viernes, 29 de enero de 2010

Mi amigo el cigarro

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-No lo entiendo -dijo Hans Castorp-. No comprendo que se pueda vivir sin fumar. Sin duda, es privarse de lo mejor de la vida y, en todo caso, de un placer sublime. Cuando me despierto, me alegro de pensar que podré fumar durante el día, y cuando como, tengo el mismo pensamiento. Sí, en cierto modo, podría decirse que sólo como para poder fumar después, aunque exagere un poco. Un día sin tabaco sería para mí el colmo del aburrimiento, sería un día absolutamente vacío y sin alicientes, y si por la mañana tuviese que decirme "Hoy no podré fumar", creo que no tendría valor para levantarme. Te juro que me quedaría en la cama. Mira, cuando se tiene un puro que arde bien (por supuesto, no puede tener ningún poro ni tirar mal, eso es un fastidio tremendo), uno se halla al abrigo de todo, no puede ocurrirle nada desagradable, así de simple, nada desagradable. Es como tumbarse a la orilla del mar: se está tumbado y punto, ¿no es verdad? No hay necesidad de nada, ni de trabajo ni de distracciones... ¡Gracias a Dios, se fuma en todo el mundo! Que yo sepa, este placer no es desconocido en ninguna parte, en ninguno de los sitios a los que uno puede ir a parar. Incluso los exploradores que parten hacia el polo norte se aprovisionan de tabaco para afrontar sus peripecias, y ese gesto siempre me pareció muy simpático cuando lo leí. Puede que las cosas le vayan mal a uno (supongamos, por ejemplo, que me encontrase en un estado lamentable): pues bien, mientras tenga mi buen cigarro sé que podré soportarlo todo, que me ayudará a vencer las adversidades.

Thomas Mann, La montaña mágica


POSDATA: ojo a este vídeo sobre el sexo seguro. Luego compárese con los rapeos que pagó el Gobierno de España.


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