jueves, 6 de mayo de 2010

Hamsterdam: "The Wire" (III)

a
Querido S.:

El escalpelo visual de The Wire sigue diseccionando sin tregua los rincones menos presentables de la ciudad de Baltimore. Desde los agujeros donde malviven los yonquis hasta los elegantes despachos donde se decide el destino de las enormes cantidades de dinero que mueven la ciudad. La inteligencia narrativa de David Simon y Ed Burns consigue mostrárnoslo todo ligado por lazos a veces evidentes, otras sutiles, pero siempre como un todo orgánico donde cualquier acción provoca una reacción igual y opuesta.


Los jefes de la policía de Baltimore están preocupados porque las estadísticas de criminalidad aumentan. Ello también molesta en el Ayuntamiento porque les coloca en mal lugar respecto a la opinión pública y el gobierno federal. Por tanto, los jefes presionan a sus subordinados para que le echen imaginación y hagan descender las estadísticas. Éste va a ser un leit-motiv recurrente en las siguientes temporadas: la preocupación por las estadísticas y la necesidad de rebajarlas por el método que sea necesario (generalmente, maquillándolas). Pero para reducir la tasa de crímenes hacen falta más hombres, más patrullas, más horas extra... en una palabra, más dinero. Que es de lo que el Ayuntamiento no quiere ni oír hablar. Y así se cierra el círculo vicioso.


Pero uno de los jefes, el Comandante Colvin, a punto de jubilarse, tiene una idea. En lugar de tener a los vendedores de droga dispersos por varios barrios y calles, creando inseguridad en todos ellos, ¿por qué no concentrarlos en zonas bastante despobladas donde puedan vender libremente sin molestar al ciudadano de a pie? Así pues, Colvin lo organiza todo sin informar a sus superiores. Los traficantes llaman a las zonas libres Hamsterdam (con la h aspirada) como una broma por la tolerancia a las drogas que se practica allí. Colvin transforma un problema mayor de inseguridad ciudadana en un pequeño asunto de salud pública. Pero el sueño no dura. Los superiores de Colvin en la jefatura de policía y en el Ayuntamiento, además de la prensa, se enteran de esta pequeña legalización de las drogas. No tardarán en buscar culpables.




Además de toda esta trama que vertebra toda la tercera temporada, volvemos a encontrar a los antiguos personajes, además de a otros nuevos, metidos en sus asuntos. McNulty, Freamon y compañía siguen con las escuchas para intentar desmontar lo que queda del entramado de Avon Barksdale. Con éste en la cárcel, Stringer Bell dirige el cotarro y toma decisiones a veces en contra del criterio de Avon. Su objetivo es desviar el dinero de negocios sucios (la droga) a otros más respetables (la construcción). Intenta quitarse el olor de las calles, como decían en Érase una vez en América. Además, un nuevo gángster asciende con fuerza para hacerse con el control del negocio del narcotráfico: Marlo Stanfield. Por otro lado, vemos las dificultades de un "soldado" (un pistolero a sueldo) para reformarse: Cutty, quien ha cumplido condena por asesinar para el clan Barksdale, sale de la cárcel y se enfrenta a la encrucijada de volver a matar o tener que reintegrarse arduamente a la sociedad.


En esta temporada aparece un personaje que tendrá mucha importancia en las temporadas posteriores: el concejal Thomas Carcetti, un ambicioso político con mucho que decir. Y, por supuesto, quien tiene mucho que decir es el impagable Omar Little, el pistolero homosexual que roba y mata a los traficantes. Un asunto pendiente con el hermano Mouzone le hará empuñar la recortada. En fin, seguimos con las mismas: realismo, diálogos ceñidos al habla callejera o a la jerga plagada de eufemismos de los políticos, certera caracterización de los personajes... Una maravilla. No quiero terminar este post sin mencionar la impresionante escena del velatorio de un policía: en una taberna irlandesa, sus compañeros tienden el cadáver en la mesa de billar, con una copa en una mano y un puro en la otra, mientras se emborrachan y cantan The Body of an American, de The Pogues, grupo de borrachos irlandeses que cantan canciones de borrachos y que he descubierto gracias a The Wire. Otra virtud más. Con esta tierna escena, te dejo.



Un abrazo,

Á.

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