Lo que hace la drogaína, jajaja. Una mezcla entre el Luisma y Harry el Sucio en versión carroña murciana (de hecho, parece un personaje de Ortega y Pacheco). Sólo falta que aparezca el tal Cristian para que Chucky le diga: "alégrame el día, drogadicto de mierda". Lo de "¿quieres sentirla en el pecho?" merece estar en todas las antologías de Famosas últimas palabras. He aquí un fotolog que he encontrado donde puede uno documentarse acerca de nuestros bienamados pokeros. Y cómo no, hay varias versiones del Chucky.
miércoles, 25 de febrero de 2009
El Chucky de Cieza
Lo que hace la drogaína, jajaja. Una mezcla entre el Luisma y Harry el Sucio en versión carroña murciana (de hecho, parece un personaje de Ortega y Pacheco). Sólo falta que aparezca el tal Cristian para que Chucky le diga: "alégrame el día, drogadicto de mierda". Lo de "¿quieres sentirla en el pecho?" merece estar en todas las antologías de Famosas últimas palabras. He aquí un fotolog que he encontrado donde puede uno documentarse acerca de nuestros bienamados pokeros. Y cómo no, hay varias versiones del Chucky.
domingo, 22 de febrero de 2009
Adriana Varela en España
martes, 17 de febrero de 2009
Wagner lejos de Bayreuth
Querido S.:
La trayectoria del pianista estadounidense Uri Caine se caracteriza por la sabia y atrevida mezcla de estilos y géneros. Desde su brillante Primal Light, en el que hermanaba la música de Mahler con el jazz, la música centroeuropea de entreguerras y, especialmente, el klezmer judío, no se ha amilanado ante las críticas y ha seguido ofreciéndonos, además de una obra jazzística muy interesante (he aquí su último disco, Secrets), arriesgadas versiones de algunas composiciones totémicas: es de destacar su rompedora interpretación de las Variaciones Goldberg de Bach.
Figuras como la de Caine, o la de cualquier innovador en alguna de las artes, provocan vivas y, a menudo, agrias polémicas acerca de la tradición y lo nuevo. Tanto más en la música, donde la inmutabilidad de la partitura invita a una repetición eterna. Pero los artistas más lúcidos son conscientes de que la tradición necesita de constantes revisiones para permanecer viva en la imaginación de las generaciones sucesivas. La radicalidad de algunas propuestas es objeto de escándalo para los más tradicionalistas, incapaces de ver el grado de inteligencia, pasión y amor por la obra versionada que se dedicado a tal empresa. Por supuesto, hay obras y obras, algunas extraordinarias, otras sólo interesantes y muchas fallidas o directamente malas (me acaba de venir a la cabeza el disco de versiones de Tom Waits que perpetró Scarlett Johansson, en el que parecía un gato con faringitis a punto de morir; no se le perdona ni por estar buena).
Si hay compositores poco propicios a la interpretación novedosa de sus obras, uno de los más destacados es, sin duda, Richard Wagner. Y no porque la calidad o tono de su obra no se presten a ello, sino por la megalomanía controladora del autor. En consonancia con su idea de la obra de arte total, Wagner no sólo componía sus óperas sino que además redactaba el libreto, preparaba el montaje y al fin consiguió construir un teatro a su medida. Localizado en la ciudad bávara de Bayreuth y financiado por Ludwig II, el teatro fue edificado según las directrices que Wagner impuso para la correcta interpretación de sus obras, especialmente el colosal ciclo de El anillo del nibelungo. Desde entonces viene celebrándose un festival año tras año en el que se representa la tetralogía de los Nibelungos completa, siendo un lugar de peregrinación obligada para todo incondicional del polémico compositor.

Dos trabajos deslocalizan a Wagner de su residencia habitual para llevarlo, por un lado, a otra ciudad muy querida por él y en la que finalmente murió, Venecia, y por otro, cruza el Atlántico para tomar ritmos latinos en La Habana. Wagner e Venezia no es el trabajo más arriesgado de Caine, pero es un disco excelente que mejora tras cada audición. En él interpreta las grandes oberturas de Wagner, entre otras piezas orquestales de sus obras, con una orquesta de cafetín compuesta por dos violines, un violonchelo, un contrabajo, un piano y ¡oh, escándalo! un acordeón. Frente a la monumentalidad de la orquesta y la expectación cómplice del festival wagneriano, Caine y los suyos se trasladan a dos lugares concurridos, un café y un hotel, e interpretan las partituras acompañados de gente pasando, voces e incluso el repique de las campanas de la iglesia, todo ello registrado fielmente en la grabación.

Si el disco de Caine dio que hablar a los puristas, no me imagino lo que dirían de Parsifal goes La Habana, del productor Ben Lierhouse. Lierhouse somete a Wagner a una fusión sorprendente con canciones cubanas típicas. La celebérrima Marcha nupcial cobra otro color en este disco. Lierhouse tiene otro disco de versiones de Wagner, esta vez con música española: Siegfried’s olé in Spain (joder con el título). Aún no lo he escuchado pero promete. Más allá de las estériles discusiones de los mandarines del arte, la audición de estos discos supone una experiencia musical extraordinaria.
Un abrazo,
Á.
viernes, 13 de febrero de 2009
Lecturas de Shakespeare. I: “La tempestad”

CALIBAN. – Be not afeard; the isle is full of noises,
(CÁLIBAN. – Nada has de temer. La isla está llena de rumores,
sonidos y dulces cánticos que dan placer y no hieren.)
Querido S.:
Estrenada en 1611, el escenario y buena parte de los motivos de La tempestad están marcados por los testimonios de la exploración del Nuevo Mundo que en esa época fascinaban al pueblo inglés. Relatos que hablaban de un paraíso terrenal con toda suerte de bestias y plantas nunca vistas antes, un lugar donde la naturaleza se desplegaba de una manera mucho más torrencial que en Europa y donde los habitantes oscilaban entre una inocencia angelical y un salvajismo inaudito. Al igual que entre los españoles, pronto surgieron disputas acerca de la manera en que tratar a los pueblos colonizados, si como meros utensilios con los que mejorar la producción, o como seres humanos dotados de alma y raciocinio, en ningún caso distintos de los colonizadores. El Descubrimiento pronto se transformó en Conquista y puso a los europeos ante unos conflictos éticos, religiosos y sociales que demostraron ser muy superiores a ellos.
Próspero y su hija Miranda habitan una isla desierta; él es el duque de Milán, cuyo trono ha sido usurpado por su hermano Antonio y por Alonso, rey de Nápoles. El único habitante de la isla hasta la llegada de Próspero y su hija era Cáliban, un ser deforme hijo del dios Sétebos y de la bruja Sycorax. Próspero ha dedicado su vida al estudio de la magia y las artes esotéricas, y cuando el barco en que viajan Alonso y Antonio junto al hijo de aquél, Ferdinand, y otros miembros de su séquito, pasa cerca de la isla, Próspero y su siervo Áriel, un espíritu del aire, provocan una tempestad que lo hace naufragar. Perdidos en la isla, Próspero teje una intriga a su alrededor destinada a recuperar su trono.

Desde el comienzo, la obra puede entenderse como un gran comentario a la prepotencia del poder y a los abusos inherentes a toda dominación: Alonso, Antonio y su consejero, Gonzalo, discuten estúpidamente con los marineros que se afanan en impedir que el barco naufrague; Próspero esclaviza sin remordimiento a Cáliban y a Áriel, y condiciona su liberación a la realización de su plan. Además maneja a los náufragos como títeres, ayudado por sus conocimientos de magia. Todos los personajes acaban rebelándose verbalmente contra la tiranía de sus superiores.
Y es que en La tempestad todos son siervos/actores que actúan movidos por hilos que no ven pero contra los que acaban sublevándose. La obra puede leerse también como un gran espectáculo metateatral, con Próspero como supremo hacedor o gran titiritero. Él provoca la tempestad que lleva a la isla a los usurpadores de su trono. Él hace que se conozcan Ferdinand y Miranda, siendo astuto alcahuete de su amor y provocando así que se unan, esta vez legítimamente, el ducado de Milán y el reino de Nápoles. Él maneja a su antojo a Áriel y Cáliban. Sobre todo éste se rebela violentamente contra Próspero. Intenta mancillar todo lo que tiene relación con su amo: usa la lengua que le ha enseñado sobre todo para maldecirle, intenta violar a Miranda, planea atentar contra la vida de Próspero… Shakespeare crea un personaje que oscila entre la estupidez y el ansia irreprimible de libertad, suscitando una sensación ambivalente en el lector. Se le ha visto como un representante de la resistencia al colonialismo de las metrópolis europeas. Es un personaje en principio grotesco y bufo, pero al que el arte magnífico del autor da vida y voz propias. Recuerda en esto al avaro prestamista judío Shylock, de El mercader de Venecia.
Queda llamar la atención sobre la presencia absorbente y mágica de la propia isla (¿será esta obra un precedente de Perdidos?), una creación influida, como te dije, por las crónicas que hablaban del Nuevo Mundo como un exuberante Edén en la tierra. Shakespeare se vale de un lenguaje lleno de referencias a la tierra y a los elementos, dando voz a esa naturaleza salvaje y mágica de la que Cáliban parece ser un hijo natural. Ningún escenario mejor para situar esta fábula sobre el arte del teatro, resumida en las célebres palabras de Próspero:
We are such stuff
As dreams are made on; and our little life
Is rounded with a sleep.
(Estamos hechos
de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña
vida cierra su círculo con un sueño.)
Un saludo,
Á.
miércoles, 4 de febrero de 2009
Yo tengo mi memoria
“-¿Dónde quieres ir ahora?
-Ya me lo preguntaste hace un minuto y te dije y te digo donde tú quieras.
Estaba contento porque la llevaría a ese lugar donde no la llevé el otro día. Un lugar recluido, como cantaba Lola. Es que las mujeres son como los libros: uno siempre tiende a llevarlos a la cama. Los libros que parecen ser vírgenes están encuadernados en rústica. Hay que tener dispuesto el abrelibros. Un cortapapeles es bastante.” GUILLERMO CABRERA INFANTE, La ninfa inconstante.

Querido S.:
Pocos mundos ficticios habrá más seductores, coherentes y personales que
Hasta ahora sólo teníamos dos obras novelísticas que retratasen esa Habana luminosa que Cabrera estuvo recordando durante más de 40 años: Tres tristes tigres y
Si en
Tuyo,
Á.