Sigo con las estupendas Memorias de un liberal psicodélico, de Racionero. Un aspecto llama la atención en las mismas, siendo algo poco común en los españoles de la época y que, además, explica muchos aspectos de la trayectoria posterior del memorialista: su estancia como becado en Berkeley. Cuando uno lee acerca de la carrera de los españoles que estudiaron durante la dictadura, ve que los más inquietos de ellos, cuando querían escapar de la grisura española yéndose al extranjero, peregrinaban a Francia en busca de libertad de costumbres, de pluralismo político y, yo diría que sobre todo, de oportunidades de follar. Los hubo también que se fueron a Inglaterra o a Alemania, pero entre los intelectuales me da la impresión (no tengo datos para corroborarlo) de que París era el destino más buscado.
Racionero, en cambio, obtuvo la prestigiosa beca Fulbright y se fue a California a estudiar urbanismo. Allí se empapó de las costumbres americanas, tan distintas de las europeas, y de "otras" costumbres que iban más con esos años: el hippismo, las drogas, el amor libre, las tradiciones orientales. Conoció de primera mano el mundo de la contracultura y fue un pionero a la hora de introducir en España textos de ecologismo o de misticismo oriental. Escuchó de viva voz a gurús de la época como Krishnamurti o Timothy Leary y se inició en el camino de la búsqueda interior mediante la meditación y los alucinógenos. Racionero experimentó todos los aspectos de la contracultura californiana de la época y defiende sus propiedades con elocuencia, incluyendo pseudociencias tan infumables como la astrología. Así, uno no puede evitar torcer el gesto cuando el autor habla de "energía" y sentencia, con tono altivo, que las técnicas de meditación funcionan y punto. Bueno, podemos convenir que en su caso, dando por bueno su testimonio (no hay razones para dudarlo), sí que han funcionado y le han hecho algo más sabio. Pero no puede obviarse la enorme carga de irracionalismo y de superchería que conllevan estas enseñanzas, ni el peligro que supone el encadenamiento a cualquier tipo de gurú.
Cuando Racionero volvió a España en 1969 sus coordenadas mentales estaban bastante alejadas de las de sus contemporáneos. Para empezar, era de los pocos a los que la bacteria marxista no había afectado. En lugar del indigesto engrudo estructuralista-marxista que Francia exportaba en aquellos años (y hasta bastante más tarde), Racionero traía libros de Marcuse, Lao-Tsé o Alan Watts, de los que nadie había oído hablar (ni quería oír, aunque un tiempo más tarde subieran al hit-parade). Pocos de ellos habrán soportado el paso del tiempo pero en aquel momento eran una buena alternativa al discurso dominante. Además, había un factor químico que diferenciaba al movimiento hippy de los otras: el uso de drogas psicodélicas, en especial el LSD, sintetizado por el químico suizo Hoffman (a quien entrevistaron Fernando Sánchez-Dragó, Escohotado, Savater y Racionero, entre otros; cuelgo el vídeo arriba), cuando la generación anterior buscaba el paraíso artificial sobre todo en el alcohol. Sin embargo, los hippies pecaron de abuso con una sustancia que, como cualquiera de los pensadores anteriores reconoce, no es para todo el mundo, aun cuando alaben encarecidamente sus virtudes. Todo ello, en fin, contribuía a diferenciar la experiencia californiana de Racionero del ambiente tétricamente parisino (discursos ininteligibles, angustia existencial, marxismo) que imperaba entonces (para abundar en el tema recomiendo el muy interesante Filosofías del underground, que Racionero publicó por aquellos años). La liberación de la costa Oeste sigue cautivando hoy día (con un punto de falsa nostalgia, me parece), como recordarán los seguidores de Mad Men con el viaje de Don a California, o los que hayan disfrutado con Six Feet Under y los numerosos motivos sesenteros que Alan Ball incluye en su obra maestra.
Unas memorias, en fin, muy interesantes, y con algún que otro zarpazo, como los dedicados a Gimferrer (aunque quien haya leído las memorias de Mario Muchnik ya tendrá una imagen bastante demoledora del tipo, aun admirando su obra de poeta) o al difunto Tàpies (como "siniestro pesetero" le califica el autor en un momento dado). Racionero hace gala de una prosa rica y ágil, de talento para las anécdotas y de hondura reflexiva. Un lujo.
Luis Racionero, Memorias de un liberal psicodélico
406 pp.
Narrativas
RBA
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