jueves, 31 de mayo de 2012

Cormac McCarthy, clásico vivo


Ya hace 20 años que se publicó All the Pretty Horses y, afortunadamente, la obra de Cormac McCarthy no ha dejado de crecer en fama y en brillantes aportaciones, como la áspera y vibrante En la frontera. Los Coen tuvieron a bien adaptar las andanzas de uno de los asesinos más estremecedores que se han paseado por una obra literaria: Anton Chigurh, en una de las pocas películas que han hecho que no es un bodrio (escribí sobre esto hace tiempo): No es país para viejos. Además, no se sabe cómo (¿$?), Oprah convenció al poco amigo de las entrevistas McCarthy para aparecer en su programa, logrando con ello que se dispararan las ventas de sus libros. Etiquetado desde hace tiempo como uno de los clásicos vivos de la literatura norteamericana y encima vendiendo cada vez mejor, el escritor goza de una vejez dorada. En JotDown publico un texto sobre Todos los hermosos caballos.


Todos los hermosos caballos



martes, 29 de mayo de 2012

Desgraciados como yo


"Tomen nota sobre el truco: por una cuarta parte de dólar les ofrezco instrucciones sobre cómo ser reseñista. Es fácil vender una reseña después de una sola lectura superficial del libro, un truco sencillo probablemente usado por la mayoría de los reseñistas de Los reconocimientos: leed por encima la novela, sin prestar mayor atención, pero cuidando de tomar nota de cada punto disperso que se le ocurra a vuestra dispersa mente. Después de "terminar" el libro, siempre se puede establecer alguna relación entre las notas (no importa lo incoherentes que sean). Lee de nuevo el blurb, consulta en tu lista numerada de clichés y decide cuál es el más adecuado. Ahora reescríbelo bien en jerga especializada y recuerda: tus lectores tampoco han leído aún el libro". (p. 42)

En 1955 se editó en EEUU la primera novela de William Gaddis, Los reconocimientos, un libro de casi mil páginas que a día de hoy es considerado una de las mayores novelas de la literatura norteamericana. Sin embargo, su tamaño y dificultad, cuando no la incompetencia profesional, echaron para atrás a la mayoría de los gacetilleros que la reseñaron en su momento, causando que un libro de una calidad sobresaliente apenas se vendiese. Un joven Jack Green leyó una de estas reseñas desfavorables y, por curiosidad, adquirió el libro. La evidencia de encontrarse ante una obra genial le hizo dedicar los números 12 a 14 de su fanzine newspaper a desmontar con minuciosidad, inteligencia y sentido del humor las cincuenta y pico críticas que recibió Los reconocimientos tras su aparición. el conjunto de estos textos fueron recogidos en el libelo ¡Despidan a esos desgraciados! (Fire the Bastards!).

Tras el exhaustivo repaso de todas las reseñas, Green ofrece un completo catálogo de los vicios, tics y rutas de escaqueo habituales en la crítica literaria. Desde fallos de comprensión a citas erróneas, pasando por la copia descarada de otras reseñas, las generalizaciones sin sentido, la falacia biográfica o el name-dropping con las supuestas influencias, los críticos encargados de analizar la novela no ahorraron ningún disparate a la hora de desprestigiar una obra que claramente les superaba como lectores, no digamos ya como críticos. Y es que la lectura atenta de las reseñas evidencia que buena parte de sus autores no había leído el libro. No hablo de los que confiesan no haber sido capaces de llegar a la mitad (unos cuantos) sino de los que ni siquiera se acercaron a él, tomando el material para su trabajo en parte de otras reseñas y en parte de la faja de Los reconocimientos. No puede decirse que su trabajo fuese mucho peor que el de los que habían empezado la novela.

Green se enfrenta con lucidez y mala uva a los tópicos que los reseñistas manejan despreocupadamente para alcanzar el número de palabras exigido. Entre otros clichés, desmonta el de "la primera novela", el de "la extensión", el de "lo ambicioso", el de "la falta de disciplina", el de "la erudición", o varios clichés que el autor denomina "de lo negativo", v. gr. "¡Cómo!, ¿no hay desenlace?". Todos responden a la falta de herramientas críticas a la hora de hacer frente a una verdadera obra de arte como Los reconocimientos en lugar de los insulsos best-sellers que hacen compañia en la cama a falta de algo mejor. Green da a las pifias nombres y apellidos, hace un recuento de las cagadas que corresponden a cada crítico y emite un fallo contundente pero justo: ¡despídanlo! Por inútil y por no hacer bien su trabajo. Su puntillosidad llega a extremos a menudo cómicos: una de los reseñistas se queja del grosor del libro de Gaddis y comenta: "(...) debe de pesar dos o tres kilos". Un lacónico Jack Green anota a pie de página: "1 kilo y 100 gramos" (p. 30).

El corrosivo análisis de ¡Despidan a esos desgraciados! sigue conservando una completa actualidad debido juntamente al rigor de sus planteamientos y a una pasión por la literatura que se traduce en un elogio del placer de la lectura y, sobre todo, de la relectura. Y supone un  latigazo necesario para los que, aunque sea de forma amateur, practicamos la crítica literaria. Una manera de recordarnos que en cualquier momento podemos ser el alguacil alguacilado y recibir un áspero correctivo por la falta de rigor. En mi caso, al hacer esto por placer, y no por obligación, al menos siempre leo hasta el final los libros que comento. Otra cosa es que sea parco en notas y me fíe demasiado de mi memoria. Ya habrá quien me lo eche en cara.


¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Prólogo de José Luis Amores
205 pp.
Col. Héroes modernos
Alpha Decay

lunes, 28 de mayo de 2012

Mozart, o la alegría


La literatura engendrada por la vida y el carácter de Mozart, no ya por su obra, es formidable en extensión y abigarramiento. No es para menos: la evidencia de encontrarse ante un precocísimo genio del que puede decirse que respiraba música ha fascinado a todo aquél que se ha acercado a su figura. La variedad de interpretaciones ha dado lugar a una serie de tópicos difíciles de erradicar, como señala E. J. Rodríguez en un completo artículo biográfico. El gran mérito del Autorretrato de Mozart, de P. A. Balcells (Acantilado), es el de ofrecer un completo retrato del compositor en sus propias palabras y las de los que le conocieron, extractando citas de las distintas correspondencias y testimonios.

El pequeño Wolfgang daba muestras de una simpatía y extroversión naturales con todo aquél que le prestase atención. Y en su niñez y juventud puede decirse que toda Europa estaba pendiente de las proezas de ese niño que aventajaba en ciencia y gracia musicales a todos los compositores de Europa. El ojo certero de Leopold, su padre, adivinó rápidamente las posibilidades de negocio que se escondían detrás del talento de Wolfgang y juntos se lanzaron a recorrer el continente y las islas de punta a cabo.

El joven genio absorbía la admiración y las atenciones, correspondiéndolas como algo natural. Cuando Wolfgang dejó de ser un niño prodigio para convertirse en un competidor, los músicos de las cortes europeas recelaron de él. Además el público ya no le prestaba su atención incondicionalmente, lo que supuso un duro golpe para alguien que consideraba el reconocimiento y el afecto como elementos dados. Leopold quiso encarrilar el carácter de su hijo mediante amenazas, ruegos y chantajes sentimentales pero no había manera. Wolfgang mostraba una inquietante inconsciencia respecto al dinero. Prefería quedarse hasta tarde con amigos casuales, improvisando música y chistes escatológicos. Prestaba su dinero al primero que despertase su compasión y fantaseaba descabellados proyectos laborales que no resistían el primer comentario de su suspicaz padre. 

El carácter despreocupado e infantil de Wolfgang desesperaba a Leopold pero había un aspecto en el que el joven demostraba una inédita madurez y un orgullo férreo: la música. Desde muy temprano se había despertado en Wolfgang una lúcida conciencia de su propio valor y de la medida de su talento, superior a la de cualquier músico contemporáneo. Esta conciencia de sí chocaba con el rol subordinado que tenían los músicos en la sociedad de la época. Wolfgang tuvo fuertes encontronazos con las autoridades y se negaba a aceptar otro puesto que no fuese el más elevado, el único que, según él, correspondía a sus méritos: el de kapellmeister (maestro de capilla). 

Balcells desgrana otros muchos aspectos de la vida de Mozart como su relación con las hermanas Weber, su extremada facilidad para componer múscica de una belleza inaudita, sus exigencias materiales para representar adecuadamente sus obras, su amor por la ópera... Todo ello con un uso predominante de fuentes primarias, sobre todo las cartas intercambiadas por Wolfgang y Leopold. Un libro apasionante que presenta con amenidad el complejo carácter de uno de los mayores músicos de la historia.


Autorretrato de Mozart, de P. A. Balcells
457 pp.
El Acantilado

domingo, 27 de mayo de 2012

"Blood Rain": llueve sobre todos



Que los coreanos son unos maestros a la hora de realizar un thriller está sobradamente demostrado. Y después de ver Blood Rain (2005), de Kim Dae-seong, uno no puede sino ratificar este hecho. Bravo, coño, bravo.

A comienzos del s.XIX, en la pequeña isla de Donghwa, arde el barco que debía llevar el tributo al Emperador. El Gobierno envía al detective Won-Kyu para que investigue lo sucedido. La isla se ha enriquecido enormemente gracias a la industria papelera y el detective pronto se da cuenta de que todos los hechos, incluidos los atroces asesinatos que se van sucediendo, tiene que ver con Kang, antiguo patrón de la empresa que fue ejecutado por prestar ayuda a un católico. Por este crimen, el inquisidor imperial condenó a cada miembro de la familia de Kang a un tormento distinto. Ahora, un misterioso e implacable asesino está repitiendo esa cadena de atrocidades y el detective ha de pararlo.

La película va desgranando meticulosamente varios aspectos de la sociedad de entonces- y de la de ahora. En primer lugar, la superstición. El vicio de otorgarle un poder decisivo a los azares de la vida, restándole responsabilidad a las propias acciones. Y la consiguiente dependencia de talismanes y hechiceros (la hechicera de esta película es muy guapa, por cierto). Después tenemos el rechazo al capitalismo. El patrón Kang prestaba dinero a quien lo quisiera con unos intereses muy bajos, así que buena parte de la isla le debía dinero. Recuperar las letras de cambio es un buen móvil para asesinarlo- recordemos los estragos que esto mismo causó entre los judíos españoles. En tercer lugar aparece el delito religioso, representado por la ayuda prestada a los católicos. Esto se relaciona con la intensa xenofobia que recorre la isla, contra los forasteros en general y contra los occidentales en particular, siempre  sacudidos por ese miedo que parece común a todos los países asiáticos: la occidentalización.

Won-Kyu se enfrenta pues a un arduo problema. Concebido como una suerte de fray Guillermo de Baskerville asiático, su carácter no es lo único que recuerda a la novela de Eco: uno de los asesinados muere en una enorme tina, como uno de los personajes de El nombre de la rosa- si bien el crimen de Blood Rain es mucho más espectacular. A medida que avanza la película, la trama va tomando colores más oscuros para terminar en una visión tremendamente pesimista de la sociedad. Los nobles desprecian y pisotean al pueblo. El pueblo se deja arrastrar por sus pasiones convirtiéndose a menudo en populacho. Los intentos de mejora y de modernización de las relaciones sociales son sólo fachada, creando resentimiento y afán de venganza. Al final, todos los personajes aparecen degradados y propensos al crimen.

Una trama apasionante, con algún altibajo, una buena fotografía y una estupenda banda sonora hacen de ésta una película más que recomendable. No se la pierdan.