Aunque ya hemos dejado atrás (o lo intentamos) la imagen romántica del artista como un marginado enfrentado a la sociedad, enemigo del éxito en tanto expresión del reconocimiento burgués, no puede decirse que la fama sea algo intrínsecamente bueno para el artista ni, por tanto, para su obra. Hace poco me hicieron pensar unas consideraciones de Ignacio Echevarría sobre la concesión del Nobel a Vargas Llosa. Sostiene el crítico que la obra de Vargas, sin haber cambiado esencialmente de temas y obsesiones, se ha adecuado, en cambio, a una cierta tendencia divulgadora, mediante un estilo apto para todo tipo de paladares internacionales. Esto es: un abandono de las tendencias más experimentales y más centradas en un uso renovador del lenguaje literario. Salta a la vista, desde luego, la diferencia lingüística entre sus novelas de los años 60 (su momento de mayor plenitud literaria) y la obra que vino después. La obra de Vargas Llosa habría ganado en popularidad lo que perdió en nervio y ambición.
Se esté de acuerdo o no con las opiniones de Echevarría, lo que quiero recalcar es el efecto de la fama en el artista. El reconocimiento, el dinero, el cariño del público son bienes que una vez gustados es difícil renunciar a ellos. ¿Qué cineasta, una vez goza del favor de los espectadores y, por tanto, de grandes presupuestos, vuelve a los proyectos pequeños, tal vez underground, de sus comienzos? El séquito de lacayos, amigos interesados y pelotas varios tal vez sean un bálsamo para el ego de cualquiera, pero poco pueden hacer para que mejore la obra del artista a quien hacen la corte. Leyendo el estupendo Éxito y fracaso de Picasso, de John Berger, uno se convence de esa ambivalencia del éxito viendo como éste reduce a la inanidad el que tal vez sea el mayor talento artístico del s. XX.
Berger comienza su ensayo hablando del patrimonio de Picasso (por lo que fue acusado de mal gusto cuando se editó). Sólo la colección que el artista posee de sus propias obras le hacen multimillonario. Y es que cualquier tela en la que Picasso garabatee su firma adquiere de inmediato un valor extraordinario. Cualquier tela. Esto quiere decir que no se juzga el valor artístico de una obra concreta para después tasarla, sino que, por venir de donde viene, la tela tiene un determinado valor. Ya decía Eugenio d'Ors que el mayor enemigo del arte es la firma.
Esta suerte de infalibilidad artística es uno de los regalos envenenados del éxito: todo lo que sale de la mano de Picasso tiene un beneplácito general, por lo que se evita cualquier tipo de crítica y de confrontación. La obra de Dios se admira, no se discute. Berger identifica dos momentos de absoluta genialidad en la producción de Picasso: los años del cubismo y los de su romance con Marie-Thérèse en los años 30 y que nutrieron su creatividad hasta principios de los 40. El artista español daba lo mejor de sí al expresar sensaciones con una fuerza y concentración que ningún artista había logrado antes. Pero eso sólo lo logró cuando su vida tuvo momentos de plenitud, como en los tiempos de profunda amistad del cubismo o en el vértigo del enamoramiento con Marie-Thérèse. Sin esas experiencias que encauzaran su inmenso talento, la obra picassiana se extraviaba en huecas producciones, como las que corresponden a los últimos 20 años de su vida. La corte de halagadores alababan todo lo que salía de sus manos, pero un ojo atento descubre cuadros sin fuerza, ejercicios sin sentido, lienzos llenos de figuras por puro aburrimiento, una gran fuerza expresiva pero sin ninguna dirección, inmensidad de atributos sin ninguna sustancia. En una palabra, amaneramiento.
Y es que en esa época tardía de su vida se impone el concepto que ninguno de los que frecuentaban a Picasso hubiese osado imaginar, mucho menos formular: fracaso. Berger llega a esta dura conclusión después de un amoroso y admirativo repaso, aunque crítico y lleno de discernimiento también, de la obra del malagueño. Un libro extraordinario (aunque adolece de cierta costra marxista), recomendable tanto para los admiradores de Picasso como para cualquiera que quiera adentrase en los misterios y riesgos que conlleva el genio.
Yo leo la vida de don Camilo José Cela, "El hombre que quiso ganar" de Ian Gibson.
ResponderEliminarEl título le va como anillo al dedo, pocos escritores españoles habrán intrigado más para conseguir fama y fortuna.
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