viernes, 14 de mayo de 2010

Material de lectura

a
Querido S.:

La carne es triste y ¡ay! he leído todos los libros, decía Mallarmé. La carne es triste a menudo y en ocasiones gloriosa, y por más que lo intento no he leído todos los libros. Un libro me envía a otro libro que me envía a otro y así hasta el tedio o, a veces, al fulgor de la frase perfectamente cincelada: la fina capa del sonido y la marcha justa de la respiración se funden con el sentido en una unidad fatal y perfecta. A continuación te recomiendo algunos libros con los que merece la pena irse a la cama.

La flecha del tiempo, o La naturaleza de la ofensa
, de Martin Amis



Tod Friendly está muerto. Su cuerpo yace sin vida en la mesa de operaciones de un hospital. Pero una versión supraterrenal de sí mismo (una especie de superyo, en términos freudianos) observa como despierta en la mesa de operaciones, los médicos intervienen su cuerpo sólo para dejarlo hecho una piltrafa, lo sacan en camilla del hospital para meterlo en una ambulancia y llevarlo a lo que parece un accidente... Y es que la vida de Tod empieza a transcurrir marcha atrás, como si hubiese apretado el rewind en una película. El superyo de Tod encaja como puede esa sucesión de acontecimientos contraviniendo la marcha del tiempo: el achacoso cuerpo de anciano de Tod va dando paso a una cuerpo progresivamente más joven y vigoroso, la ausencia de mujeres y de vida sexual va supliéndose poco a poco, mayoritariamente con las enfermeras que trabajan en su hospital (él es médico), misteriosas postales llegan a su casa de un remitente desconocido que, junto a otras señales, indican un turbio pasado... o futuro. El paso del tiempo lleva a Tod (de vuelta) a Europa con una identidad nueva, donde el voraz agujero negro que parece haber marcado toda su vida parece situarse en los laboratorios de un campo de concentración en un remoto pueblo polaco, junto a las chimeneas monstruosas y eficientes de Auschwitz. Amis emprende un extrordinario ejercicio de estilo al narrar la novela hacia atrás, de principio a fin. Este recurso le permite mantener una sarcástica distancia para con los hechos, perfilando un punto de vista muy original.

El hombre desplazado, de Tzvetan Todorov


Todorov emigró de la Hungría comunista a Francia con 24 años. En este libro contrapone el comportamiento de los individuos en una dictadura y en una democracia. En la primera el Estado monopoliza todos los pensamientos, el individuo ha de desarrollar una suerte de doble discurso, uno de cara a la galería con el comportamiento que exige la dictadura, para evitar represalias, y el otro con los verdaderos sentimientos que a menudo, por ser simplemente humanos, van en contra de la ideología oficial. De esa manera, la política lo absorbe todo, el individuo ha de estar en perfecta comunión con el Estado. En la Francia democrática a la que Todorov llegó una fría mañana las cosas son muy distintas. La confrontación de ideas es posible. Se da la singularidad de que la República acoge y permite expresar ideas (dentro de ciertos límites) en desacuerdo con sus principios fundamentales. Lo que en los regímenes comunistas es una paz helada e impuesta a golpe de represión, en democracia resulta una fructífera y civilizada (a veces) discusión. La última parte del libro da cuenta de la experiencia de Todorov como profesor invitado en diversas universidades americanas y sus reflexiones acerca de la vida en los hérméticos campus y de las teorías literarias que han tomado el dsicurso humanístico norteamericano.

Habitaciones. Poema del tiempo que no pasa, de Louis Aragon



Tras haber sobrevivido a varios de los movimientos que convulsionaron el siglo XX, tanto cultural (el surrealismo) como políticamente (el comunismo, al que sirvió de manera miserable y mezquina), Aragon, poco antes de la muerte de su gran amor, Elsa, realiza un descarnado ajuste de cuentas con la realidad y la memoria, componiendo un desolador y deslumbrante poema. La edición corresponde al gran Gabriel Albiac.

Un abrazo,

Á.

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