jueves, 16 de abril de 2009

El discreto encanto de los Buddenbrook

Querido S.:


Todos los linajes y realezas de sangre suponen el derrocamiento de una casta anterior, la cual es rápidamente olvidada y sustituida en el tejido social. Lo que supuso el filo de las armas para las estirpes medievales, se transformó en la fuerza del dinero con el ascenso de la burguesía. Tanto uno como lo otro santificaban a los clanes recién llegados; mientras, los antiguos sólo pueden mirar y tacharlos de advenedizos ¡Y ay de aquél al que corresponda ser el último de una de esas familias en decadencia! A ése le corresponde el papel de testigo y cronista de la caída.



Thomas Mann (1875-1955) nació en una gran familia de empresarios que daba ya sus últimos coletazos. De hecho, Mann vivió en su juventud primera de la renta que proporcionaba el fenecido negocio familiar. La vocación artística de Thomas y su hermano Heinrich, con la congénita incapacidad para los negocios que en general supone, puede considerarse el último martillazo en el ataúd de dicho negocio. Mann buceó en la historia de su propia familia para dar a luz su primera obra maestra: Los Buddenbrook (1901). Desde el patriarca Johann Buddenbrook se nos cuenta una historia de pasiones discretas, grandes negocios, algunas estafas y el declive continuo de una familia. Mann retrata con pincel amoroso a todos sus personajes para crear una enorme imagen de la alta burguesía decimonónica.



Como sucede con todas las supuestas noblezas, la burguesía más pudiente y, por tanto, más distinguida, pronto desarrolló tics y maneras mediante los cuales diferenciarse de las clases más bajas y, a la vez, tratarse con sus iguales. Ese código de conducta era implacablemente secundado por el servicio, celosos custodios de las formas y las distancias para con los demás. Ejemplo insuperable de ello sería la Françoise de En busca del tiempo perdido. Así, las niñeras de las mejores casas evitaban tratarse con las de casas menos distinguidas.


Las grandes familias de comerciantes procuraban una perfecta simbiosis entre sus miembros y la empresa familiar. Los hijos eran educados buscando la continuidad del negocio y las hijas se casaban en función del capital que el pretendiente pudiese aportar. Es decir, todos ellos servían de una u otra manera a la prosperidad de la compañía. Nada mejor para mostrarlo que las palabras que Thomas Buddenbrook, después de renunciar a su amor sincero por una florista, le escribe a su madre para dar cuenta del hallazgo que ha realizado al conocer a la rica Gerda:


“La amo, pero mi dicha y mi orgullo son tanto más profundos cuanto más pienso en el importante aumento de capital para mi empresa que habré conseguido cuando se convierta en mi esposa.” (pag. 349)


Los amores y matrimonios se comunican por carta, como una transacción más. Apellido, empresa y prestigio van de la mano. Mann está lejos de criticar semejante proceder, cuando él mismo reconocía abiertamente haberse casado por dinero. Un apellido como el suyo merecía todo clase de comodidades que únicamente sus ingresos, a pesar del éxito de Los Buddenbrook, no podían colmar.


Todo esto y mucho más encontrarás en esta extraordinaria novela. Así que con esto y Lover, lover, lover de Leonard Cohen te dejo.



Un abrazo,


Á.

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