martes, 11 de mayo de 2010

Locura y amor

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Querido S.:

En el enrarecido ambiente de entreguerras maduraron numerosas iniciativas artísticas perseguidoras de cambios radicales en la vida, el mundo y lo que cuadrase. El fin de siglo dejaba en la orilla toda suerte de malditismos, afectaciones, esoterismos y perversiones, además de un explosivo mejunje de nacionalismo, antisemitismo, ardor guerrero y retórica hinchada que los líderes musulmanes de hoy parecen copiar letra por letra. En esta Europa a punto de estallar surgieron joyas como la literatura de la decadencia austro-húngara, las vanguardias históricas y, dentro de éstas, una piedra extraña y fascinante: el surrealismo. Podemos encontrar un completo recorrido por este movimiento en un apasionante libro del poeta Antonio Martínez Sarrión: Sueños que no compra el dinero (Balance y nombres del surrealismo).


El nacimiento del surrealismo puede hallarse bajo las bombas de la Gran Guerra: los poetas André Breton y Louis Aragon, médicos auxiliares, leen las delirantes páginas de Los cantos de Maldoror, del misterioso Lautréamont, con los aullidos de los dementes de fondo. La vitriólica mezcla de poesía, delirio y crimen les impulsa a buscar las fuentes de la poesía lejos del arsenal de figuras gastadas: en los manicomios, los sueños, la embriaguez, el azar, en todo aquello que se aleje de la razón cartesiana. El objetivo es la conciliación de los opuestos, el vislumbre de la unidad indivisa. A tal grandioso fin, ambos poetas, acompañados de numerosos compinches que irán cambiando con el tiempo, se valdrán de infinidad de métodos, desde la poesía automática al hipnotismo.

El surrealismo se nutrió de movimientos, como el Dadá, cuya primera función de cara a la galería era épater le bourgeois. De ahí surgen gran cantidad de desplantes y numeritos propios de una mezcla de adolescente y dandi con el fin de marcar distancias entre la sociedad y el artista. Breton es el gran pope del movimiento, redactor de los manifiestos del grupo, impulsor de revistas y, debido a su talante un tanto policial, censor de los diversos integrantes del grupo para que cumpliesen los principios del surrealismo de manera ortodoxa. Muchos se perdieron en esta criba, ya fuese por veleidades religiosas (Breton hizo caer de su panteón a Rimbaud cuando alguien publicó un artículo sobre la influencia del catolicismo en el joven poeta) o, sobre todo, por la adhesión al Partido Comunista (otro tipo de veleidad religiosa, como se sabe). Martínez Sarrión analiza las diversas fases del movimiento, desde el empuje inicial con sede en París hasta la dispersión posterior, cuyo fin el autor hace coincidir con la muerte de Breton en 1966.

Más allá de las miserias grupales, el surrealismo dejó una serie de obras, tanto en poesía como en cine (Buñuel) o en pintura (Dalí, Miró) que todavía hoy conservan una fuerza interior salvaje y turbadora. Al final del libro, Martínez Sarrión incluye un diccionario biográfico con todos los nombres que tuvieron parte en el movimiento. Por mi parte, te recomiendo unos pocos libros de los que he leído pertenecientes al surrealismo.

René Char: Poesía esencial (Furor y misterio, Los matinales, Aromas cazadores)


Uno de los poetas fundamentales del siglo XX. En Furor y misterio se encuentra el sobrecogedor cuaderno Hojas de Hipnos, diario poético de la participación de Char como capitán en la Resistencia y conjunto de poemas que quitan el habla.

Julien Gracq: El mar de las Sirtes


La prosa de Gracq, de una sintaxis alambicada y enormemente precisa y de una extrañeza metafórica realmente excepcional, tiene pocos rivales dignos en las letras del siglo XX. En esta novela nos narra los avatares de un mundo fabuloso que, como dice Martínez Sarrión en el libro, es "una narración iniciática, de búsqueda y acecho, que ofrece ciertos parentescos con novelas, en esa línea, de Dino Buzzati, Ernst Jünger o Rafael Sánchez Ferlosio".

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