domingo, 21 de junio de 2009

Encerrados en la cultura propia

Querido S.:

En el siglo XVIII surgieron las dos corrientes de pensamiento que polarizarían todos los debates hasta nuestros días. Por un lado se desarrolló en Francia la Ilustración, la cual postula una serie de valores comunes a todos los seres humanos (universalismo), el recurso a la ciencia como manera de alcanzar la realidad de las cosas en detrimento de la verdad revelada, el espíritu crítico alimentado a base de una instrucción/educación adecuada, liberación de los prejuicios etc. Por su parte, Alemania cobijó el Romanticismo, una exaltación de la subjetividad, los valores autóctonos, la cultura nacional, el genio del idioma y, en una palabra, la glorificación de lo particular. La búsqueda ilustrada de leyes universales es rechazada por los románticos como una intrusión en el espíritu particular de cada nación, todas irreductiblemente diferentes. El universalismo es sólo una muestra de arrogancia de la nación francesa, preocupada por imponer sus ideas a las demás.
Un repaso a ambos modelos es lo que encontramos en La derrota del pensamiento (1987), de Alain Finkielkraut. Desde la idea del Volkgeist de Herder hasta las teorías anticolonialistas de los estructuralistas, el autor despieza el ideario de los variados herederos del Romanticismo y defiende el establecimiento de unos derechos comunes a todos los seres humanos que les permitan liberarse de cualquier determinación impuesta por motivos raciales, étnicos o lingüísticos. Montesquieu sostuvo que una comunidad debía basarse en lazos jurídicos (igualdad ante la ley); por su parte, Herder insistió en que las relaciones entre los miembros de una misma nación estaban cargadas de sentido, determinadas por la lengua, las ideas y las costumbres del lugar. Las leyes de un un pueblo eran una emanación de esa tierra, tan naturales como la flora o el clima. El desprecio por las "abstracciones" de Montesquieu en favor del nacionalismo de Herder ha creado monstruos como el nacionalsocialismo, e incluso las naciones en proceso de descolonización se han dejado seducir por esas ideas, creando nuevos nacionalismos por doquier.

"En efecto, en el mismo momento en que se devuelve al otro hombre su cultura, se le quita su libertad: su nombre propio desaparece en nombre de su comunidad, ya no es más que una muestra, el representante intercambiable de una clase especial de seres. So capa de acogerle incondicionalmente, se le niega todo margen de maniobra, toda escapatoria, se le prohíbe la originalidad, se le atrapa insidiosamente en su diferencia; creyendo pasar del hombre abstracto al hombre real, se suprime, entre la persona y la colectividad de la que ha salido, el juego que dejaba subsistir y que incluso se esforzaba en consolidar la antropología de las Luces; por altruismo, se convierte al Otro en un bloque homogéneo y a los otros en su realidad individual se les inmola por esta entidad. Semejante xenofilia conduce a privar a las antiguas posesiones de Europa de la experiencia democrática europea". (pág. 79)


La nueva forma adquirida por este racismo y xenofobia encubiertos es la de multiculturalismo. La cultura se convierte en algo inmutable, en un conjunto de clichés que encanta a los turistas. Hay un racismo solapado en esta concepción: cada cultura ha de estar en sus sitio, independiente e impermeable a los demás. El extranjero puede venir de visita pero ha después ha de llevarse todo lo que ha traído consigo. Pero hay también el voluntarismo de querer comunicarse y entenderse con las demás culturas. Si el extranjero decide quedarse, se convertirá en un desarraigado sin remedio:

"Hay que elegir, en efecto: no se puede exaltar simultáneamente la comunicación universal y la diferencia en lo que tiene de intransmisible; después de haber vinculado a los franceses con su país mediante los lazos exclusivos de la memoria afectiva, no se puede poblar Francia de personas sin acceso a esa memoria y que sólo tienen en común entre sí el hecho de ser excluidos. Querer sustentar la hospitalidad en el arraigo encierra una contradicción insuperable". (pág. 98)

En la última parte del libro, Finkielkraut critica la nivelación de productos realizada por la industria cultural. Da lo mismo leer los poemas de Baudelaire o escuchar los temas reivindicativos de un cantautor. El objetivo principal de las campañas publicitarias son los jóvenes: se ha producido así una infantilización general del gusto y la juventud dura ahora prácticamente hasta los 40. Publicado hace más de 20 años, en fin, este libro sigue siendo sugerente e incisivo en sus razonamientos. Anagrama lo publicó hace ya bastantes años así que supongo que tendrás que echar mano de alguna biblioteca si quieres hacerte con él. Así que con esto y Keith Jarrett al piano, te dejo.


Un abrazo,

Á.

No hay comentarios:

Publicar un comentario