Risa en la oscuridad, de Vladimir Nabokov
Érase una vez un hombre llamado Albinus, que vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven: amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre.
Éste es el cuento, en suma, y podríamos haberlo dejado aquí si no fuera por el interés y el placer de narrarlo. Pues aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles siempre se agradecen.
Así comienza esta divertida, cruel y trágica novela. Y ciertamente los detalles no sólo se agradecen, sino que conforman el núcleo de todas las obras de Nabokov. En cualquier escena, cómica o trágica, en una descripción morosa o en un apunte casual, el autor ruso no deja de subrayar tal particularidad, de caracterizar a un personaje o una escena mediante un pormenor que subraya la carga patética de la situación. Aunque en esta novela no se alcanzan los extremos puntillistas de las grandes obras de la etapa norteamericana: Lolita, Pálido fuego o Ada, o el ardor.
La mirada lúcida e inmisericorde de Nabokov se posa en las miserias de unos personajes mediocres, estupidizados por sus pasiones. Albinus abandona mujer e hija debido a su amor desenfrenado por Margot. Le concede todos los caprichos, le tolera todos los abusos. Su pusilanimidad será cruelmente castigada. Margot es poco más que una adolescente que aprovecha su atractivo para salir de la miseria. Juega hábilmente con Albinus para exprimir lentamente su cartera mientras le es infiel con su primer amor, Rex. Éste es un dibujante cínico y astuto hasta llegar a la crueldad. Su frialdad en la última parte del libro es estremecedora. Aprovecha el lío de Albinus con Margot para sangrar a aquél mientras se beneficia a ésta. Me recuerda en algunos momentos al antipático Quilty de Lolita.
Un análisis penetrante de la pasión no correspondida, el cinismo, el ansia de medrar a toda costa. El corrosivo humor de Nabokov es causa suficiente para no perderse este libro.
La cultura de la queja. Trifulcas norteamericanas, de Robert Hughes
El crítico australiano Robert Hughes lanza una fuerte andanada contra uno de los males más perniciosos y a la vez rentables de la sociedad actual: el victimismo. Esa tendencia a buscar agravios, cuanto más remotos mejor, con los que obtener un rédito moral que otorga una especie de impunidad, o al menos una batería de privilegios que marcan distancia con el vecino. En España conocemos bien la peste de nacionalismos, regionalismos y cualquier tipo de particularismo que no se cansan de exigir reparaciones, deudas históricas, fueros, tratamientos preferentes y, en fin, todo tipo de concesiones que les alejen de un estatus similar a todos los ciudadanos del estado.
El libro se divide en tres partes, cada una con un objetivo propio. La primera ataca a la elite universitaria estadounidense, culpable de perpetrar la mayoría de eufemismos del lenguaje políticamente correcto. Con ello se pretende envolver con suaves sedas semánticas todos los males del mundo, evitando herir la susceptibilidad de nadie. Maquillar los problemas, no resolverlos. Pero el blanco principal lo constituye la derecha más intransigente del país, la cual utiliza un lenguaje enormemente agresivo para intentar sacar beneficios de la división de la sociedad. Hughes critica especialmente a los creyentes más fanáticos: los defensores de la familia tradicional en contra de los homosexuales y las otras posibilidades de familia, y los antiabortistas. La segunda parte se adentra en el proceloso mundo del multiculturalismo. Los negros, los asiáticos o las feministas pretenden separar la minoría ala que se adscriben en un compartimento estanco. Impresionante es la descripción del afrocentrismo: según esta corriente historicista, la civilización comenzó en un Egipto habitado por negros en el cual ya se habían inventado la batería, las matemáticas, el aeroplano… Me ha recordado mucho a los desvaríos que propone Jorge Oteiza en Qousque tandem…? (con bastante más gracia y capacidad poética, todo hay que decirlo), sólo que en vez de egipcio hay que poner vasco. En la tercera y última parte, en fin, Hughes se mete en el terreno de la política cultural, criticando la cerrazón y mojigatería a la hora de valorar la producción artística.
Un libro agudo y ameno. Como complemento, es muy recomendable La tentación de la inocencia, de Pascal Bruckner, en el que el filósofo galo relaciona el vicio del victimismo con su amigo favorito: el infantilismo, es decir la asunción de todos los derechos sin ninguna de sus obligaciones. Con esto y
Un abrazo,
Á.
Interesantes recomendaciones... me las anoto, ambas.
ResponderEliminarUy el afrocentrismo... has oído hablar sobre la Nación del Islam y demás? Yo hasta hace poco no, pero me adentré en ese mundo a través del hip-hop (ese mundo está muy presente en el hip-hop de los 90, que escucho mucho), y telita... Está muy mal esa gente... Un aperitivo
El enlace era éste:
ResponderEliminarhttp://en.wikipedia.org/wiki/Yakub_%28Nation_of_Islam%29
Me suena el tal Louis Farrakhan, aunque no había investigado sobre el tema. Lo del afrocentrismo es para ir a mear y no echar gota, parece ser que los egipcios lo inventaron todo, así que todo lo que existe hoy día son reflejos de lo que crearon ellos, por lo que hemos de devolvérselo todo... Lo que no sé es por qué, si era una civilización tan brillante, se fue a pique...
ResponderEliminarHughes cita a Cheikh Anta Diop como uno de los más destacados de estos lunáticos:
http://en.wikipedia.org/wiki/Yakub_%28Nation_of_Islam%29
Y no te pierdas, insisto, el Quousque tandem de Oteiza, por su fuerza poética y por el vigor de su estilo. Y porque leer que el mito de Jasón y los Argonautas es en realidad un mito vasco no tiene desperdicio.
http://www.gara.net/paperezkoa/20080616/82591/es/Quousque-tandem-centenario-Jorge-Oteiza
Me equivoqué con el primer enlace.
ResponderEliminarhttp://es.wikipedia.org/wiki/Cheikh_Anta_Diop