sábado, 6 de noviembre de 2010

Arroyo testamentario

Conozco muy superficialmente la obra pictórica de Eduardo Arroyo. Siempre me han gustado mucho las portadas que adornan los libros de Juan Goytisolo en Alianza, y cuando estaba en el instituto no era raro que alguno de sus cuadros apareciese en los libros de texto. Tengo una idea vaga de su biografía, con el exilio en Francia y la pintura de fuerte inclinación política. Así que me acerqué bien predispuesto a Minuta de un testamento. Memorias (2009), pero sin duda no me esperaba la honda simpatía que la voz crítica, severa, avídamente atenta a la realidad y a los iconos de nuestra sociedad, del pintor iba a suscitar en mí. Una voz, en fin, hondamente moderna.



El título del libro está tomado de las memorias de don Gumersindo de Azcárate, krausista del s. XIX que antes de morir quiso legar, además de sus bienes materiales, algo de la sabiduría y de las reglas para la dirección de uno mismo que había ido adquiriendo. El mismo propósito anima estas páginas de Arroyo, y comienza hablando de algo que elevó el ánimo y derribó la salud de toda la generación de artistas y escritores de posguerra: el alcohol. Arroyo se confiesa adicto al J&B, gusto en el que no le acompaño (prefiero el Johnnie Walker) y nos cuenta que incluso le han dedicado un cóctel: el Sangre de toro. Y, ya que hace poco estuve hablando de listas, copio estas líneas del libro que nos ocupa:

"Quiero dejar claro aquí mi obsesivo apasionamiento por todo tipo de listas: las amatorias (Stendhal, Byron...) y las demás. Y tampoco quiero ocultar mi interés por pesos volúmenes y medidas. Ben Schott (una de las personas que más admiro en el mundo) ha compuesto un delicioso vademécum compuesto de listas y más listas. En sus páginas todo se reseña, todo se mide y todo se pesa: desde los círculos del infierno de Dante hasta los pecados capitales; y también, precisamente, el cálculo de la talla de los sostenes".

La infancia gris de Arroyo en la posguerra española, sólo mitigada por el cine y algunos otros placeres, le indujo a un pronto exilio en París. Allí tomó contacto con la cultura europea y desarrolló una obra artística radicalmente alejada de lo que se hacía en España por entonces, aunque sus temas fuesen a menudo muy españoles, tanto de actualidad como históricos. Ese desligamiento lleva al extrañamiento con que se recibió la obra del pintor ya en democracia. La furiosa independencia de Arroyo, ajena a modas y a los besamanos de los conductos oficiales, sólo podía causar extrañeza y resentimiento en un país que se estaba acostumbrando a las caricias de la subvención. Como diría Edward Said, el pintor estaba fuera de lugar.


Este libro es un muestrario de las opiniones de Arroyo: la convicción de que ética y estética están ligadas, la falta de sentimiento religioso y el anticlericalismo, la búsqueda de la verdad de la vida en la materialidad de las cosas, la sospecha ante todo gregarismo...  Multitud de temas pasan por sus cuadros, desde las ilustraciones literarias (donde destaca la edición ilustrada del Ulises) a la fascinación por el mal encarnado en los asesinos en serie. Es la de Arroyo una imaginación sujeta a la realidad inmediata y fundamentalmente agonística, esto es, en pugna crítica con el material tratado. En Minuta de un testamento se trasluce un carácter bronco y dado a los raptos de malhumor, aunque también proclive a la amistad. El pintor procura salvaguardar su independencia y es muy elogiable que aprenda de la experiencia en asuntos de política, distanciándole ello de la izquierda caviar parisina que sería por afinidad su fuente potencial de relaciones. Entre los temas sobre los que Arroyo reflexiona (cementerios, boxeo, política, religión, lugares de trabajo) salta a la vista el hallazgo de un artista desconocido y asombroso: Carlos González Ragel, Skeletoff, un artista jerezano que durante la República y el franquismo desarrolló una obra pictórica absolutamente personal, compuesta fundamentalmente de dibujos de esqueletos. Diversas enfermedades y el rechazo de las autoridades oficiales fueron a dar con sus huesos en el manicomio donde pasó los últimos años de su vida.




Un libro, en fin, francamente estupendo. Una mirada periférica al arte español, como corresponde a alguien que ha pintado casi toda su obra fuera de España y de los canales oficiales, y una reflexión sobre el arte y la vida de artista cuando ya parece que el tiempo se está acabando.



Eduardo Arroyo, Minuta de un testamento. Memorias
Taurus Memorias y Biografías
332 págs
Editorial Taurus

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