viernes, 26 de junio de 2009

Dos recomendaciones para el verano

aaaaaaaaaa
1.
Mil años de poesía europea



Francisco Rico ha compilado una selección representativa de los mil años de poesía en Europa para uso de aquellos que no frecuentan habitualmente la lírica. Cada autor tiene una nutrida selección de poemas que va mostrando los cambios de estilo y forma. Empezamos con la desvergüenza y espontaneidad de la “canción de mujer" de la lírica medieval:

¿Por qué me pega el marido?
aaaa¡Pobrecita!
aaaaYo nada malo le he hecho,
ni he dicho nada molesto,
aunque traje al otro al lecho,
aaaade solita.
¿Por qué me pega el marido?
aaaa¡Pobrecita!
aaaaY si seguir no me deja
ni darme la vida buena
que por cornudo se tenga.
aaaa¡Ésta es fija!
¿Por qué me pega el marido?
aaaa¡Pobrecita!
aaaaBien sé lo que voy a hacer
y cómo me vengaré:
con mi amigo me echaré
aaaadesnudita.
¿Por qué me pega el marido?
aaaa¡Pobrecita!

(Trad. de Francisco Rico)


En el siglo XVII encontramos una muestra de la religiosidad barroca y atormentada de John Donne:

aaaaSoy un mundo en pequeño hábilmente tejido
de materia y de espíritu que es de origen angélico,
pero el negro pecado hunde en la noche eterna
de mi mundo ambas partes, y ambas deben morir.
aaaaLos que habéis encontrado más allá de altos cielos
nuevos orbes, pudiendo describir nuevas tierras,
derramad nuevos mares en mis ojos, y así
que se ahogue mi mundo con mi llanto, o lo lave
aaaasi no está destinado a sufrir un naufragio.
¡Pero no, que ha de arder! Hasta ahora las llamas
de lujuria y de envidia lo han quemado y lo han hecho
aaaaaún más ruin. Haz, Señor, que este fuego se apague,
y que yo arda por Ti y tu casa con celo
encendido que sana y consume a la vez.

(Trad. de Carlos Pujol)


Y ya en el s. XX, Ôsip Mandelstam es devorado por la dictadura soviética por ridiculizar a Stalin en uno de sus poemas. Murió encerrado en el gulag, yendo de un lado a otro como un zombi mientras recitaba en italiano versos de Petrarca.

LENINGRADO

aaaaHe vuelto a mi ciudad –lágrimas en los ojos,
mi fiebre infantil, mi sangre y mis venas.
aaaaSi has vuelto, entonces bebe pronto
el jarabe de los faros de este río.
aaaaReconoce ese día de diciembre,
siniestro alquitrán mezclado con yema.
aaaa¡Aún no quiero morir, Petersburgo!
Tienes mis teléfonos aún.
aaaaAún guardo direcciones, Petersburgo,
donde hallaré las voces de los muertos.
aaaaVivo en la escalera y en la sien
el timbre arrancado me golpea.
aaaaY espero a invitados en la noche
moviendo los grilletes de la puerta.

(Trad. de Lola Díaz)


2. Confesiones. Vivir en el fuego, de Marina Tsvietáieva



Marina Tsvietáieva vivió buena parte de los horrores de la historia rusa del siglo pasado: tras una infancia en una familia aristocrática, hubo de exiliarse debido a la Revolución de Octubre. Honesta y exigente, elaboró su obra en los márgenes que le dejaban sus obligaciones familiares. Presionada para volver a Rusia por su familia, se suicidó al darse cuenta que ya no era necesaria para ninguno de sus hijos. Uno de los libros más impresionantes que he leído, tanto por la energía inconfundible de la voz de Tsvietáieva como por la ejemplaridad de su vida como desplazada, característica del s. XX.

domingo, 21 de junio de 2009

Encerrados en la cultura propia

Querido S.:

En el siglo XVIII surgieron las dos corrientes de pensamiento que polarizarían todos los debates hasta nuestros días. Por un lado se desarrolló en Francia la Ilustración, la cual postula una serie de valores comunes a todos los seres humanos (universalismo), el recurso a la ciencia como manera de alcanzar la realidad de las cosas en detrimento de la verdad revelada, el espíritu crítico alimentado a base de una instrucción/educación adecuada, liberación de los prejuicios etc. Por su parte, Alemania cobijó el Romanticismo, una exaltación de la subjetividad, los valores autóctonos, la cultura nacional, el genio del idioma y, en una palabra, la glorificación de lo particular. La búsqueda ilustrada de leyes universales es rechazada por los románticos como una intrusión en el espíritu particular de cada nación, todas irreductiblemente diferentes. El universalismo es sólo una muestra de arrogancia de la nación francesa, preocupada por imponer sus ideas a las demás.
Un repaso a ambos modelos es lo que encontramos en La derrota del pensamiento (1987), de Alain Finkielkraut. Desde la idea del Volkgeist de Herder hasta las teorías anticolonialistas de los estructuralistas, el autor despieza el ideario de los variados herederos del Romanticismo y defiende el establecimiento de unos derechos comunes a todos los seres humanos que les permitan liberarse de cualquier determinación impuesta por motivos raciales, étnicos o lingüísticos. Montesquieu sostuvo que una comunidad debía basarse en lazos jurídicos (igualdad ante la ley); por su parte, Herder insistió en que las relaciones entre los miembros de una misma nación estaban cargadas de sentido, determinadas por la lengua, las ideas y las costumbres del lugar. Las leyes de un un pueblo eran una emanación de esa tierra, tan naturales como la flora o el clima. El desprecio por las "abstracciones" de Montesquieu en favor del nacionalismo de Herder ha creado monstruos como el nacionalsocialismo, e incluso las naciones en proceso de descolonización se han dejado seducir por esas ideas, creando nuevos nacionalismos por doquier.

"En efecto, en el mismo momento en que se devuelve al otro hombre su cultura, se le quita su libertad: su nombre propio desaparece en nombre de su comunidad, ya no es más que una muestra, el representante intercambiable de una clase especial de seres. So capa de acogerle incondicionalmente, se le niega todo margen de maniobra, toda escapatoria, se le prohíbe la originalidad, se le atrapa insidiosamente en su diferencia; creyendo pasar del hombre abstracto al hombre real, se suprime, entre la persona y la colectividad de la que ha salido, el juego que dejaba subsistir y que incluso se esforzaba en consolidar la antropología de las Luces; por altruismo, se convierte al Otro en un bloque homogéneo y a los otros en su realidad individual se les inmola por esta entidad. Semejante xenofilia conduce a privar a las antiguas posesiones de Europa de la experiencia democrática europea". (pág. 79)


La nueva forma adquirida por este racismo y xenofobia encubiertos es la de multiculturalismo. La cultura se convierte en algo inmutable, en un conjunto de clichés que encanta a los turistas. Hay un racismo solapado en esta concepción: cada cultura ha de estar en sus sitio, independiente e impermeable a los demás. El extranjero puede venir de visita pero ha después ha de llevarse todo lo que ha traído consigo. Pero hay también el voluntarismo de querer comunicarse y entenderse con las demás culturas. Si el extranjero decide quedarse, se convertirá en un desarraigado sin remedio:

"Hay que elegir, en efecto: no se puede exaltar simultáneamente la comunicación universal y la diferencia en lo que tiene de intransmisible; después de haber vinculado a los franceses con su país mediante los lazos exclusivos de la memoria afectiva, no se puede poblar Francia de personas sin acceso a esa memoria y que sólo tienen en común entre sí el hecho de ser excluidos. Querer sustentar la hospitalidad en el arraigo encierra una contradicción insuperable". (pág. 98)

En la última parte del libro, Finkielkraut critica la nivelación de productos realizada por la industria cultural. Da lo mismo leer los poemas de Baudelaire o escuchar los temas reivindicativos de un cantautor. El objetivo principal de las campañas publicitarias son los jóvenes: se ha producido así una infantilización general del gusto y la juventud dura ahora prácticamente hasta los 40. Publicado hace más de 20 años, en fin, este libro sigue siendo sugerente e incisivo en sus razonamientos. Anagrama lo publicó hace ya bastantes años así que supongo que tendrás que echar mano de alguna biblioteca si quieres hacerte con él. Así que con esto y Keith Jarrett al piano, te dejo.


Un abrazo,

Á.

viernes, 19 de junio de 2009

Civilización occidental


“Se ha dicho muchas veces que la descolonización fue el rodeo del que se valieron los países del sur para adoptar el modelo occidental. Sin lugar a dudas, el planeta se ha modernizado, pero sólo se occidentalizó parcialmente. Se unificó bajo el triple sello de la economía, la técnica y las comunicaciones, no bajo el del respeto a las personas ni bajo el del sistema parlamentario. Por más que aumente el número de democracias, aún son legión los regímenes que se resisten a promover la igualdad o las libertades fundamentales y que están seducidos por nuestras armas, nuestra avanzada tecnología y nuestras grandes empresas. El odio por Occidente es siempre el odio por los derechos humanos y por la democracia. Aceptar a Occidente es como entreabrir la puerta tras la que se abren camino la audacia y el caos, el cuestionamiento de los abusos disfrazados de tradiciones, de las desigualdades basadas en la naturaleza. Esa aceptación impone a cada sociedad tareas insuperables, liberarse de su pasado, salir del capullo protector de la costumbre. Se lo detesta, no por sus faltas reales sino por su intento de repararlas, porque ha sido uno de los primeros que ha tratado de superar su propia bestialidad. Ha quebrado el círculo de la connivencia con los violentos, y eso es lo que no se le perdona. Desde que se ha metido a moralizar la historia, se lo atrapó en su propia trampa, se lo ha enfrentado a todas las inmundicias para confundirlo en la medida en que él mismo suministra la munición.

A este respecto, el auténtico motor del integrismo es menos el respeto puntilloso de la tradición que el terror a un modo de existencia fundada sobre la autonomía individual, la innovación perpetua, la desarticulación de la autoridad. Los avances de la libertad son paralelos a los del rechazo de la misma y sobre todo el rechazo de la emancipación de las mujeres, una mutación simbólica fundamental producto del siglo pasado. De ahí surgen esas nuevas generaciones de yijadistas nacidos en Europa, estos “emires de los ojos azules”, desconcertados en su propia sociedad, en busca de normas rígidas que les den seguridad. No tenemos miedo a morir, exclaman estos kamikazes para poner de relieve su superioridad sobre el común de la gente. Pero el caso es que tienen miedo a la vida, no dejan de pisotearla, de calumniarla, de destruirla, de formar candidatos al martirio desde la cuna. Los observadores se han dado cuenta: las fotos de los terroristas tomadas algunas horas antes de los atentados nos muestran a personas calmadas y serenas. Han despejado sus dudas, han alcanzado la sabiduría. En efecto, ésta es la paradoja de las sociedades abiertas que parecen desreguladas, injustas, acechadas por el crimen, la soledad y las drogas, porque ponen su indignidad a la vista de todos, no dejan de confesar sus carencias mientras que otras sociedades, más opresivas, parecen armoniosas porque tienen amordazadas tanto a la prensa como a la oposición. “Donde no hay conflictos visibles, no hay libertad”, decía Montesquieu. Las democracias son inquietas por naturaleza, no realizan jamás sus ideales; decepcionan necesariamente, cavan una trinchera entre la esperanza que suscitan y la realidad que construyen. Refuerzan la difamación de sus enemigos, les dan el derecho a detestarlas con total buena fe. De la imperfección de nuestros regímenes se deduce su perversidad fundamental. Pero lo que hay que sostener es justamente lo contrario: mostrar nuestras yagas en público es tanto como ser conscientes de nuestros vicios cuando la verdadera falta es la ignorancia de los propios males”.

PASCAL BRUCKNER, La tiranía de la penitencia. Ensayo sobre el masoquismo occidental

martes, 16 de junio de 2009

Ahí la tienes, báilala


El suplemento de
El Mundo dedicado a las mujeres, Yo Dona, es una mina en la que se pueden hallar bombazos como éste: un muestrario de fotos de Megan Fox a cada cual con más cara de loba. Esta mujer es puro sexo y hasta con una camiseta de promoción de Piensos Gelín, desgreñada, sin desmaquillar y con el tampax colgando tiene que estar erótica. Ahí va una selección de las fotos del reportaje más proclives al palotismo.




sábado, 13 de junio de 2009

Una mirada a la oscuridad


Querido S.:


Como sabes, una de los centros de gravedad de la inmensa novela póstuma de
Roberto Bolaño, 2666, es la indagación en los asesinatos de mujeres cometidos en los alrededores de Ciudad Juárez, en el estado de Sonora, cerca de la frontera mexicana con Estados Unidos. Cientos de cadáveres mutilados, a menudo con marcas de abusos sexuales, han ido apareciendo en el desierto desde hace varios años. Bolaño creía poder hallar en esos crímenes una clave fundamental de la condición humana. Si los investigaba con lucidez y penetración, si lograba mantener la vista fija en el corazón del mal, daría con “el secreto del mundo”.


En el curso de sus indagaciones para la novela, Bolaño trabó amistad con un periodista mexicano también interesado en ese rastro incesante de mujeres muertas. Sergio González Rodríguez publicó un estremecedor libro sobre el tema, Huesos en el desierto (Anagrama), en el que relacionaba los asesinatos con los cárteles de la droga, cuyos miembros se estarían alejando paulatinamente de la condición humana al no respetar ningún tipo de principio ni ley: el dinero y las armas lo deciden todo. La brutalidad aparejada al narcotráfico rescata algunos atavismos destinados a acabar con el adversario o, en su defecto, hacerle escarmentar mediante el miedo. González Rodríguez investiga uno de los atavismos más horribles en su nuevo libro, El hombre sin cabeza (Anagrama): la decapitación.

En las soleadas costas de Acapulco, el autor observa cómo la ciudad antaño llena de turistas hoy es un centro en el que se relajan los jefes del narcotráfico, los cuales llevan la violencia detrás de sí provocando la espantada de los demás visitantes. En las interminables batallas por el control del mercado clandestino de la droga, los grandes jefes han sobornado e intimidado tanto a las autoridades como a la población civil. Tanto es así, que la eliminación del adversario, antaño un asunto que se llevaba en la oscuridad y el silencio, hoy se cumple a plena luz del día con la certeza de la impunidad. El asesinato y la tortura llevan a sus perpetradores a una especie de regresión en la que se desanda la historia en busca de métodos cada vez más crueles y brutales con los que destruir al enemigo. Se muestra así lo frágil del barniz que llamamos “progreso”, presto a desaparecer en pos de comportamientos aparentemente superados, aunque en realidad estén sólo semienterrados.


La nueva “moda” entre los sicarios es el seccionamiento de la cabeza del rival. González Rodríguez analiza la presencia de este hecho en la historia, desde las montañas de cráneos del Medio Oriente Antiguo hasta la guillotina que descabezó a Luis XVI. Es un tema recurrente en el arte (Salomé y Juan Bautista, por ejemplo) y sigue dando que pensar en la actualidad. Me viene a la cabeza una de las novelas (no recuerdo cuál, creo que la segunda) de la serie Tu rostro mañana, de Javier Marías, en la que uno de los personajes amenaza a otro con una espada (dicho fuera de contexto suena raro, pero en la novela tiene sentido).

Surge por tanto una nueva categoría entre los sicarios: el decapitador. Dentro del sincretismo supersticioso de estos asesinos se pueden encontrar reminiscencia de los ritos precolombinos, del cristianismo, del vudú, del satanismo y de todo tipo de creencias animistas. La decapitación cumple en algunos casos una función sacrificial: los narcos necesitan la sangre de una víctima para liberar unas energías que favorecerán un objetivo determinado. Los espeluznantes relatos que nos proporciona el libro nos muestran el profundo deterioro de la sociedad civil en México. El grado de nihilismo al que ha llegado buena parte de la población es espeluznante.



Un libro muy interesante, con observaciones sugerentes y que da que pensar. Con esto y Martha Argerich interpetando a Chopin me despido.


Un abrazo,


Á.

miércoles, 10 de junio de 2009

Este lado de la verdad


Este lado de la verdad
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa(para Llewelyn)


De este lado de la verdad,
quizá tú no veas, hijo mío,

rey de tus ojos azules
en el país cegador de la juventud,

que todo está por hacerse
bajo los cielos indiferentes

de inocencia y de culpa

antes que intentes sólo un gesto

con la cabeza o el corazón,

todo se ha unido y disgregado

en la ventosa oscuridad
como el polvo de los muertos.


Lo bueno y lo malo, dos maneras

de andar entre tu muerte
por este mar triturador,
rey de tu corazón en los días ciegos,

vuelan como el aliento,

van llorando a través de ti y de mí

y de las almas de todos los hombres

hacia la inocente oscuridad

y la culpable oscuridad
y la buena muerte y la mala muerte

y por fin en el último elemento

vuelan como la sangre de los astros,


como las lágrimas del sol,

como la semilla de la luna,

basura y fuego, en el bullicio volador

del cielo, rey de tus seis años.

Y el deseo perverso

bajo el origen de las plantas,

los animales y los pájaros,

del agua y de la luz, de la tierra y el cielo,

desaparece antes de que te muevas,

y todos tus actos, todas tus palabras,

cada verdad, cada mentira,

mueren en un amor que no juzga.



DYLAN THOMAS
(Traducción de Elizabeth Azcona Cranwell)

lunes, 8 de junio de 2009

Ten fe, camarada

Querido S.:

Como sabes, acabo de leer La gran mascarada. Ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista, de Jean-François Revel. Un libro interesantísimo, honesto y necesario. Y, por desgracia, profundamente europeo. Me debatía entre hacer un post comentándolo o no, y cuando ya lo había descartado por pura pereza me he encontrado con esto. Vamos primero con el libro.

Si pensábamos que la memez era un hábito exclusivamente hispánico, Revel nos muestra que nuestros vecinos no nos van a la zaga y a veces, incluso, corren más rápido. Mucho tiempo lleva sorprendiéndome que se siga usando jerga marxista en escritos intelectuales varios, especialmente en medios universitarios. Cuando filósofos y economistas, además de la propia realidad, han desmontado casi todo lo que Marx dijo, imberbes perroflautas y alternativos de MasterCard enarbolan un mejunje conceptual (supuestamente) extraído de los escritos de Marx con el que pretenden enmendarle la plana a todo lo real, caiga quien caiga.

La caída del Muro de Berlín suponía el fin de los totalitarismos comunistas, un enorme enchufe de libertad (entre las que destacaban la libertad económica y la de expresión, además de la política) a todos esos países ahogados durante tantos años por el influjo soviético. La gran utopía comunista demostraba así su descomunal fracaso en todo el mundo con un balance aterrador: millones de muertos, autoritarismo político, censura, campos de concentración o reeducación para todo tipo de disidentes, burricie económica que provocó miseria y hambre allí por donde pasó, torturas, deportaciones etc. La aplicación de los principios del socialismo científico se definieron por su total inhumanidad, por su incomprensión palmaria del mundo y, en una palabra, por su dogmatismo. En lugar de extraer los principios de la observación de la realidad, lo que constituye el objetivo de la ciencia, se establecían unos principios y luego se buscaba adaptar la realidad a ellos. No me gusta mezclar a Marx con sus discípulos, porque fueron estos los que cometieron los crímenes y malinterpretaron casi todo lo que dijo aquél. Aunque tampoco hay que quitarle mérito al padre fundador. En palabras de Antonio Escohotado:

“La iluminación del joven Marx impresiona por el número y tono de las invectivas, los subrayados y exclamaciones, la adjetivación inflamada y una preferencia por el imperativo como forma verbal, aunque tergiversa o ignora los propios procesos que describe. Tan laico parecía su hallazgo, y cuando terminamos de leer resulta que la propiedad privada es la Caída, una redefinición supuestamente científica del pecado original. La versión antigua dice que los primeros humanos comieron una manzana con ánimo rebelde. La marxista dice que se refocilan en el ser alienado de la mercancía, vendiendo y comprando gustosamente lo mismo bienes que servicios. Nada se dice sobre el día después del infierno capitalista y el purgatorio revolucionario, salvo que los seres humanos serán al fin humanos, como si la letra cursiva diese pormenor al vacío. Llevados hasta aquí por un resuelto voluntarismo -que es la conciencia de clase obrera revolucionaria-, dicha voluntad se trasmuta en una necesidad tan determinista como la física newtoniana, afirmando que ya creará sobre la marcha un reino de prosperidad y paz social sobre las ruinas del mundo mercantil”.

En lugar de a un científico tenemos a un profeta. Y ese “voluntarismo” ciego y fanático perdura hoy día en un sector preferentemente compuesto por intelectuales y universitarios. Revel hace un descorazonador catálogo de estos negacionistas y de su particular visión de los hechos. Primero negaron los crímenes cometidos por las dictaduras comunistas, cubriendo de oprobio y calumnias a los testigos de ese horror (uno de los más denigrados fue Alexander Solzhenitsin). Cuando no hubo más remedio que atenerse a las pruebas, se reconocieron los crímenes con la boca pequeña y se declaró que eran corrupciones del ideal socialista. Pero lo que demuestra la unanimidad de los testimonios es la unidad de todos los regímenes del socialismo real: todos ellos engendraron dictaduras políticas, censura, corrupción, pobreza extrema, campos de internamiento… Es decir, el fruto de la aplicación del marxismo es, siempre y sin excepciones, el totalitarismo. Y aquí viene otro punto conflictivo: el sistema totalitario (“un invento original del s. XX”, en palabras de Tzvetan Todorov), cuyo objetivo principal es la destrucción del ser humano en cuanto tal, ha sido conocido en dos vertientes: la nazi y la comunista. Pero esta evidencia provoca desgarramiento de vestiduras en la grey izquierdista, siempre presta a descalificar como “fascista” al disidente. La coincidencia de métodos y objetivos con el rival no les dice nada. Y digo “objetivos” porque ambos coinciden en el enemigo a abatir: el liberalismo. El individualismo, la iniciativa propia, la propiedad privada y, especialmente, el libre mercado son la auténtica bestia negra de ambos totalitarismos. Al comienzo he dicho que éste es un libro “muy europeo” porque el fenómeno que analiza es difícil de imaginar en el país que da forma al infierno para todo anti-sistema que se precie: Estados Unidos. Es decir, el país en el que los beneficios del liberalismo han actuado más y durante más tiempo.

En fin, estas son algunas de las ideas que encontrarás en este excelente libro. Y ahora a la noticia que ha provocado que te lo comente: los mordiscos al cuello que le han tirado a Antonio Gamoneda por criticar, aun de manera harto respetuosa, la obra (que no la persona) de Mario Benedetti. Como sabes, el escritor uruguayo siempre se ha tenido, entre la gauche divine, de escritor comprometido. Traducido: simpatizante de las dictaduras de izquierda. Cuando un intelectual es arropado por el rebaño progre, se le pone en un santoral que no admite la más leve discrepancia. Así, un comentario en apariencia tan leve como el de Gamoneda (aunque suponga un duro golpe a la labor poética de Benedetti) ha hecho caer sobre él una lluvia de insultos y descalificaciones que ni siquiera el fervor que ZP le profesa (fervor debido, sin duda, a que es leonés y acaricia el chovinismo cutre del presidente, porque no creo que semejante lelo entienda una palabra de la poesía ardua y honda de Gamoneda) ha ayudado a mitigar. Así, el hábito sectario de los izquierdistas profesionales sigue en activo. ¿Cómo habrían de verse si no las críticas de un escritor tan mediocre y tópico como Javier Rioyo? En fin, la obra de Gamoneda perdurará cuando ya no queden Rioyos que, desde ese museo del izquierdismo idiota en que se está convirtiendo El País, se dediquen a masticar y escupir la propaganda. Y esperemos que Escohotado vaya mostrándonos en su página las nuevas entregas de Los enemigos del comercio, esta vez dedicadas a Marx y sus secuaces después de repasar toda la historia anterior. Promete. Con esto y With God On Our Side, de Bob Dylan y Joan Baez, te dejo.


Un abrazo,

Á.

sábado, 6 de junio de 2009