpretación de Death Is Not The End que hacen Kylie Minogue y Nick Cave, te dejo.

Un abrazo,

Á.

viernes, 15 de mayo de 2009

Picaronas


Como lo he visto ya en varios sitios y culo veo, culo quiero, me apunto a la moda del "slide" ése de los cojones. Así que ahí va una selección de fotos de buenorras nacionales y de importación. Hala, al surtido de ibéricos. Y Babel de Héroes del silencio para acompañar.






domingo, 10 de mayo de 2009

Pequeño vals vienés/Take This Waltz


En 1988 Leonard Cohen editó su álbum I´m Your Man en el que, además de ya clásicos como First We Take Manhattan o Everybody Knows, se incluía Take This Waltz, una versión del Pequeño vals vienés de Federico García Lorca, poeta muy admirado por Cohen. He aquí el poema y su tributo.




Pequeño vals vienés


En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.


Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.


Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.


En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.


Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.


En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar
violín y sepulcro, las cintas del vals.


FEDERICO GARCÍA LORCA, Poeta en Nueva York

viernes, 8 de mayo de 2009

Música para ahogados



Querido S.:

La obra cinematográfica y literaria de Gonzalo Suárez puede verse como un oasis de libertad e independencia dentro de la producción cultural española. Y en esa obra relumbra con un brillo especial la oscura y romántica Remando al viento (1987).


La historia es conocida: el poeta Byron, su secretario y médico Polidori, el poeta Shelley y su esposa, Mary, apuestan en una villa en los alrededores de un lago suizo a quién es capaz de escribir la historia más terrorífica. De aquella velada surgen dos historias famosas: Polidori escribe El vampiro, que tendrá una influencia decisiva en la celebérrima creación de Bram Stoker: Drácula. Mary Shelley, por su parte, da forma a una historia brillante y perturbadora: la de un hombre, Victor Frankenstein, que busca dar vida mediante la ciencia. La criatura resultante es rechazada por todos y al asumir su condición de monstruo se venga de su creador arrebatándole todo lo que le importa.


Suárez da comienzo al film en el escenario donde termina la novela: en las heladas regiones del Polo Norte, adonde Victor Frankenstein ha llegado dando caza a su vengativa creación. De ahí pasamos al Londres de comienzos del XIX, donde el poeta Percy B. Shelley (Valentine Pelka), casado, planea fugarse con la hija del famoso escritor William Goldwin, Mary (Lizzy McInnerny). La hermana de ésta, Clara (una irreconocible Elizabeth Hurley, cuánto mal ha hecho el colágeno), les sugiere visitar en Suiza al poeta lord Byron (Hugh Grant antes de encasillarse en su papel de subnormal balbuceante y encantador, se supone), de quien está esperando un hijo. Allí surge una compleja relación entre los cuatro ante la mirada envidiosa y mediocre de Polidori (José Luis Gómez).



El guión mezcla hábilmente ficción y realidad, fantasía y realismo. Los personajes están hábilmente caracterizados por los brillantes diálogos: el sarcástico Byron, Shelley el idealista, la alegre Clara… Destacan las magníficas localizaciones, que acompañan perfectamente el desarrollo de la película. Suárez lleva a la pantalla el espíritu romántico y mezcla los discursos idealistas y libertarios con sublimes escenarios que traslucen los sentimientos de los personajes: la diversión y las charlas en los amplios valles suizos, la decadencia de Venecia, la explosión de angustia junto al mar y los acantilados… El personaje de Mary va hundiéndose poco a poco en la melancolía y la locura cuando atribuye una serie de muertes de personas queridas al monstruo que su imaginación dio forma. Si Victor Frankenstein lo creó mediante la ciencia, Mary Shelley le ha dado vida con su imaginación, esa capacidad tan estimada por los románticos. Y la criatura lleva a cabo los instintos más oscuros del corazón de Mary.


La película transpira un seductor aroma literario que, si a veces lastra un tanto el ritmo, conjuntado con los escenarios y con la maravillosa banda sonora da a la película una fuerza y magnetismo irresistibles. Es de destacar la fascinante Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, de Ralph Vaughan Williams, que acompaña las escenas de ahogamiento. La misma pieza fue utiliza por Peter Weir en Master & Commander para la secuencia en que un marinero se pierde en las aguas. Y en verdad la bella y turbadora melodía se ajusta como un guante a la sublime e inhumana fuerza de las aguas tragándose a las indefensas criaturas que se adentran en ellas.

Una película muy recomendable que reconcilia a uno con el cine español. Así que con esto y con la versión que The Braids hicieron de Bohemian Rhapsody te dejo. Éste vídeo se lo dedico a Paula, que sé cuánto le gusta.

martes, 5 de mayo de 2009

Discazos: "Live On Two Legs" de Pearl Jam


Mike McCready- Guitarra
Matt Cameron- Batería
Eddie Vedder- Voz, guitarra
Stone Gossard- Guitarra, coros
Jeff Ament- Bajo


1 Corduroy. Abbruzzese/ Ament/ Gossard/ McCready/ Vedder – 5:05
2 Given to Fly. McCready/ Vedder – 3:53
3 Hail, Hail. Gossard/ Vedder/ Ament/ McCready – 3:43
4 Daughter/ Rockin' in the Free World/W.M.A. Vedder/Neil Young – 6:47
5 Elderly Woman Behind The Counter In A Small Town. Abruzzese/ Ament/ Gossard/ McCready/ Vedder
6 Untitled. Vedder – 2:02
7 MFC. Vedder – 2:28
8 Go. Abbruzzes/, Ament/ Gossard/ McCready/ Vedder – 2:41
9 Red Mosquito. Ament/ Gossard/ Jack Irons/ McCready/ Vedder – 4:02
10 Even Flow. Gossard/ Vedder – 5:17
11 Off He Goes. Vedder – 5:42
12 Nothingman Vedder/ Ament – 4:38
13 Do the Evolution. Gossard/ Vedder – 3:45
14 Better Man. Vedder – 4:06
15 Black. Vedder/ Gossard – 6:55
16 Fuckin' Up. Young – 6:17




lunes, 4 de mayo de 2009

En memoria de J. G. Ballard


El pasado 19 de abril falleció, tras una larga convalecencia, el escritor británico James Graham Ballard (1930-2009). Conozco demasiado poco de su obra para hablar sobre él, carencia que espero ir subsanando paulatinamente, pero lo poco que he frecuentado me ha impactado por su imaginación, lucidez y coherencia. Lo suficiente para reproducir aquí, tal como han hecho en otras muchas páginas, el “Credo” que publicó en la revista francesa Science en 1984, traducido por Tomás Eloy Martínez



Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para soltar las riendas de la verdad dentro de nosotros, para demorar la noche, para trascender la muerte, para congraciarnos con los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz de los bosques sumergidos, en la excitación de las playas de vacaciones cuando están desiertas, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de muchos pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en las pistas olvidadas de las Islas Wake, apuntando hacia los Pacíficos de nuestra imaginación.

Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, con el gancho de su nariz y el brillo de su belfo; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos; en mi sueño de Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un olvidado motel de carretera mientras los vigilan con el tubo de un tanque de gasolina.

Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan próximas a mi corazón; en el momento que apoyan sus cuerpos desencantados sobre el encantado cromo de los mostradores en los automercados; en la calidez con que toleran mis propias perversiones.


Creo en la muerte del mañana, en la fatiga del tiempo, en nuestra búsqueda de un tiempo nuevo dentro de la sonrisa de las azafatas en los autobuses de larga distancia y dentro de los ojos cansados de los hombres que controlan el tránsito en los aeropuertos fuera de temporada.


Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y mujeres, en las 69 posiciones de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Lady Di, en los dulces olores que emanan de sus labios cuando ellos miran las cámaras del mundo entero.


Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en el humor lunático de las flores, en las enfermedades aportadas a la raza humana por los astronautas del Apolo.


Creo en nada.


Creo en Max Ernst, Paul Delvaux, Dalí, Goya, Ticiano, Leonardo, Vermeer, De Chirico, Magrite, Redon, Durero, Tanguy, el cartero Cheval, las torres Watts, Bocklin, Francis Bacon y todos los artistas invisibles recluidos en los psiquiátricos del planeta.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en el propósito asesino de la lógica.

Creo en las adolescentes, en cómo se corrompen a sí mismas por la posición que adoptan sus largas piernas, en la pureza de sus cuerpos desarreglados, en los bellos púbicos que dejan en los baños de los moteles más infames.

Creo en el vuelo, en la belleza de las alas y en la belleza de todo lo que ha volado siempre, en la piedra arrojada por un niño con la misma sabiduría de los estadistas y de las parteras.


Creo en la delicadeza de los bisturís quirúrgicos, en la ilimitada geometría de las pantallas de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la charlatanería de los planetas, en la repetitividad de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y en el aburrimiento del átomo.

Creo en el desarreglo de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Jonathan Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.

Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro y en las infinitas posibilidades del presente.

Creo en los diseñadores de las pirámides, del Empire State, del bunker de Hitler en Berlín, de las pistas de aterrizaje en las islas Wake.

Creo en los olores del cuerpo de Lady Di.

Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies.

Creo en los dolores de cabeza, en el aburrimiento de los atardeceres, en el miedo de los calendarios, en la traición de los relojes.

Creo en la ansiedad, en la psicosis y en la desesperación.

Creo en las perversiones, en las obsesiones con árboles, princesas, primeros ministros, bombas de gasolina muertas (más hermosas que el Taj Mahal), nubes y pájaros.

Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.

Creo en Tokio, Benidorm, la isla Wake, Eniwetok, Dealey Plaza.

Creo en el alcoholismo, en las enfermedades venéreas, en la fiebre y en el agotamiento.

Creo en el dolor.

Creo en la desesperación.

Creo en todos los niños.

Creo en los mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, horarios de aviones, tableros de aeropuertos.

Creo en todas las excusas.

Creo en todas las razones.

Creo en todas las alucinaciones.

Creo en todos los pleitos.

Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y en la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz.


J. G. BALLARD, What I Believe