viernes, 10 de julio de 2009

...sed intellegere


“…y no he buscado ridiculizar, deplorar ni menos aún maldecir las acciones humanas, sino sólo entenderlas”.
SPINOZA, Tratado político

Y comprender es lo que buscaba también Primo Levi (1917-1987) al enfrentarse a sus recuerdos en la primera parte de su autobiografía dedicada al universo concentracionario, Si esto es un hombre. Y tal vez se deba al carácter científico de Levi la contención y el talante analítico que presiden la obra, y que contrastan íntimamente con la crudeza del contenido y con las ásperas verdades que enuncia. Es éste uno de los tratados acerca de la naturaleza humana más penetrantes y descorazonadores que existen.



Desde su detención e ingreso en un vagón con destino a un desconocido pueblo polaco, el autor va desgranando paulatinamente el rosario de vejaciones, insultos, maltratos y humillaciones que acumula el heterogéneo grupo de judíos que viaja con él. Cuando llegan a la nueva ciudad doliente, la maldición bíblica se invierte: “El trabajo nos hace libres”. Levi comenta en la PRESENTACIÓN que tuvo suerte de no ser deportado hasta 1944, y es que había personas que llevaban varios años allí. Todo es considerado una suerte en este nuevo cosmos de sufrimiento: que la pesada carga que se transporta sea ligeramente menos pesada que en el anterior viaje; que aunque llueva no haga viento etc. Toda nimiedad supone un profundo alivio de la tortura cotidiana.


Los campos son dirigidos con puntualidad y rigidez germánicas. Se impone un nuevo orden marcial e inflexible. Las tardanzas, los desacompasamientos y, en fin, la indisciplina son inmediatamente castigados. La consecuencia inmediata de los malos tratos y la alimentación escasa es una debilidad física generalizada que enseguida se cobra muchas bajas. Rapados, desnutridos y escasamente vestidos por el mínimo uniforme, los prisioneros adquieren con prontitud una apariencia grotesca: la desmejora de la piel les impide reconocer al amigo apenas transcurridos unos días sin verse.


El derrumbamiento físico corre parejo al derrumbamiento moral. Si uno quiere sobrevivir, es necesario sobreponerse a las penalidades y afilar el ingenio y la malicia. La deshumanización sistemática del Lager (campo) crea una sociedad de “señores” en sentido nietzschiano: la generosidad, la compasión, la ayuda al más necesitado son despreciados en cuanto suponen la debilitación de uno mismo con la consiguiente mengua de las escasas fuerzas de que se dispone. Compartir la miserable hogaza de pan tal vez suponga el golpe de gracia a la diezmada constitución física. Al cabo de un tiempo, el hambre que se apodera sin remedio de uno orienta el pensamiento en una única dirección: la subsistencia. Levi distingue dos grupos en la sociedad concentracionaria: los hundidos y los salvados. Los hundidos conforman la insoportable fila de cadáveres producto del horror nazi. Los salvados han ganado su condición ayudando a engrosar las filas de los hundidos: robándoles sus cosas en un descuido, quitándoles los mejores puestos para recibir alimento, evitando con mil tretas los trabajos más pesados… El penetrante ojo de los alemanes sabía elegir a los judíos más sádicos y crueles para que desempeñaran puestos de alguna responsabilidad, como jefe de barracón o, incluso, Kapo al mando de un grupo de trabajadores. Estos nuevos jefecillos eran envidiados por el resto: cualquier mejora de las condiciones de vida era lo que un prisionero más deseaba.



El mundo fuera de la alambrada se convertía en algo lejano y quimérico de lo que era mejor no pensar. El humor negro del campo sostenía que de allí sólo se podía salir por la chimenea, es decir, transformados en el humo que despedían los hornos crematorios. Pero la mente de los prisioneros iba más allá del campo incluso en sueños: un sueño recurrente consistía en la vuelta a casa, a la normalidad del hogar. En esa cálida velada el superviviente relata a los demás lo vivido en el Lager: las torturas, maltratos, ejecuciones, hambre… Todos le miran sin comprender lo que dice. Otros no le creen. La mayoría le ignora. Pero el superviviente, ahora convertido en testigo, siente una necesidad física, dolorosa, de relatar. Ha vuelto del más allá para contarlo.



Primo Levi reivindica ante todo su calidad de testigo. Habla sólo de lo que vivió y extrae consecuencias de ello valiéndose de un estilo severo y elegante. Establecía al comienzo un paralelo con Spinoza, aunque convendría matizarlo. Levi buscaba comprender los actos de los alemanes, pero sin duda no era imparcial. ¿Cómo serlo después de todas esas monstruosidades? En Si esto es un hombre, como en otros testimonios del Holocausto (pienso en La noche, de Elie Wiesel), la estética del relato enfoca a cada cual con un color particular: los alemanes no son esos semidioses de uniforme impecable que aparecen en las películas. Son seres crueles, animalizados por el odio. El alemán es un idioma ladrado, arrojado a gritos contra alguien. La afición germánica al orden y al sistema se transforma en una aberración cuando se aplica a seres humanos. Las transgresiones de los oficiales al reglamento se realizan por codicia, jamás por piedad hacia el que sufre. Concentrado en el conocidísimo verso de Celan: La muerte es un maestro venido de Alemania.


Sin duda, un libro imprescindible para conocer los extremos a que puede llegar el hombre con fanatismo y una técnica eficiente. Levi nunca se cansó de dar a conocer tales bestialidades ni de ahondar en sus causas. Si esto es un hombre nos ayuda a prevenir males presentes y futuros, en ningún caso lejanos.