"Tomen nota sobre el truco: por una cuarta parte de dólar les ofrezco instrucciones sobre cómo ser reseñista. Es fácil vender una reseña después de una sola lectura superficial del libro, un truco sencillo probablemente usado por la mayoría de los reseñistas de Los reconocimientos: leed por encima la novela, sin prestar mayor atención, pero cuidando de tomar nota de cada punto disperso que se le ocurra a vuestra dispersa mente. Después de "terminar" el libro, siempre se puede establecer alguna relación entre las notas (no importa lo incoherentes que sean). Lee de nuevo el blurb, consulta en tu lista numerada de clichés y decide cuál es el más adecuado. Ahora reescríbelo bien en jerga especializada y recuerda: tus lectores tampoco han leído aún el libro". (p. 42)
En 1955 se editó en EEUU la primera novela de William Gaddis, Los reconocimientos, un libro de casi mil páginas que a día de hoy es considerado una de las mayores novelas de la literatura norteamericana. Sin embargo, su tamaño y dificultad, cuando no la incompetencia profesional, echaron para atrás a la mayoría de los gacetilleros que la reseñaron en su momento, causando que un libro de una calidad sobresaliente apenas se vendiese. Un joven Jack Green leyó una de estas reseñas desfavorables y, por curiosidad, adquirió el libro. La evidencia de encontrarse ante una obra genial le hizo dedicar los números 12 a 14 de su fanzine newspaper a desmontar con minuciosidad, inteligencia y sentido del humor las cincuenta y pico críticas que recibió Los reconocimientos tras su aparición. el conjunto de estos textos fueron recogidos en el libelo ¡Despidan a esos desgraciados! (Fire the Bastards!).
Tras el exhaustivo repaso de todas las reseñas, Green ofrece un completo catálogo de los vicios, tics y rutas de escaqueo habituales en la crítica literaria. Desde fallos de comprensión a citas erróneas, pasando por la copia descarada de otras reseñas, las generalizaciones sin sentido, la falacia biográfica o el name-dropping con las supuestas influencias, los críticos encargados de analizar la novela no ahorraron ningún disparate a la hora de desprestigiar una obra que claramente les superaba como lectores, no digamos ya como críticos. Y es que la lectura atenta de las reseñas evidencia que buena parte de sus autores no había leído el libro. No hablo de los que confiesan no haber sido capaces de llegar a la mitad (unos cuantos) sino de los que ni siquiera se acercaron a él, tomando el material para su trabajo en parte de otras reseñas y en parte de la faja de Los reconocimientos. No puede decirse que su trabajo fuese mucho peor que el de los que habían empezado la novela.
Green se enfrenta con lucidez y mala uva a los tópicos que los reseñistas manejan despreocupadamente para alcanzar el número de palabras exigido. Entre otros clichés, desmonta el de "la primera novela", el de "la extensión", el de "lo ambicioso", el de "la falta de disciplina", el de "la erudición", o varios clichés que el autor denomina "de lo negativo", v. gr. "¡Cómo!, ¿no hay desenlace?". Todos responden a la falta de herramientas críticas a la hora de hacer frente a una verdadera obra de arte como Los reconocimientos en lugar de los insulsos best-sellers que hacen compañia en la cama a falta de algo mejor. Green da a las pifias nombres y apellidos, hace un recuento de las cagadas que corresponden a cada crítico y emite un fallo contundente pero justo: ¡despídanlo! Por inútil y por no hacer bien su trabajo. Su puntillosidad llega a extremos a menudo cómicos: una de los reseñistas se queja del grosor del libro de Gaddis y comenta: "(...) debe de pesar dos o tres kilos". Un lacónico Jack Green anota a pie de página: "1 kilo y 100 gramos" (p. 30).
El corrosivo análisis de ¡Despidan a esos desgraciados! sigue conservando una completa actualidad debido juntamente al rigor de sus planteamientos y a una pasión por la literatura que se traduce en un elogio del placer de la lectura y, sobre todo, de la relectura. Y supone un latigazo necesario para los que, aunque sea de forma amateur, practicamos la crítica literaria. Una manera de recordarnos que en cualquier momento podemos ser el alguacil alguacilado y recibir un áspero correctivo por la falta de rigor. En mi caso, al hacer esto por placer, y no por obligación, al menos siempre leo hasta el final los libros que comento. Otra cosa es que sea parco en notas y me fíe demasiado de mi memoria. Ya habrá quien me lo eche en cara.
¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Prólogo de José Luis Amores
205 pp.
Col. Héroes modernos
Alpha Decay
¡Y nosotros tachándote de leerte sólo la contraportada! Para que luego los dejes en la cesta (donde deberían estar los emparedados) acumulando polvo... Pero oye, cómo decoran!!
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