Leyendo el interesante libro de Odo Marquard Apología de lo contingente encuentra uno más de una idea propicia para un largo rumiar. Desde el principio despierta simpatía el posicionamiento escéptico del filósofo alemán, en la línea del porquero de Agamenón: "No me convence". Esta resistencia a dejarse convencer viene de perlas para juzgar con un poco de distancia la avalancha de cambios que, cada vez a más velocidad, trastocan todas nuestros hábitos sustituyéndolos por otros que no ha habido ocasión de ponderar. Y es que las costumbres no son sólo un refugio de prejuicios heredados, como esos trastos viejos que no sabemos dónde meter pero que nos da pena tirar; también son un conjunto de hábitos desbastados por el uso que a menudo contienen refinadas indicaciones de buen vivir.
Marquard prefiere declararse conservador a admitir que cualquier cambio es bueno a priori. La suposición de que todo cambio supone una mejora respecto al estado anterior le parece una refundición ilustrada de la teodicea leibniziana. No duda en mantenerse escéptico respecto al progreso, evitando considerar las generaciones pasadas como simples peldaños destinados a la felicidad de sus sucesoras (Marquard no lo nombra, pero estas reflexiones hacen pensar inmediatamente en Walter Benjamin y su Ángel de la Historia). Frente a esto hay que recordar la nunca suficientemente repetida máxima de Kant: Tratar al prójimo como un fin, no como un medio. Y Marquard, provocadoramente, destaca el carácter burgués de la Ilustración, cuyos objetivos sólo se cumplen cuando las reformas se llevan a cabo gradualmente, esto es, cuando se alejan del frenesí revolucionario.
Es una característica definitoria del escéptico el evitar los llamados grandes relatos en favor de otras historias más modestas pero, sin duda, más humanas: la pluralidad de vidas, de intereses y de pasiones merecen desarrollarse libremente, sin que el aplanamiento uniformador de la ideología enseñe a nadie cómo vivir y cómo ser (o no) feliz. Así, la filosofía da vueltas sobre cuestiones a ras de vida, que a todos inmiscuyen. No se deja a nadie atrás. Pero un ojo atento descubre vicios que lastran los avances morales de la sociedad, como por ejemplo cierta tendencia a darle la vuelta a los cambios positivos para pasar a verlos como males:
dicho de una manera abstracta: el descargo de lo negativo (precisamente él) predispone a la negativización de lo que descarga. Pues, y ésta es una de las grandes causas de miedo en nuestra época, se tiene miedo a lo que le evita a uno los miedos, justamente porque le evita a uno los miedos: pues precisamente el miedo destituido realmente se pone a buscar ocasiones para tener miedo, y las encuentra casi a cualquier precio: finalmente, en la propia cultura desarrollada. Cuantos más horrores borra el mundo moderno, tanto más se le cuelgan horrores a él mismo, si hace falta (porque no se encuentran bastantes en el propio país) recurriendo al turismo exótico de confirmación de los horrores. Cuanto más éxito tiene la técnica en la aligeración de la vida, con tantos menos frenos pasa a ser considerada una complicación de la vida; y cuanta más protección del medio ambiente posibilita de hecho, tanto más es declarada una molestia para el medio ambiente. Y de manera análoga: cuanto más efectivamente produce bienestar el capitalismo, tanto más enérgicamente es nombrado un mal; cuantos más problemas resuelve el mercado, tanto más parece un problema él mismo; y se es amable con él sólo porque los socialismos planificadores resuelven peor estos problemas. (pp. 103-104)
Todo ello con un estilo ágil y, lo que no es habitual, con una gran ironía. Si pueden hacerse con algún libro de este relativo desconocido en España, no lo duden.
Marquard prefiere declararse conservador a admitir que cualquier cambio es bueno a priori. La suposición de que todo cambio supone una mejora respecto al estado anterior le parece una refundición ilustrada de la teodicea leibniziana. No duda en mantenerse escéptico respecto al progreso, evitando considerar las generaciones pasadas como simples peldaños destinados a la felicidad de sus sucesoras (Marquard no lo nombra, pero estas reflexiones hacen pensar inmediatamente en Walter Benjamin y su Ángel de la Historia). Frente a esto hay que recordar la nunca suficientemente repetida máxima de Kant: Tratar al prójimo como un fin, no como un medio. Y Marquard, provocadoramente, destaca el carácter burgués de la Ilustración, cuyos objetivos sólo se cumplen cuando las reformas se llevan a cabo gradualmente, esto es, cuando se alejan del frenesí revolucionario.
Es una característica definitoria del escéptico el evitar los llamados grandes relatos en favor de otras historias más modestas pero, sin duda, más humanas: la pluralidad de vidas, de intereses y de pasiones merecen desarrollarse libremente, sin que el aplanamiento uniformador de la ideología enseñe a nadie cómo vivir y cómo ser (o no) feliz. Así, la filosofía da vueltas sobre cuestiones a ras de vida, que a todos inmiscuyen. No se deja a nadie atrás. Pero un ojo atento descubre vicios que lastran los avances morales de la sociedad, como por ejemplo cierta tendencia a darle la vuelta a los cambios positivos para pasar a verlos como males:
dicho de una manera abstracta: el descargo de lo negativo (precisamente él) predispone a la negativización de lo que descarga. Pues, y ésta es una de las grandes causas de miedo en nuestra época, se tiene miedo a lo que le evita a uno los miedos, justamente porque le evita a uno los miedos: pues precisamente el miedo destituido realmente se pone a buscar ocasiones para tener miedo, y las encuentra casi a cualquier precio: finalmente, en la propia cultura desarrollada. Cuantos más horrores borra el mundo moderno, tanto más se le cuelgan horrores a él mismo, si hace falta (porque no se encuentran bastantes en el propio país) recurriendo al turismo exótico de confirmación de los horrores. Cuanto más éxito tiene la técnica en la aligeración de la vida, con tantos menos frenos pasa a ser considerada una complicación de la vida; y cuanta más protección del medio ambiente posibilita de hecho, tanto más es declarada una molestia para el medio ambiente. Y de manera análoga: cuanto más efectivamente produce bienestar el capitalismo, tanto más enérgicamente es nombrado un mal; cuantos más problemas resuelve el mercado, tanto más parece un problema él mismo; y se es amable con él sólo porque los socialismos planificadores resuelven peor estos problemas. (pp. 103-104)
Todo ello con un estilo ágil y, lo que no es habitual, con una gran ironía. Si pueden hacerse con algún libro de este relativo desconocido en España, no lo duden.
Odo Marquard, Apología de lo contingente. Estudios filosóficos
Traducción de Jorge Navarro Pérez
151 pp.
Colección Novatores
Institució Alfons el Magnànim
Amigo Álvaro, excelente publicación! Muestra el controlador de la racionalidad debe estar asociado con una racionalidad diferente capaz de comprender el futuro.
ResponderEliminarKlee es muy bueno, "Angelus Novus" impidió que el ángel de la historia contra el desempeño de su misión angélica es una inmovilidad vacilante.
Otima recordar la publicación de Walter Benjamin y Paul Klee. Saludos, M.O
Me alegra que le guste y, sobre todo, me alegra descubrir otro aficionado a la filosofía.
EliminarLas muy interesantes reflexiones de Benjamin son un buen antídoto contra la glorificación del progreso: hay que permanecer atento a las víctimas, a los cadáveres que el Ángel, por la fuerza del viento que le arrastra, no puede atender. Hay que hacer uso de una racionalidad más amplia, más humana.
Un saludo y gracias por comentar!
Amigo Álvaro, la Escuela de Frankfurt es muy interesante, sobre todo me fascina las reflexiones sobre la Ilustración, el progreso técnico. La Escuela de Frankfurt es más un fenómeno ideológico que produce sus propios criterios de identificación a través de su proceso creativo.
ResponderEliminarMe alegro de encontrar un amigo filósofo!
Gracias y Saludos por su Sitio!!!
Musikalische Opfer.