viernes, 28 de diciembre de 2012

Series del año: Don y Peggy en los 60's


SPOILERS de la 5ª temporada de Mad Men.

Mi idea de la felicidad para un futuro no muy remoto es sentarme a ver de nuevo Mad Men desde el principio. Sin prisas, atendiendo a los detalles con la perspectiva que da el conocer todo lo que viene después (Ay el tiempo! Ya todo se comprende, en verso de Gil de Biedma), disfrutando de las simetrías, de la ironía narrativa, de los cambios que ya no parecen tales. Compartiendo las miserias de varios personajes inolvidables en la que es, para mí, la mejor serie que se emite hoy día. Dentro de esta temporada 5ª ha habido varios capítulos extraordinarios (como el impactante y muy comentado "The Other Woman") entre los cuales me quedo, sin duda, con el 5x06, "Far Away Places" (preferencia que comparto con Carlos Reviriego).

Habría que remontarse al principio de los tiempos madmenianos para ponderar como se merece el cambio de cada personaje. El de la ambiciosa Peggy podría resumirse así: está consiguiendo lo que quiere, a saber, se está transformando en Don. Una metamorfosis no poco dolorosa. Entendámonos: Peggy quiere alcanzar el estatus profesional de Don (y, aunque el capítulo suponga un tropezón por arruinar la campaña de Heinz, la señorita Olson va por buen camino) pero ello conlleva una dependencia del trabajo que exaspera el carácter de Peggy. Se levanta malhumorada y supersticiosa pensando sólo en su trabajo. Discute con su novio por ello, quien la acusa de sólo llamarle para actuar de válvula de escape. Ella es el hombre en la relación. Fuma y bebe en el trabajo. Busca escapadas sexuales furtivas en los cines. Pero a última hora necesita la ficción de un novio (Peggy es de otra generación que Don: lo que en éste es el matrimonio en ella es la pareja), un amago de estabilidad, y vuelve a llamar a Abe.

Hace poco se puso en circulación en Twitter el hashtag #momentosSeriépicos y entre ellos incluiría, sin duda, a Roger puesto de LSD. Roger es Don, sólo que una generación mayor, y creo que se puede hacer una proyección bastante fiable de la madurez de éste tan sólo atendiendo a los baches que va sorteando Mr Sterling. Casarse con la joven secretaria es un cliché en el que Roger cayó antes que Don y del que sale antes que él (el final de la temporada, con Don en cierta manera volviendo a la soltería de beber solo en los bares, anuncia una tormentosa separación en la siguiente, a mi parecer). El carácter cómico que ha ido adquiriendo Roger, con algunas de las líneas de diálogo más chispeantes de la serie, se compensa con una aceptación de la edad tardía gracias a, sorprendentemente, uno de los aspectos más característicos de la década: el viaje interior mediante alucinógenos. Roger sale de la experiencia con el LSD enriquecido y sereno.

Y queda Don. El desubicado Don. ¿O los desubicados somos nosotros al no verle borracho ligando en los bares? Me doy cuenta de mis inercias como espectador cuando compruebo que no acabo de admitir los cambios operados en Don. Tengo cierta idea predeterminada suya que me cuesta cambiar, y creo que no soy el único. Los guionistas juegan con ello (con nosotros) sobre todo el capítulo en que Don consuela a Joannie por su separación. La tensión sexual entre los dos siempre ha estado latente. ¿Hay alguien que no diese por supuesto que iban a acabar en la cama? Sin embargo, Don se comporta como un caballero y se va a casa borracho perdido... pero fiel. 

No se puede negar que Don ha perdido fuelle en su trabajo. Es lo que le reprocha Bert Cooper al final del capítulo que comento: se ha casado con una mujer joven y bella y pretende disfrutarla viviendo de las rentas, cuando la situación de la empresa dista de ser sólida. Don ha dejado a un lado el aspecto artístico y obsesivo de su trabajo, por lo que ya no precisa de las válvulas de escape que suponían las cogorzas y las aventuras extramatrimoniales. Puede centrarse en su mujer pero lo hace con un estilo de viejo playboy que paga para que su rubia tonta tenga una carrera y las mejores pieles. Y Megan ni es rubia ni es tonta ni quiere a Don por su dinero. De hecho, el viaje nostálgico en el que Don embarca a Megan (apartándola a disgusto de sus compañeros) se salda con una pelea épica y con la evidencia de la brecha de edad entre ambos. Don silba I Wanna Hold Your Hand pero se encuentra muy lejos de las coordenadas mentales de los años 60, encarnados en la música de los Beatles. Muy lejos de Megan y de Peggy e, incluso, de las lecciones que poco a poco aprende Roger.

Como acompañamiento de este artículo recomiendo, más que a los cansinos Beatles (sí, no los soporto, aunque I Wanna Hold Your Hand me encante) , la banda sonora de The Dreamers.


jueves, 27 de diciembre de 2012

Series del año: Mike



SPOILERS de la 5ª temporada de Breaking Bad.

Esta primera mitad de la última temporada de la serie de Vince Gilligan ha sido mucho más irregular que las anteriores. Ha habido tramas recosidas con prisa, Jesse ha sido dejado en un completo segundo plano y, peor aún, ha habido un capítulo entero de relleno remedando las andanzas de Danny Ocean y sus compinches pagados de sí mismos. Del otro lado tenemos todo lo que nos fascina en esta serie: el ambiente enrarecido y violento, los personajes al límite, la continua TENSIÓN. Y a este respecto el 5x02, "Madrigal", me ha parecido uno de los capítulos del año.

Desde sus primeros y esperpénticos viajes al desierto para cocinar, Walter y Jesse han ido subiendo escalones de tres en tres en el negocio de la droga. La muerte de Fring ha dejado un vacío de poder que Walter no duda en ocupar. Pero también ha dejado a mucha gente sin trabajo y a merced de la DEA. El capítulo empieza mostrando una de las larguísimas ramificaciones del negocio en B de Los Pollos Hermanos. Para ser el nuevo rey, Walter precisa de alguien con experiencia y contactos, es decir, necesita a Mike. Pero desde un principio éste ha calado al antiguo profesor de Química. Ha visto que, lejos de la fría e implacable racionalidad de Fring, Walter es un hervidero de complejos y de resentimiento, una alimaña codiciosa y mezquina que no tardará en explotar. Y Mike no quiere estar cerca cuando eso pase (a toro pasado vemos la enorme ironía de esta conversación). Walter le ofrece ir a partes iguales con Jesse y él. Dice: Owners, not employees, lo que Mike le recordará más adelante cuando tengan que pagar los enormes gastos del negocio.

Mike Ehrmantraut es el protagonista absoluto de este capítulo y tiene dos escenas que se cuentan entre lo mejorcito de la serie. La 1ª es la del interrogatorio. Hank y Gomie interrogan rutinariamente a Mike como uno de los principales empleados de Gus Fring. Descubrimos algunas cosas sobre su pasado, como que fue policía. Lo que parecía un mero mamoneo para intimidar a Mike revela un final explosivo: la DEA ha descubierto (todo gracias a Walter, aunque Mike no lo sepa) los "fondos de pensiones" con los que Fring compraba el silencio de sus empleados. Sin dinero, es cuestión de tiempo que uno de ellos cante.

La 2ª escena que me hizo estremecer es la de la casa de Lydia, una de las empleadas de Fring aterrorizada por el efecto dominó que supondría el que alguien confesase. Por ello contrató a un sicario para que acabase con Mike, sin éxito. Ahora éste va a devolverla el favor. Hay un momento insoportable en el que Mike le apunta a la cara con el arma y ella le dice: "No me dispares a la cara, no quiero que mi hija me encuentre así", a lo que él le contesta: "No va encontrarte. Nadie te va a encontrar". Otra fosa en el desierto.

Sin embargo, Mike está en bancarrota y necesita a Lydia, como necesita a Jesse y, ay, a Walter. Esa debilidad será su ruina. El capítulo termina con un viscoso Mr White aparentando llevar una vida cotidiana normal junto a su aterrada esposa. Esta última escena parece sacada de una película de abducciones extraterrestes, tal es el cambio que se ha producido en Walter. Skyler ve con claridad al monstruo en que se ha convertido su marido. El monstruo que los perderá a todos.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Series del año: descartes


Termina el año y surge la plaga de listas con lo mejor y lo peor en los campos más peregrinos. A veces sirven para recordar cosas que ya se habían sepultado bajo la carga de todo lo que vino después. En el caso de las series he ido alternando las actuales con las de hace unos años.  He abandonado bodrios que sólo veía por inercia y he retomado series estupendas en las que me había retrasado por falta de tiempo. Pero si pienso en los mejores capítulos de series en curso, hay dos que me vienen a la cabeza sin dudar: el 5x02 de Breaking Bad, "Madrigal", y el 5x06 de Mad Men, "Far Away Places". 

Me voy a extender sobre estos pero ha habido otros momentos bajo los cuales no ha vuelto a crecer la hierba. La 1ª mitad de Homeland ha subido la tensión hasta niveles breakinbadianos. Todos recordamos la escena del interrogatorio y otras que han sido analizadas al detalle en otros sitios. Hace poco he hablado de la grandísima y llorada Luck. Y no puedo hablar, porque no las he visto aún, de la 3ª temporada de Treme y de The Walking Dead, de Boss y de alguna otra que seguro que no recuerdo. De la que sí puedo hablar es de la impresionante 3ª temporada de Boardwalk Empire.

SPOILERS de la 3ª temporada de Boardwalk Empire

Tras ese asesinato inesperado al final de la temporada anterior, que ríanse ustedes de lo de Ned Stark, parecía que Nucky tenía el camino allanado ante sí para contrabandear y enriquecerse sin trabas. Estaba en la cima de su poder  y en buenas relaciones con los mafiosos de otras ciudades. Hasta que aparece el psicopático Gyp Rosetti y va minando lenta pero tenazmente todo el mundo de Nucky. La pérdida de poder de éste se expone de manera ejemplar en el 3x09 en el que, tras sobrevivir a un atentado con bomba, Nucky sufre mareos y confusión y, tras convocar una reunión en la que buscar apoyos para la guerra de bandas, es abandonado por todos sus socios. Pero un par de capítulos hay una trama en la que el duelo, el pragmatismo brutal y un erotismo enfermizo crean una mezcla impresionante. Gillian necesita que Jimmy sea declarado oficialmente muerto para poder hacerse con el control legal de su puticlub. Para ello busca a un joven muy parecido a él, lo seduce y lo mata para presentarlo como el cadáver de su hijo. Si ya este resumen suena brutal, hay que condimentarlo con la atmósfera decadente e incestuosa, como de la Viena del final del Imperio Austro-Húngaro, que la irresistible Gillian crea ad hoc. Si el "desliz" de Gillian y Jimmy se podía relacionar con Le souffle au coeur (1971), de Louis Malle, poco a poco se va pareciendo más a la morbidez de Bertolucci.

Mañana sigo.

viernes, 21 de diciembre de 2012

El Hobbit o el viaje que nunca termina



Recordarán ustedes que en el primer capítulo de La Comunidad del Anillo Bilbo está preparando su partida de La Comarca y le comenta a Gandalf su hastío, su impresión de estar viviendo demasiado:

En verdad me siento adelgazado, estirado, ¿entiendes lo que quiero decir?, como un pedacito de manteca extendido sobre demasiado pan. Eso no puede ser. Necesito un cambio, o algo.

El débil hilo de conductor de El Hobbit, a saber, el viaje iniciático de Bilbo Bolsón, de Bolsón Cerrado, para salir de su plácida vida burguesa en busca de aventuras, se ve tediosamente estirado a lo largo de la primera parte de la descomunal adaptación que ha llevado a cabo Peter Jackson. El breve y ameno librito para niños (un regalo cojonudo para un niño es esta edición anotada), que habría dado para una buena película, se hipertrofia en una trilogía en manos del neozelandés. Y es que El Hobbit es una película con pasado: Jackson ha seguido el camino opuesto al de Tolkien y ha filmado la chef d'oeuvre, El Señor de los Anillos, antes que la ágil aventura de Bilbo por lo que se ha encontrado con un inmenso precedente contra el que batirse: su propia película. Sólo como voluntad de llegar más lejos, del más difícil todavía, puede entenderse la megalomanía del director.

Técnicamente la película es brillante: el aspecto visual y la música están cuidados al detalle. Sin embargo, el estiramiento de la historia hace que los defectos habituales sean más evidentes: la ridícula solemnidad de algunos momentos, como la aparición innecesaria de Galadriel (con lo que se echan en falta mujeres en el mundo de Tolkien y para una que sale en El Hobbit, sobra por completo) o las sentencias Paulo-Coelho-style de Gandalf (quien, por cierto, menuda pinta de viejo borracho tiene en esta película); las peleas alargadas hasta el aburrimiento, con el clímax en el que el malo parece a punto de vencer y se regodea atizando al bueno quien, al final, se levanta como si tal cosa; las arquitecturas absurdas; las persecuciones de chichinabo (¿a qué velocidad corre un enano?); lo poco enanos que son los enanos; la saturación de especies y criaturas (hace mucho que leí El Hobbit, ¿los gigantes de piedra salían por alguna parte? ¿Sirve esa escena para algo más que para remedar el paso de Karadhras?); toda la escena del jefe trasgo con un testículo como papada, sacado de cualquier película de animación y doblado por algún habitual de ello; un Martin Freeman con cara de apalominado durante toda la película, intercambiable con el papel de Watson en el que al menos es una comparsa de Benedict Cumberbatch, quien por cierto creo que va a hacer la voz de Smaug; etc.

Según avanza el metraje uno va notando el cansancio por acumulación de escenas, de personajes, de situaciones. No hay una proporción adecuada entre el carácter infantil de la historia y su desorbitado tamaño. Tengo curiosidad por saber qué ha dejado Jackson para la versión extendida.

Mención especial para los cines Cinesa de Santander. La sesión de las 20:30 empezó a las 20:50, entre anuncios de la ONCE, de Coca-Cola y un par de tráilers. Se supone que era una sesión con parada a mitad de la película (esa parada que odié durante El Señor de los Anillos y que en El Hobbit habría venido de maravilla); no fue así. Entre eso y el frío que hacía en El Corte Inglés mientras hacíamos tiempo hasta que empezase la película, fue una jornada redonda.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Yo me juego entero


Me estreno en Noticias Seriéfilas con un artículo sobre Luck, el retorno de David Milch a la HBO que tanta expectación creó, tan buenos ratos nos dio y, finalmente, nos dejó mucho antes de tiempo con una repentina cancelación en su primera temporada. He titulado el artículo "Por una cabeza" pues la fauna que se mueve alrededor del hipódromo de Santa Anita se juega todo lo que tiene, de diversas maneras, a que su caballo adelante una cabeza a los demás, como en el tango de Gardel y LePera. A diferencia de la canción, las mujeres no suponen una tentación comparable debido sin duda al ambiente masculinizado de las series de Milch. Son sólo nueve capítulos pero... qué capítulos.

Luck: Por una cabeza

sábado, 15 de diciembre de 2012

He aquí al héroe


Nuevo artículo en Jot Down, esta vez metiéndome con The Dark Knight Rises, de Nolan. La 1º mitad de la película marca un ritmo implacable alternando la perspectiva entre Gordon, Bane, un Batman jubilado y otras tantas cosas que es difícil apartar la atención. En lo que otra película empieza y acaba, hora y media, Nolan sitúa las piezas en el tablero con mano segura. Atrapa al espectador por el cuello y no lo suelta... hasta que pasamos a la siguiente hora y pico y la película se vuelve más convencional. Uno tiene tiempo de pensar en lo que ha visto. Y pueden observarse una serie de convenciones asumidas obedientemente, algunas costuras, varios de los tópicos del cine de superhérores, a saber: el bien y el mal en compartimentos estancos, el camino de perfección, el derroche de sentimiento. Un capítulo del martirologio adaptado al gusto actual.

El héroe hipersentimental

jueves, 13 de diciembre de 2012

"Panegírico", de Guy Debord


Son habituales en el revolucionario el tono perentorio, el uso de la gama de colores más oscura, la certeza de vivir en el peor de los mundos posibles. Enfrentarse al mundo es una temeridad condenada a la derrota, pues sus recursos son ilimitados y es casi imposible mantenerse puro frente a su contacto. Por otro lado, hay un enorme atractivo en verse como un luchador frente a un poder irresistible, en vivir peligrosamente. ¿Y puede haber un horizonte más radiante, por lejano que esté, que purgar al mundo de todo lo malo que hay en él? En la ruleta de la lucha revolucionaria todo se juega a un número pero con la astucia de poder impugnar el sistema en caso de pérdida: si gana se lo lleva todo; si pierde, ha sido víctima de un amaño.

Guy Debord pertenece a un sector de revolucionarios que podríamos llamar "discursivo". Su obra, exigua pero muy influyente, fue decisiva en el movimiento de mayo del 68. Alrededor de su grupúsculo, la Internacional Situacionista, se juntaron una serie de brillantes pirados pródigos más en gestos que en obras. Debord trata todo esto muy a vuelapluma en su breve y excelente autobiografía Panegírico. Más bien se centra en algunos rasgos de su carácter, en breves apuntes de su vida, en algunas reflexiones sobre todo ello y en intercalar citas. Abundan las relacionadas con la estrategia militar, una de las obsesiones de Debord, quien llegó a inventar un juego de estrategia, el Kriegspiel. Ya algunos le acusaron de ser un astuto y esquivo jugador de ajedrez que movía a las personas desde la sombra.

La imagen que de sí mismo ofrece es algo diferente: una gran inteligencia que muy esporádicamente se encauza en una obra concreta y que tiende por el contrario a la pereza, la bebida y las malas compañías -¿y quién no? Debord se deleita en la descripción de los muy variados personajes que se ha encontrado en las zonas menos recomendables de las ciudades por las que ha pasado. Y elogia las virtudes de los litros y litros de alcohol que ha ingerido en busca de "lo que hay más allá de la ebriedad violenta, una vez se ha franqueado ese estadio: una paz magnífica y terrible, el verdadero sabor del paso del tiempo". Pocas apologías del borracho habrá más elocuentes aunque no puedo evitar pensar que, en este aspecto, Debord se muestra un tanto ancien régime respecto a los jóvenes que en esos mismos años exploraron las maravillas de los alucinógenos. Pero, en fin, no puedo dejar de entenderlo: su culpa es la mía.

Debord enlaza su estilo claro y elegante con la prosa clásica francesa. Abundan en el texto las citas de distintos memorialistas, de Montaigne y, fuera de las letras francesas, de autores muy de su predilección como Gracián y Clausewitz. El Tomo segundo se compone únicamente de fotografías, tal vez a la manera de Breton en Nadja, quien así se ahorraba las descripciones. Hay imágenes del autor, de algunos de sus amigos y, sobre todo, de los lugares por los que se ha movido. Todo ello compone un breve volumen excelentemente escrito que recorre de manera caprichosa los hitos de una vida. Y es que no es necesario dar muchas vueltas, resume un socarrón Debord,

Tengo una clase de espíritu que de entrada me lleva a asombrarme de ello, pero hay que reconocer que muchas experiencias de la vida no hacen más que corroborar e ilustrar las ideas más convencionales, que ya antes habíamos podido encontrar en numerosos libros, pero sin darles crédito. Evocando lo conocido por uno mismo, no hará falta, por tanto, buscar exhaustivamente aquella observación nunca realizada o la paradoja sorprendente. (p. 109)

Guy Debord, Panegírico. Tomos Primero y Segundo
Prólogo de Greil Marcus
Traducción de Mireya Hernández Pozuelo, Tomás González López, Amador Fernández-Savater y Álvaro García-Ormaechea
Acuarela Libros & A. Machado Libros

sábado, 8 de diciembre de 2012

Hasta reventar


En alguna de las novelas de Vázquez Montalbán, el detective Carvalho reflexiona acerca del carácter mortuorio de la gastronomía. Los mercados son enormes depósitos de cadáveres por los que el comprador se pasea en busca del mejor ejemplar para llevarlo a casa y, tras una cuidadosa preparación, disfrutarlo en compañía de un buen vino -y de otra persona, si surge. Así, nuestro arte culinaria se asienta en una interminable matanza, confirmando de nuevo el aserto de Benjamin: Todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie. Por supuesto, mientras Carvalho teoriza se dedica a preparar uno de esos suculentos platos por los que da tanta hambre leer sus libros. Y creo que por el camino lanza una pulla a los santurrones vegetarianos hablando de los "gritos de un apio cuando es arrancado" o algo así.

Personalmente no tengo problema en comerme cualquier cosa que ande, nade o se arrastre pero mi hambre y mi precaria cultura gastronómica sí que se han visto a prueba con La gran comilona (La grande bouffe, 1973) de Marco Ferreri. Cuatro amigos quedan un fin de semana en una casa con un objetivo en mente: comer hasta morir. Son nada menos que Ugo Tognazzi, Philippe Noiret, Michel Piccoli y Marcello Mastroianni. En una recargadísima y oscura casona burguesa de principios de siglo, el cuarteto se dedica a cocinar los más elaborados platos y a comérselos sin parar. El cocinillas del grupo, Ugo, prepara almuerzos, comidas y cenas, carnes y pescados, con una dedicación ejemplar. Y en cantidades industriales. Y los cuatro elogian las bondades de la pitanza mientras engullen y engullen. Hablan de aromas y sabores, de la calidad de la carne y de los licores ideales para marinarla.  Aún hay hambre, el gusto no está abotargado y es capaz de distinguir.

Pero no sólo de pan vive el hombre. Mientras disfrutan de la comida, los tragones ven unas diapositivas pornográficas y discuten acerca de la conveniencia de traer a unas putas. Y además se les une una maestra de escuela (Andréa Ferréol) que se suma con entusiasmo a la causa del cebo y que pasa de uno a otro satisfaciendo sus apretones sexuales. Las prostitutas llegan, participan brevemente en la orgía y se marchan espantadas por la determinación de los otros comensales, cuyos cuerpos empiezan a resentirse de los excesos: eructos, pedos y vómitos estallan con naturalidad. Pero nada interrumpe el festín: el ahora quinteto da cuenta de un manjar tras otro sin descanso. 

He tenido que ver esta película en varias tandas por el malestar que me producía. Una sensación de hartazgo, de asco ante la comida, peor que en la más desbocada de las bodas. Cada nuevo plato, cada bocado es como un golpe en el estómago. El negro nihilismo de los personajes (muy bien representado por las caras de lunático de Mastroianni) parece relacionarse con el discurso antiburgués y anticonsumista de los años posteriores al 68. Los cinco comensales tienen profesiones sólidas y respetables, la casa es un museo del mal gusto por saturación de bibelots. A la angustia del ambiente contribuye la oscuridad de la fotografía. Hay quien relaciona esta odisea con cierto rechazo del conformismo y lo establecido (como el autor de este estupendo artículo) pero no acabo de ver qué rebeldía hay en estos cuatro capones que van perdiendo la cabeza a medida que zampan. Más bien me parece que su proyecto, junto con las parodias que van haciendo de los logros culturales como Hamlet o El Padrino, se resume en pura voluntad de destrucción. No hay vida más allá de ese fin de semana, de esa casa, de ese banquete.

Este elogio del hartazgo y de la desmesura es al fin una película muy interesante. Ferreri dio un guión esquemático a los actores y dejó la mayor parte a la improvisación. Causó mucha polémica en su estreno, con razón: esta mezcla de nihilismo, sexo y heces no resulta fácil de ver ni siquiera hoy. Yo se la recomiendo aunque me gane enemigos para siempre.

martes, 4 de diciembre de 2012

Nadie conoce a Cogan


Hay mucho donde escoger en el catálogo de Libros del Asteroide pero para mí era La Editorial de Léo Malet. Rendido hace mucho ante las adaptaciones que Jacques Tardi ha hecho de los casos del detective Nestor Burma, me he abalanzado sobre los volúmenes que han ido apareciendo en castellano y espero salivando los siguientes. En ellos podemos ver el París de los años 40 casi adoquín por adoquín acompañando al lacónico Burma. Ahora Libros del Asteroide es La Editorial de Léo Malet y de George V. Higgins después de leer entre carcajadas y tensión Mátalos suavemente (Cogan's Trade, 1974).

En las reseñas que provocó la reciente adaptación de Andrew Dominik (aquí el tráiler) di con otra adaptación de un libro de Higgins hecha por Peter Yates (el de Bullit), The Friends of Eddie Coyle (1973), cuya ambientación me ha parecido muy similar a la de Mátalos suavemente. Ésta comienza con tres tipos planeando un atraco a un local clandestino de cartas. Es un golpe rápido, limpio y sustancioso, y, por si fuera poco, nadie sabrá que ellos son los responsables. Llevan a cabo el atraco y todo sale de acuerdo al plan. Por su parte, los dueños del local encargan la búsqueda de los culpables a Jackie Cogan, un tipo de quien nadie sabe muy bien qué responsabilidades tiene. Cogan es un sicario meticuloso y perspicaz y se lanza tenazmente a la caza de los atracadores. La trama se desarrolla así en dos direcciones: por un lado los atracadores han de mantener un perfil bajo y esperar; por otro Cogan investiga y descarta pistas falsas. Y todos son conscientes de que el cerco se estrecha progresivamente.

Dejando aparte algunas escenas de violencia descritas con mucho detalle, en Mátalos suavemente pasan pocas cosas. La novela se sostiene en la incontenible verborrea de sus personajes, criminales de medio pelo que no pueden evitar contarle su mierda de vida a quien tengan al lado, desde sus chanchullos en la cárcel hasta los polvos mal echados en libertad, pasando por los brillantes negocios que tienen pensados para un futuro próximo- en el cual se encuentra también, casi sin ninguna duda, la cárcel. Higgins dibuja magistralmente los diversos caracteres sólo dejándolos hablar, logrando momentos descacharrantes y a la vez de un agudo costumbrismo. El finísimo oído del escritor captó, durante sus años de abogado, el habla y las miserias de los bajos fondos de Boston. Sus delincuentes son avariciosos, mujeriegos, borrachos y drogadictos y sus debilidades los pierden. Menos Cogan. Él tiene la cabeza fría y cumple con sus obligaciones. Una magnífica novela negra que mantiene la tensión de fondo casi sin que nos demos cuenta.

George V. Higgins, Mátalos suavemente
Traducción de Magdalena Palmer
230 pp.
Libros del Asteroide

sábado, 1 de diciembre de 2012

Stromboli o la prisionera



En el campo de refugiados de Farfa (Italia) prima la confusión lingüística producto de la abigarrada mezcla humana que la guerra ha ido arrastrando allí. Las precarias traducciones que algunas presas realizan para sus compañeras se complementan con gestos y con el intercambio de mercancías y de cuerpos. Karin (Ingrid Bergman) es una refugiada lituana que acepta casarse con Antonio, un soldado siciliano también cautivo, para poder salir del campo. Ambos se embarcan hacia Stromboli, la pequeña isla de pescadores donde nació y vivió el joven hasta su alistamiento.

Lo que prometía ser un completo cambio de aires pronto revela un aspecto mucho más áspero a medida que el sol y el azul del Mediterráneo dan paso a la negra tierra volcánica de Stromboli. Una naturaleza arrasada por las explosiones recurrentes del volcán parece ir de la mano con las mujeres vestidas de negro, las casas de una hiriente desnudez, la ausencia de vida callejera. El marido se va a la mar y la esposa acostumbrada a las ciudades europeas, a la vida burguesa e intelectual, se halla obligada a acomodar una casa bajo la mirada censora de las mujeres del pueblo, quienes le hacen el vacío por hablar con los hombres o con las mujeres “marcadas”, como una prostituta. Las libertades y los coqueteos de Karin se vuelven contra Antonio cuando el pueblo entero le llama cornudo a ritmo de guitarra.

Aunque Rossellini no ahorra detalles para criticar la cerril y muy machista sociedad italiana, tampoco se priva de deformar el rol tradicional de heroína pintando a Karin como caprichosa y soberbia, voluble y manipuladora. La barrera lingüística que no fue obstáculo para salir del campo de mujeres tampoco impide que consiga ayuda para intentar salir de la isla. Y es que la cámara del director parece detenerse muy a menudo en todos los pliegues del cuerpo de Ingrid Bergman: en sus piernas y sus pies descalzos por la arena, en su pecho alzado por la camisa, en su hermosa mirada el director italiano le enseñaba al mundo las razones por las que se lo pasó tan bien llevando a la actriz al adulterio y al escándalo. Escándalo no sólo entre los puritanos sino también entre los admiradores de las películas neorrealistas de Rossellini, aquellos que defendían la calidad de documento del cine. Stromboli marca la deriva del director hacia un cine más intimista aunque sin ahorrar las escenas testimoniales, como la asombrosa pesca del atún.

Pero la vida pecadora de Karin (con intento de seducción del cura incluido) es sólo la primera estación de un viacrucis a través de la tierra yerma del volcán que conducirá a una revelación espiritual, algo parecido a lo que pasará en Viaggio in Italia. No por nada la película se llama Stromboli, terra di Dio, y efectivamente el paisaje es a menudo un reflejo del sentir de los personajes cuando no les quita el protagonismo, como durante el tremendo estallido del volcán. El gran trabajo actoral de Ingrid Bergman y los figurantes no profesionales, la fuerza del paisaje siciliano y la complejidad de la historia hacen de ésta una película imprescindible. Y vean la pesca del atún si  no me creen.

sábado, 25 de agosto de 2012

Discazos varios

Un poco de buena música para amenizar el final del verano.

Schubert- Octet


En PQP Bach hay un enlace en Rapidshare.

Berg & Beethoven- Violin Concertos


Enlace en Blogger Musical.

Prokofiev & Bartók- Piano Concertos


Enlace en Welcome to my Spirit World

Uri Caine- The Othello Syndrome


Enlace en El rincón de Gúmer

jueves, 16 de agosto de 2012

Libros, películas y homicidios


En JotDown contribuyo a la magnífica serie El libro que leería durante la película que no puedo perderme comentando el reportaje del gran David Simon, Homicidio, y el thriller coreano Memories of Murder, dos trabajos que se complementan muy bien en su tratamiento realista del trabajo policial, muy alejado de la literaturización que es moneda corriente.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Vocación


Leo lo escrito y no me gusta demasiado. Espero tener tiempo suficiente para corregirlo, pienso, sabiendo que no me alcanzaría todo el tiempo del mundo porque es muy poco todo el tiempo que le queda al mundo y que, en realidad, el destino de todos nosotros, los escritores que obedecemos al llamado de la vocación y no al afán de lucro, no es más que una continua búsqueda de pretextos para diferir el momento de tomar la pluma.

Rodrigo Fresán, La velocidad de las cosas

sábado, 11 de agosto de 2012

El sushi perfecto

En JotDown comento el fascinante documental Jiro Dreams of Sushi, en el que se muestra el refinado trabajo de Jiro Ono, un cocinero octogenario que ha alcanzado lo más parecido a la perfección en la elaboración de sushi. Tan fascinado he quedado por su figura que en el artículo ni siquiera he comentado las virtudes formales del documental, como su excelente fotografía o una hermosa banda sonora. Aunque eso puede contarse como un éxito del trabajo de David Gelb: centrarse en algo tan fascinante como un hombre que ha alcanzado la perfección en su labor y que el espectador olvide cualquier otra cosa. Un documental magnífico.

La ética del éxito: Jiro Dreams of Sushi

miércoles, 8 de agosto de 2012

Sterling, Cooper, Draper, Price & Joannie

Como de costumbre, alterno los períodos de productividad constante con los de sequía total. Para animarme a tener algo movido el blog en agosto, cuelgo una imagen, tomada de Untublurdeestos, que puede servir como síntesis de la 5ª temporada de Mad Men. Y espero hablar más de ello dentro de poco.


lunes, 11 de junio de 2012

Albert Cossery: esperpéntica miseria


En las memorias de Mario Muchnik, Lo peor no son los autores, descubro a una figura fascinante: Albert Cossery, escritor egipcio en lengua francesa, apologista de la ociosidad, amigo de Camus, Durrell o Henry Miller, quien tradujo su primer libro al inglés. Cossery fue una mezcla de dandy y asceta: vestía con elegancia pero vivía con modestidad, permitiéndose lujos cotidianos como el vino o los libros. Desde mediados de los años cuarenta vivió en el mismo hotel de París hasta su muerte en 2008.

Su primera novela, La casa de la muerte segura, es un cómico retrato de lo más bajo de la sociedad egipcia. Los inquilinos de una ruinosa casa a punto de derrumbarse se enfrentan al propietario, un codicioso estafador, para que ponga remedio al inminente desastre. El hambre y la pobreza forman el ambiente natural del edificio, en el que los hombres se dedican a la vagancia, las mujeres a dar rienda suelta a su rencor y los niños a engañar el frío y la falta de comida con juegos y travesuras. La ignorancia sume a los vecinos en la degradación y ésta los acerca al crimen. Cossery retrata con elocuencia y agilidad en los diálogos la vida siempre a la gresca de estos personajes, pesimistas y propensos a la desgracia. Sin embargo, el talento del autor compone con estos materiales una novela tremendamente cómica y, a la vez, de una seca belleza que muestra los destellos de deseo y las singulares reflexiones de estos desdichados. La editorial Pepitas de calabaza ha reeditado Mendigos y orgullosos, tal vez la obra más conocida de Cossery y esperemos que el comienzo de su reconocimiento en España.

jueves, 7 de junio de 2012

Trayectoria de "La Opinión"


Fundar un periódico es una empresa ambiciosa y arriesgada para la cual son necesarios muchos profesionales de diferentes campos: periodistas, redactores, contables, diseñadores... Hace falta también un grupo de inversores que arriesguen cierta cantidad de dinero para que el proyecto eche a andar. Y es fundamental que se imponga una visión de conjunto, una perspectiva que dote de alguna coherencia a la disparidad de caracteres y visiones. El añorado Factual tenía una personalidad poderosa y múltiple, lo que más bien horrorizó a los accionistas, quienes pronto decretaron un cambio de rumbo. El recién nacido Huffington Post parece un proyecto de instituto, apresurado y carente de solidez. Que pierda toda esperanza el que vea el fotomontaje con el que inauguraron.

Hace unos días terminé un libro en el que se narra la truncada historia de La Opinión, mítico periódico argentino fundado a comienzos de los 70 por el carácter inquieto y combativo de Jacobo Timerman. Se trata de La Opinión amordazada, de Abrasha Rotenberg, quien fue testigo del nacimiento del periódico y responsable de buena parte de su andadura. Rotenberg nació en la Unión Soviética y llegó a Buenos Aires con ocho años. En la nutrida comunidad judía de la ciudad conoció a Timerman, con el que hizo buenas migas a pesar de la disparidad de temperamentos. Rotenberg cursó estudios de Economía y se dedicó a la asesoría de empresas pero siempre estuvo vinculado a los proyectos periodísticos en que se embarcaba Timerman. Y surgió la idea de una publicación diaria, moderna y plural, con una postura crítica hacia el gobierno y en la que los artículos apareciesen firmados por sus autores, algo poco común en esa época. Rotenberg quedó encargado de la parte administrativa del proyecto, el cual demostró ser viable con una inversión poco cuantiosa. Encontrados los avales necesarios y reunida una plantilla con lo más granado del periodismo del país, todo estuvo listo para editar el número cero de La Opinión. Y el éxito no se hizo esperar.

Rotenberg se consideraba un mero espectador del trabajo periodístico, un gestor, y por eso su visión de la historia es particularmente interesante. No solo fue testigo de las sacudidas que las críticas del periódico provocaban en políticos y empresarios, con la consiguiente bofetada de respuesta, sino que narra también el día a día de las intimidades del periódico, desde las dificultades para conseguir publicidad hasta los conflictos entre los periodistas y sus superiores. Su carácter templado y pragmático ayudó a resolver muchas crisis internas, especialmente cuando Timerman, preocupado por su seguridad y la de su familia, emigró a Israel. Rotenberg supo entonces reencauzar la línea editorial del periódico, que se había vuelto muy complaciente con las actividades gubernamentales provocando con ello una espantada de periodistas y lectores, dar forma de nuevo a una publicación sólida e independiente y lidiar personalmente con los muchos y poderosos agraviados por el nuevo rumbo. El autor da una visión serena y desmitificada de estos personajes, restándoles interés y carisma. 

Y otra figura se me aparece con tintes algo turbios, tal vez sin proponérselo el autor: la de Jacobo Timerman. Rotenberg destaca a menudo el carácter voluble y polémico de su amigo, su talento a la hora de sacar adelante distintas publicaciones (Primera plana, Confirmado, La Opinión) para abandonarlas en pleno éxito. Era odiado por sus rivales y por los que trabajaban para él. Rotenberg sufrió muchos de sus desplantes: de su postura opositora, La Opinión fue variando mientras Timerman se dejaba acariciar por las invitaciones a codearse con los dirigentes del país. Cuando sintió que su situación y la de su familia peligraban, cedió el mando a Rotenberg sin muchas explicaciones y se fue a Israel. No pudo adaptarse a la tan distinta vida israelí, sin embargo, y volvió a Argentina reclamando su puesto con buenas palabras pero implacablemente. Se aprestaba a cumplir los propios caprichos y descartaba las ideas ajenas. Ascendió a su hijo sin apenas experiencia a un cargo importante al que aspiraba Rotenberg. Y así...

En el convulso clima político de Argentina la violencia era legitimada a menudo por el gobierno y por las guerrillas, pero a mediados de los 70 el número de cadáveres aumentó espeluznantemente. Estar en una lista de unos o de otros, con o sin motivo, podía suponer el secuestro y muerte de una persona. Rotenberg sufrió un atraco en su casa por un grupo asociado a la guerrilla. A partir de entonces se dio cuenta de que la violencia podía caer sobre cualquiera, incluso sobre alguien tan moderado como él. Se mudó con su familia a España (sus hijos son Cecilia y Ariel Rot, por cierto), volviendo regularmente a Buenos Aires para hacerse cargo de los asuntos relacionados con el periódico. Hasta que una visita relámpago de Timerman a Madrid, un verdadero gesto de amistad, le convenció de no volver, pues su vida estaba amenazada. Luego Timerman fue encarcelado y torturado, y La Opinión fue secuestrado por el gobierno.

La Opinión amordazada es un retrato apasionante de aquellos años terribles. El estilo de Rotenberg parece sonreír cuando cuanta las dificultades a la hora de crear un periódico, compesadas ampliamente por el gozo de estar creando algo. Un gozo más que humano.

Abrasha Rotenberg, La Opinión amordazada. La lucha de un periódico bajo la dictadura militar
380 págs
del Taller de Mario Muchnik

domingo, 3 de junio de 2012

Descuidos, prisas, vicios y normas de estilo


Procuro leer de vez en cuando libros sobre cuestiones lingüísticas, desde normas de estilo o de puntuación hasta recopilaciones de gazapos e incorrecciones varias. Supone una buena higiene para los aficionados a escribir paridas en blogs: uno se da cuenta de la enorme cantidad de errores, inconsecuencias y moderneces que perpreta en sus párrafos. Cuando me atrevo a releer uno de mis escritos me salta a la cara una serie de pifias constantes: la incorrecta utilización de preposiciones, la adopción acrítica de fórmulas que he leído en otros autores, algunos tics habituales en un momento dado (Twitter es una mina para eso), uso erróneo de algunas palabras... No ayuda el querer ser original, sacrificando a menudo la corrección por el dudoso brillo de la frase. Uno va tomando maneras equivocadas de algunas traducciones, de lo peor del lenguaje periodístico y, sobre todo, de la propia pereza y redacta con ello unos engendros que no hubiesen merecido un 3 en un examen del instituto.

Por todo ello he leído con mucho interés y dando con la cabeza contra la pared las Nuevas normas de estilo, de Mario Muchnik. El veterano editor explica los criterios que rigen en su editorial para que los textos aparezcan en óptimas condiciones, como las exigencias a traductores o correctores. Algunas reglas las aplica por norma, por ejemplo:

"Abortar - Como bien dice el Ombudsman de El País (16/2/1992), abortar es instransitivo, con lo cual la policía jamás abortó, aborta ni abortará un atentado, sino que lo hará abortar".

""Catalanadas" - El imperativo del verbo ir es, en español, ve -y no ves, como con tantísima frecuencia se encuentra en manuscritos españoles made in Cataluña.
Por otra parte, nada cambía sino que cambia, nada es cuasi sino casi, nada vale más que no otra cosa, sino nada vale más que otra cosa.
Hacer cara de cansado, o cara enfadada, o mala cara es catalanismo de pura cepa. La cara no se hace, se tiene o se pone.
Encarecidamente: ¡que nadie encuentre a faltar nada! Que lo eche en falta o que lo eche de menos, vale. Pero que lo encuentre a faltar..."

"Cotizar - No, el dólar nunca cotizará a 0,80€. Es posible que el dólar se cotice a 0,50€, al paso que vamos, y la editorial ahí no puede nada..."

"Detentar, ostentar - Se detenta el poder cuando se lo toma sin derecho (generalmente por la fuerza) y no se lo larga. Quien gana el poder por vías de derecho puede ostentarlo. O, si es persona recatada y modesta, lo ejerce, lo ocupa, etc."

"Plantear - Se plantea un problema pero se propone una solución. Nuca se plantea una solución."

En otras cuestiones Muchnik cede la última palabra al autor, verbigracia en el uso de cantar o cantar a, en los leísmos (tan frecuentes, ay, entre los del norte) o en lo que llama certeramente "retórica idiota": "Nuestro posicionamiento es...", "Concreticemos", "En la mañana de hoy" etc. Por supuesto, algunas de las preferencias de Muchnik son discutibles pero todas son dignas de atención, siendo el resultado de una vida dedicada a la lectura y a la edición. En mi caso, compruebo que me salto a la torera la intransitividad de unos cuantos verbos y la preposición que rigen otros, por mencionar sólo esto. Aunque también es un alivio bastante mezquino comprobar que el maestro no siempre es fiel a sí mismo. Veamos:

"Declive - Un declive es una pendiente, como la de la ladera de una montaña o la de una rampa, cuya característica es que sirve para bajar y para subir. La decadencia de algo (de los Estados Unidos, del género novelístico, de una determinada ideología o de las facultades mentales de un jefe de estado) no es nunca un declive sino una declinación (en su primera acepción, cuya característica es que es de sentido único hacia abajo (y por lo general, dicho sea de paso, irreversible). por lo tanto:
La declinación de la poesía -y nunca, como dice El País en un titular del 22/4/1992 en su página 30, el declive de la poesía;
La declinación del imperio Romano -y nunca su declive".

Mientras que en el apasionante La Opinión amordazada, de Abrasha Rotenberg, editado por del Taller de Mario Muchnik en 2000, me encuentro como a propósito con esto en la página 192:

"También se hallaba en continuo conflicto con sus redactores, quienes le habían quitado su colaboración restándole brillo y calidad al contenido, lo que produjo un imparable declive económico y financiero". [cursivas mías]

sábado, 2 de junio de 2012

Contra los adolescentes


Alain Finkielkraut: No detesto mi juventud, pero no sería mi conciencia adolescente, por cierto, aquello a lo que recurriría para hacer frente a las exigencias de la hora. El adolescente es el ser de la mirada clara, de la voz vibrante, del rostro grave, que sólo ve escándalos allí donde hay problemas o dilemas, y líneas rectas allí donde hay encrucijadas. Para él, a quien el egoísmo lo asquea, la política se confunde con la moral, y la propia moral se reduce al combate con el Dragón. Sin embargo, las situaciones reales  surgen más a menudo de la alternativa corneliana que de la venganza del conde de Montecristo, y la moral no es difícil porque no opone al Bien y a la Bestia, sino que consiste, como dice Renaud Camus, en elegir o intentar una improbable síntesis entre un bien y otro bien. La democratización del lujo es un bien, pero al mismo tiempo lo es la preservación del mundo. La familia es un bien, así como la emancipación de las mujeres. El Estado benefactor y la cohesión nacional son bienes, pero la hospitalidad nos requiere igualmente... ¿A qué santo encomendarse? ¿Qué hacer cuando el deber da órdenes contradictorias o surge de varios lados a la vez? La adolescencia huye de ese rompecabezas ético en la abstracción exaltada de un universo de reemplazo, donde todo el sufrimiento de los hombres es producto de la política de los malvados. Salir de la adolescencia es, pues, ya no tener necesidad de un sinvergüenza para encarnar la parte mala de la Historia: la gravedad juvenil deja lugar no a la frivolidad o al magisterio, por cierto, sino a la dificultad y a la pasión por comprender. Pasión que se manifiesta hasta en situaciones extremas: "Que el lector cierre aquí el libro si espera una acusación política -escribe Solzhenitsin en El archipiélago Gulag-. ¡Ah, si las cosas fueran tan simples, si en alguna parte hubiera hombres de alma negra que se entregaran pérfidamente a oscuras acciones, y si se tratara solamente de distinguirlos de los otros, y de suprimirlos! Pero la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada hombre. ¿Y quién destruirá un trozo de su propio corazón?"

Alain Finkielkraut y Peter Sloterdijk, Los latidos del mundo
Traducción de Heber Cardoso
Amorrortu Editores

viernes, 1 de junio de 2012

El placer de la lectura. Y nada más que el placer


Gracias al ínclito José Antonio Montano pude ver por fin el programa de Apostrophes dedicado a Vladimir Nabokov. El gran escritor ruso se explayó sobre su vida y obra, sobre política, mariposas o sobre la fecunda promiscuidad con los varios idiomas que manejaba. El odio que cultivaba hacia las imprecisiones le hacía solicitar las preguntas de las entrevistas por anticipado: si uno se fija en el vídeo comprueba que Nabokov lee todas las respuestas. Eso sí, ocultando coquetamente tras un parapeto de libros las fichas que traía preparadas.

La pasión de miniaturista de Nabokov llenaba sus párrafos con infinidad de detalles referentes a otros tantos aspectos sensitivos o intelectuales. Esta minuciosidad estaba perfectamente calculada y buscaba causar un efecto muy determinado en el lector: que éste recrease exactamente la misma experiencia que había vivido el autor. Como señala Zadie Smith, nabokoviana confesa, en uno de los ensayos de su excelente Cambiar de idea, el ruso tenía una actitud un tanto despótica con los que se acercaban a sus libros: él empleaba todo su arte y se tomaba infinidad de molestias para darle vida a una escena de una forma muy concreta. Por ello, cualquier lectura que se apartase de su intención era errónea.

Cuando uno se encara con alguna de las novelas de Nabokov, esta exigencia se vuelve completamente razonable. La tremenda inventiva verbal y la viveza de las situaciones vuelven un auténtico gozo la inmersión en su prosa. El que acepta su juego y, con ello, sus normas no sale defraudado. Pero exige un esfuerzo correspondiente al que él mismo ha empleado y no todos los lectores están dispuestos a ello. La mayoría tiende más bien a la pereza del best-seller y a la papilla del tópico.

En ¡Despidan a esos desgraciados! Jack Green escribió, refiriéndose a Los reconocimentos, de William Gaddis, y a sus atolondrados críticos:

"El autor tiene derecho a escribir como le venga en gana, ¡que se joda el lector medio!". (pág 122)

Lo mismo que espetó David Simon a los que se quejaban de la complejidad de The Wire (no sé si lo tomó del libro de Green o fue cosecha propia). Todos estos autores son acusados a menudo de autocomplacientes, de regodearse en la dificultad gratuita, de querer humillar al lector con exhibiciones de cultura y de alambicamiento (aunque algo de eso hay en Ada o el ardor, Lucette me perdone). Muy al contrario, lo que autores de esta raza pretenden es poner al lector en un plano de completa igualdad. Nada del mínimo común del más ignorante sino el orgullosos despliegue de la inteligencia, el uso de toda técnica que sea necesaria para plasmar la propia visión, el esfuerzo de expresar una sensibilidad de forma íntegra, abarcándolo todo. Todo ello solo al alcance de los valientes, de los que saben disfrutar de la carnalidad de la frase, de la música palpitante del periodo, de la mirada que se clava como un cuchillo en el vientre de la realidad. Todo ello por el placer de crear y por disfrutar de la creación.

Y ahora Nabokov por él mismo, con subtítulos en castellano. ¡Dentro vídeo!

jueves, 31 de mayo de 2012

Cormac McCarthy, clásico vivo


Ya hace 20 años que se publicó All the Pretty Horses y, afortunadamente, la obra de Cormac McCarthy no ha dejado de crecer en fama y en brillantes aportaciones, como la áspera y vibrante En la frontera. Los Coen tuvieron a bien adaptar las andanzas de uno de los asesinos más estremecedores que se han paseado por una obra literaria: Anton Chigurh, en una de las pocas películas que han hecho que no es un bodrio (escribí sobre esto hace tiempo): No es país para viejos. Además, no se sabe cómo (¿$?), Oprah convenció al poco amigo de las entrevistas McCarthy para aparecer en su programa, logrando con ello que se dispararan las ventas de sus libros. Etiquetado desde hace tiempo como uno de los clásicos vivos de la literatura norteamericana y encima vendiendo cada vez mejor, el escritor goza de una vejez dorada. En JotDown publico un texto sobre Todos los hermosos caballos.


Todos los hermosos caballos



martes, 29 de mayo de 2012

Desgraciados como yo


"Tomen nota sobre el truco: por una cuarta parte de dólar les ofrezco instrucciones sobre cómo ser reseñista. Es fácil vender una reseña después de una sola lectura superficial del libro, un truco sencillo probablemente usado por la mayoría de los reseñistas de Los reconocimientos: leed por encima la novela, sin prestar mayor atención, pero cuidando de tomar nota de cada punto disperso que se le ocurra a vuestra dispersa mente. Después de "terminar" el libro, siempre se puede establecer alguna relación entre las notas (no importa lo incoherentes que sean). Lee de nuevo el blurb, consulta en tu lista numerada de clichés y decide cuál es el más adecuado. Ahora reescríbelo bien en jerga especializada y recuerda: tus lectores tampoco han leído aún el libro". (p. 42)

En 1955 se editó en EEUU la primera novela de William Gaddis, Los reconocimientos, un libro de casi mil páginas que a día de hoy es considerado una de las mayores novelas de la literatura norteamericana. Sin embargo, su tamaño y dificultad, cuando no la incompetencia profesional, echaron para atrás a la mayoría de los gacetilleros que la reseñaron en su momento, causando que un libro de una calidad sobresaliente apenas se vendiese. Un joven Jack Green leyó una de estas reseñas desfavorables y, por curiosidad, adquirió el libro. La evidencia de encontrarse ante una obra genial le hizo dedicar los números 12 a 14 de su fanzine newspaper a desmontar con minuciosidad, inteligencia y sentido del humor las cincuenta y pico críticas que recibió Los reconocimientos tras su aparición. el conjunto de estos textos fueron recogidos en el libelo ¡Despidan a esos desgraciados! (Fire the Bastards!).

Tras el exhaustivo repaso de todas las reseñas, Green ofrece un completo catálogo de los vicios, tics y rutas de escaqueo habituales en la crítica literaria. Desde fallos de comprensión a citas erróneas, pasando por la copia descarada de otras reseñas, las generalizaciones sin sentido, la falacia biográfica o el name-dropping con las supuestas influencias, los críticos encargados de analizar la novela no ahorraron ningún disparate a la hora de desprestigiar una obra que claramente les superaba como lectores, no digamos ya como críticos. Y es que la lectura atenta de las reseñas evidencia que buena parte de sus autores no había leído el libro. No hablo de los que confiesan no haber sido capaces de llegar a la mitad (unos cuantos) sino de los que ni siquiera se acercaron a él, tomando el material para su trabajo en parte de otras reseñas y en parte de la faja de Los reconocimientos. No puede decirse que su trabajo fuese mucho peor que el de los que habían empezado la novela.

Green se enfrenta con lucidez y mala uva a los tópicos que los reseñistas manejan despreocupadamente para alcanzar el número de palabras exigido. Entre otros clichés, desmonta el de "la primera novela", el de "la extensión", el de "lo ambicioso", el de "la falta de disciplina", el de "la erudición", o varios clichés que el autor denomina "de lo negativo", v. gr. "¡Cómo!, ¿no hay desenlace?". Todos responden a la falta de herramientas críticas a la hora de hacer frente a una verdadera obra de arte como Los reconocimientos en lugar de los insulsos best-sellers que hacen compañia en la cama a falta de algo mejor. Green da a las pifias nombres y apellidos, hace un recuento de las cagadas que corresponden a cada crítico y emite un fallo contundente pero justo: ¡despídanlo! Por inútil y por no hacer bien su trabajo. Su puntillosidad llega a extremos a menudo cómicos: una de los reseñistas se queja del grosor del libro de Gaddis y comenta: "(...) debe de pesar dos o tres kilos". Un lacónico Jack Green anota a pie de página: "1 kilo y 100 gramos" (p. 30).

El corrosivo análisis de ¡Despidan a esos desgraciados! sigue conservando una completa actualidad debido juntamente al rigor de sus planteamientos y a una pasión por la literatura que se traduce en un elogio del placer de la lectura y, sobre todo, de la relectura. Y supone un  latigazo necesario para los que, aunque sea de forma amateur, practicamos la crítica literaria. Una manera de recordarnos que en cualquier momento podemos ser el alguacil alguacilado y recibir un áspero correctivo por la falta de rigor. En mi caso, al hacer esto por placer, y no por obligación, al menos siempre leo hasta el final los libros que comento. Otra cosa es que sea parco en notas y me fíe demasiado de mi memoria. Ya habrá quien me lo eche en cara.


¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Prólogo de José Luis Amores
205 pp.
Col. Héroes modernos
Alpha Decay

lunes, 28 de mayo de 2012

Mozart, o la alegría


La literatura engendrada por la vida y el carácter de Mozart, no ya por su obra, es formidable en extensión y abigarramiento. No es para menos: la evidencia de encontrarse ante un precocísimo genio del que puede decirse que respiraba música ha fascinado a todo aquél que se ha acercado a su figura. La variedad de interpretaciones ha dado lugar a una serie de tópicos difíciles de erradicar, como señala E. J. Rodríguez en un completo artículo biográfico. El gran mérito del Autorretrato de Mozart, de P. A. Balcells (Acantilado), es el de ofrecer un completo retrato del compositor en sus propias palabras y las de los que le conocieron, extractando citas de las distintas correspondencias y testimonios.

El pequeño Wolfgang daba muestras de una simpatía y extroversión naturales con todo aquél que le prestase atención. Y en su niñez y juventud puede decirse que toda Europa estaba pendiente de las proezas de ese niño que aventajaba en ciencia y gracia musicales a todos los compositores de Europa. El ojo certero de Leopold, su padre, adivinó rápidamente las posibilidades de negocio que se escondían detrás del talento de Wolfgang y juntos se lanzaron a recorrer el continente y las islas de punta a cabo.

El joven genio absorbía la admiración y las atenciones, correspondiéndolas como algo natural. Cuando Wolfgang dejó de ser un niño prodigio para convertirse en un competidor, los músicos de las cortes europeas recelaron de él. Además el público ya no le prestaba su atención incondicionalmente, lo que supuso un duro golpe para alguien que consideraba el reconocimiento y el afecto como elementos dados. Leopold quiso encarrilar el carácter de su hijo mediante amenazas, ruegos y chantajes sentimentales pero no había manera. Wolfgang mostraba una inquietante inconsciencia respecto al dinero. Prefería quedarse hasta tarde con amigos casuales, improvisando música y chistes escatológicos. Prestaba su dinero al primero que despertase su compasión y fantaseaba descabellados proyectos laborales que no resistían el primer comentario de su suspicaz padre. 

El carácter despreocupado e infantil de Wolfgang desesperaba a Leopold pero había un aspecto en el que el joven demostraba una inédita madurez y un orgullo férreo: la música. Desde muy temprano se había despertado en Wolfgang una lúcida conciencia de su propio valor y de la medida de su talento, superior a la de cualquier músico contemporáneo. Esta conciencia de sí chocaba con el rol subordinado que tenían los músicos en la sociedad de la época. Wolfgang tuvo fuertes encontronazos con las autoridades y se negaba a aceptar otro puesto que no fuese el más elevado, el único que, según él, correspondía a sus méritos: el de kapellmeister (maestro de capilla). 

Balcells desgrana otros muchos aspectos de la vida de Mozart como su relación con las hermanas Weber, su extremada facilidad para componer múscica de una belleza inaudita, sus exigencias materiales para representar adecuadamente sus obras, su amor por la ópera... Todo ello con un uso predominante de fuentes primarias, sobre todo las cartas intercambiadas por Wolfgang y Leopold. Un libro apasionante que presenta con amenidad el complejo carácter de uno de los mayores músicos de la historia.


Autorretrato de Mozart, de P. A. Balcells
457 pp.
El Acantilado