sábado, 13 de junio de 2009

Una mirada a la oscuridad


Querido S.:


Como sabes, una de los centros de gravedad de la inmensa novela póstuma de
Roberto Bolaño, 2666, es la indagación en los asesinatos de mujeres cometidos en los alrededores de Ciudad Juárez, en el estado de Sonora, cerca de la frontera mexicana con Estados Unidos. Cientos de cadáveres mutilados, a menudo con marcas de abusos sexuales, han ido apareciendo en el desierto desde hace varios años. Bolaño creía poder hallar en esos crímenes una clave fundamental de la condición humana. Si los investigaba con lucidez y penetración, si lograba mantener la vista fija en el corazón del mal, daría con “el secreto del mundo”.


En el curso de sus indagaciones para la novela, Bolaño trabó amistad con un periodista mexicano también interesado en ese rastro incesante de mujeres muertas. Sergio González Rodríguez publicó un estremecedor libro sobre el tema, Huesos en el desierto (Anagrama), en el que relacionaba los asesinatos con los cárteles de la droga, cuyos miembros se estarían alejando paulatinamente de la condición humana al no respetar ningún tipo de principio ni ley: el dinero y las armas lo deciden todo. La brutalidad aparejada al narcotráfico rescata algunos atavismos destinados a acabar con el adversario o, en su defecto, hacerle escarmentar mediante el miedo. González Rodríguez investiga uno de los atavismos más horribles en su nuevo libro, El hombre sin cabeza (Anagrama): la decapitación.

En las soleadas costas de Acapulco, el autor observa cómo la ciudad antaño llena de turistas hoy es un centro en el que se relajan los jefes del narcotráfico, los cuales llevan la violencia detrás de sí provocando la espantada de los demás visitantes. En las interminables batallas por el control del mercado clandestino de la droga, los grandes jefes han sobornado e intimidado tanto a las autoridades como a la población civil. Tanto es así, que la eliminación del adversario, antaño un asunto que se llevaba en la oscuridad y el silencio, hoy se cumple a plena luz del día con la certeza de la impunidad. El asesinato y la tortura llevan a sus perpetradores a una especie de regresión en la que se desanda la historia en busca de métodos cada vez más crueles y brutales con los que destruir al enemigo. Se muestra así lo frágil del barniz que llamamos “progreso”, presto a desaparecer en pos de comportamientos aparentemente superados, aunque en realidad estén sólo semienterrados.


La nueva “moda” entre los sicarios es el seccionamiento de la cabeza del rival. González Rodríguez analiza la presencia de este hecho en la historia, desde las montañas de cráneos del Medio Oriente Antiguo hasta la guillotina que descabezó a Luis XVI. Es un tema recurrente en el arte (Salomé y Juan Bautista, por ejemplo) y sigue dando que pensar en la actualidad. Me viene a la cabeza una de las novelas (no recuerdo cuál, creo que la segunda) de la serie Tu rostro mañana, de Javier Marías, en la que uno de los personajes amenaza a otro con una espada (dicho fuera de contexto suena raro, pero en la novela tiene sentido).

Surge por tanto una nueva categoría entre los sicarios: el decapitador. Dentro del sincretismo supersticioso de estos asesinos se pueden encontrar reminiscencia de los ritos precolombinos, del cristianismo, del vudú, del satanismo y de todo tipo de creencias animistas. La decapitación cumple en algunos casos una función sacrificial: los narcos necesitan la sangre de una víctima para liberar unas energías que favorecerán un objetivo determinado. Los espeluznantes relatos que nos proporciona el libro nos muestran el profundo deterioro de la sociedad civil en México. El grado de nihilismo al que ha llegado buena parte de la población es espeluznante.



Un libro muy interesante, con observaciones sugerentes y que da que pensar. Con esto y Martha Argerich interpetando a Chopin me despido.


Un abrazo,


Á.

No hay comentarios:

Publicar un comentario